diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

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Julieta Novelli

Una vida alrededor de la escritura
Diario de los quince. La aventura de vivir, de I. Acevedo, Buenos Aires: Bosque Energético, 2022.

En Diario de los quince, I escribe sobre la manía de escribir, sobre lo que no se está escribiendo mientras se escribe, la cantidad de páginas que se le roban a la rutina, el milagro de la PC, los cuadernos que se acaban siempre pronto mientras el mundo y sus demandas. “Si yo no escribiera, me dedicaría a romper cuidadosamente todo lo que tengo a mi alrededor: mi ropa, mis uñas, el metal; hurgaría las sillas con un cuchillo hasta traspasarlas. Así, todo quedaría deshilachado”, dice casi llegando al final del libro, con diecisiete años. 

A las páginas del diario cuyo arco temporal se despliega desde el 11 de septiembre de 1998 hasta el 29 de mayo del 2000, las precede una nota de I que inicia con una escena mítica: “Cuando soplamos las velitas de los diez años, el 9 de abril de 1993, mi hermana y yo dijimos que no íbamos a querer una fiesta de quince, sino una computadora”. En 1993, I tenía diez años y deseaba una computadora. En 1993, I tenía diez años y ya estaba escribiendo, había armado un escritorio para tomarse “en serio” su escritura y hacía circular sus textos en concursos y entre conocidos, por esto deseaba imperiosamente una computadora. En 1998, mientras I estaba en la escuela, la computadora llegó y su hermana la desarmó íntegra para ver el milagro de cerca: “Suelo decir que mi hermana desarmó y armó la computadora, pero esa computadora armó mi vida”. No era en los cables ni en las tuercas que la hermana observaba con suspicacia en donde se organizaría la vida de I, sino en la escritura. De hecho, cuando la computadora no funciona, la escritura mengua. Al momento en que se ajustó la última tuerca, sigue I, comenzó la aventura: primero, con el pasaje de la novela que había escrito durante el verano, después, en nuevos Words con relatos o diarios como los que conforman este libro, editado por Bosque EnergéticoAdemás de los archivos ubicados en el interior misterioso de la PC, Diario de los quince está compuesto por otras entradas escritas en cuadernos entre sus dieciséis y diecisiete años. La aventura de escribir diarios pareciera sustentarse, entonces, de esta escena mítica en la que los deseos se desarman para armarse. 

En 2022, durante la edición de estos diarios cuya preocupación central es, justamente, la escritura, I comienza uno nuevo con el fin de “intentar narrar qué es la aventura de escribir”. Así, como en espejo, I escribió en su diario de esos años sobre lo que había escrito o estaba escribiendo y, mientras lo leo, sé que I escribe otro diario sobre lo que escribió en este. Sucede que para mostrar su manía de escribir parece no haber otra vía posible más que continuar obcecadamente con la escritura. Porque la aventura de escribir diarios confina toda la aventura de escribir de la que estos fragmentos, como aclara la nota liminar, son solo el “primer capítulo”.

 

En la entrada del 17 de septiembre de 1998 a las 15:28, leo: “este diario, en vez de llamarse diario, debería llamarse Historia de cómo me involucro en la vida real con algunos personajes que creo verdaderos”. Es que cuando I escribe, lee o escribe que lee emerge el miedo de quedarse adherido a lo que fascina y la lectura y la escritura son, en estas páginas, una obsesión que magnetiza. Los personajes que inventa en sus historias ficcionales asoman con insistencia en sus decisiones cotidianas, cuando lee a Cortázar tiene miedo de que su tono se pegue a su escritura, se lamenta de haber leído La náusea en el mismo momento en el que se lamenta de su existencia rodeada de gente feliz. “Mi vida fue construida alrededor de la escritura”, dice e intuyo que acá es impensable separar la escritura de la lectura. 

En estos diarios, I vive para tener qué escribir, cocina bollitos mientras lee a Pizarnik y juzga los días de acuerdo a la cantidad de palabras o de páginas escritas: “ya voy cincuenta [palabras]”, “si hacía noventa [páginas], al otro día me obligaba a hacer 200”. Por eso la novela que reescribe constantemente y nunca termina funciona como una atadura angustiante y todo lo que está en el medio, lo que separa a I del final de la novela –cocinar, ir a la escuela, transar, bañar a su hermana, trabajar, en fin, vivir–, es una interrupción insoportable. De ahí se desprende el deseo de soledad y los rechazos más fervientes como cuando trabaja de mandadera: “Ocurre una reacción bastante extraña: las palabras Mandados mil y trabajo me dan náuseas”. La escritura, entonces, organiza la vida, en la medida en que el modo en que se vive dependerá del tiempo que se le dedique a la escritura. Con una perspicacia admirable –durante la lectura, que prolongo lo más posible, me recuerdo todo el tiempo la edad que tiene I– anota: “Lamentablemente, todo se reduce a escribir o no, queda comprobado” y, también, “imposible escapar de la palabra”. Hacia el final, en efecto, cuando I dice estar “demasiado ocupada viviendo”, la escritura afloja. Si bien para escribir es necesario vivir, cuando esa vida arrastra al yo lejos de la computadora o de sus cuadernos, la aventura se demora, respira y se aquieta.

La escritura así entendida, especie de fervor ardiente que es a la vez un trabajo –cada vez que se refiere a la novela dice “mi trabajo placentero” en oposición a su trabajo como mandadera o, después, al que realiza en el Centro Cultural–, se aleja de cualquier plan posible. A esto se debe la inclinación obstinada de contabilizar y hacer listas –sobre: cosas que se rompieron, deseos, temas preocupantes y cómo solucionarlos, gastos, cuadernos, hojas, palabras– o “planes de acción” para ahorrar y para escribir. Porque ante el riesgo y el entusiasmo de toda aventura, se intenta prever lo que se sabe, a veces con angustia y a veces con felicidad, imposible. Lo que queda es continuar escribiendo sin miedo a la contradicción –“sé que mañana me reiré de esto y pensaré en borrar este patético párrafo, pero prometí no borrar nada”–, en un movimiento constante entre la zozobra y el entusiasmo.

Y es ahí, mientras yo también cocino con el libro de I en la mano, cuando me parece que estoy ante lo vivo. Lejos de los cálculos y de las previsiones, estoy ante alguien que ama y odia a su familia con igual vehemencia, que es terriblemente feliz y desdichada, que se siente acompañada y a la vez amenazada por sus amigas, que se dedica amorosamente a las tareas del hogar pero que también se permite apuntar cosas como: “acá todo mal. Un día de estos dejo de cocinar y se joden todos”. En estas entradas, I no tiene miedo de mostrar egoísmo, odio, rechazo –“ya estoy harta de ser fea y mala, pero entre tanta basura no se puede ser bueno ni bello”–, tampoco le teme a lo banal ni a lo patético, porque el único miedo paralizante reside en la posibilidad de que la escritura se detenga para siempre. ¿Cómo se puede escribir con tanta lucidez –digo la que lejos de ser arrogante se muestra inestable y errática– a los 15 años? 

El trabajo, lxs amigxs, las mascotas, los asados, la bici, el poeta de la plaza, el padre ruidoso, la madre que piensa con el corazón, los planes, el problema del dinero, el café, la comida casera, las lecturas y las mandarinas al sol aparecen como excusa de escritura y, en esos agujeritos, se dejan ver los días o, lo que pareciera ser lo mismo, la aventura de escribir de I. 

“Me gustaría que buena parte de mi vida sea así: sentada en mi cama, a la mañana, un domingo, tomando mate, con un libro. Nada del otro mundo", leo y pienso que quizás, como I advirtió de su diario, este texto debería llamarse Historia de cómo me involucro en la vida real con algunos personajes que creo verdaderos. Porque después de marcar la frase con lápiz, le respondo en voz alta que a mí también. A mí también me gustaría, I.

 

(Actualización mayo – julio 2023/ BazarAmericano)

 

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646