diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

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Lazos con el más allá
A la salud de los muertos. Relatos de quienes quedan, de Vinciane Despret, Buenos Aires: Cactus, 2021.

Quienes nos dedicamos a estudiar las escrituras biográficas siempre estamos atentos a publicaciones novedosas que nos ayuden a reflexionar sobre vidas, específicamente sobre cómo contar una vida ajena, cómo revivir a un muerto sin matarlo dos veces, cómo hacer presente a otro en un texto, cómo hacerlo decir lo que quizá quiso decir, cómo hacer convivir las diferentes versiones que aparecen de otro una vez muerto. Conjugamos, en el interior de nuestros intereses, la vida y la muerte literariamente. Incluso, diríamos, hacemos de la muerte un impulso de vida, queremos volver a ver vivos a esos muertos en el relato, deseamos que digan cosas que aún no habían sido dichas, y sobre todo, nos interesa escuchar los relatos de quienes quedan. La editorial Cactus publicó el año pasado un libro de la filósofa belga Vinciane Despret, traducido por Pablo Méndez, que se titula A la salud de los muertos. Relatos de quienes quedan. Palabras claves que, a los amantes de las biografías, nos cautivan: muerte, relato, alguien queda de este lado y quiere contar algo. Lo leí rápidamente y subrayé lo que “nos sirve” o “nos alegra leer”: colaboración, connivencia, conversación, conservación, homenaje, herencia, cuidado, prolongación, plus de existencia, suplemento biográfico. Los muertos, en las páginas de Despret, colaboran con el mundo de los vivos. Estas mismas ideas aparecen en la mente de los biógrafos que se ven de la noche a la mañana inmersos en vidas pasadas, destejiendo versiones, buscando documentos, hilando testimonios. A veces, incluso, se dejan llevar por el azar y se disponen a leer signos que les llegan del más allá. Recuerdo que me reí, en un coloquio sobre biografía en Rosario, cuando Carlos María Domínguez, biógrafo de Roberto de las Carreras y de Juan Carlos Onetti, confesó que ya cansado de no encontrar un dato preciso que necesitaba -el documento que declaraba insana a Clara, la madre de Roberto- y poder cerrar una parte de la historia, le pidió a ella específicamente que lo ayudara: “Después de muchas semanas de revisar índices vetustos sin resultado, mientras me ganaba la fatiga y caminaba una vez más hacia el Archivo Judicial, levanté la vista al cielo: Clarita, ayúdame a encontrarte porque solo no puedo. Y ese día lo ubiqué”. Clarita colaboró para que otro, un biógrafo, contara su historia. De eso se trata A la salud de los muertos, de disponernos de un modo específico para dejar que los muertos intervengan en nuestras vidas. 

En la página 16, bien al inicio, Despret quiere sacarse de encima una noción que, desde su perspectiva, constituye un modo dominante de pensar la muerte en Occidente: la teoría freudiana del duelo. Despret necesita sacarse de encima esa “verdadera prescripción” –“Debemos hacer el trabajo del duelo”– para poder concentrarse en los lazos comunicantes entre los dos mundos, para fundamentar la tesis de que no solo los vivos hacemos algo con nuestros muertos, sino que los muertos desean, reclaman e intervienen en el mundo de los vivos. El punto es que, en la interpretación psicoanalítica de Despret, el rol que los muertos tienen en el trabajo de duelo es el de hacerse olvidar. Sin embargo, entiendo que hacer el duelo implica aceptar que el muerto existe y existirá en tanto recuerdo, desinvestir progresivamente el amor de ese objeto perdido y sustituirlo por otro no es sinónimo de olvidar y mucho menos de darle la espalda a la muerte. Pero, según Despret, es necesario disponer o estar disponible -algo que el trabajo de duelo anularía- para que el muerto continúe estando en nuestras vidas y ofrecerle un plus de existencia, un suplemento biográfico, una prolongación de presencia en nuestro mundo. Este, como dije antes, es el deseo de cualquier biógrafo y todo con lo que un lector entusiasta de biografías se quisiera encontrar. Sobre el vínculo paradójico, más de una vez problemático, que se establece entre biógrafo y biografiado, muchos críticos, sobre todo aquellos interesados en leer vidas menos totales que anómalas, se han proclamado a favor de la idea de escribir en colaboración, de un biógrafo que entre en diálogo con lo inapresable del personaje. El biógrafo va hacia el encuentro con eso que el otro “se lleva a la tumba”. La pregunta que se hace Despret, pero que ahora me hago yo en función de mis propios intereses, es ¿qué de lo que está en la tumba puede revivir, puede recomponerse? A esa pregunta, se suma otra: ¿quién es capaz de responder al poder de convocatoria que tienen los secretos cuando no ven la luz?

Hace un tiempo, vengo leyendo un mismo gesto en algunas biografías literarias escritas por autores latinoamericanos que se despliega no solo en una dimensión temporal sino también espacial. Una vida acoge a otra, le ofrece hospitalidad, le abre las puertas de su casa. Despret señala que esa disponibilidad del vivo se instaura cuando se hace responsable de acoger al muerto, de hacerle un lugar para que adquiera un modo de presencia. El problema geográfico espacial que implica un muerto, ¿dónde ponerlo/hacerlo habitar?, es también un interrogante sobre nuestro lugar. Acoger a otro en el espacio propio es también estar dispuestos a poner en desorden nuestras vidas. Diría, junto a Despret, que dejarse habitar por un muerto -y este no sería un buen augurio para el trabajo de duelo- puede ser un modo de revisar nuestro lugar en el mundo. “Las historias necesitan espacio y el espacio se crea en la capacidad que tiene la historia de poner en movimiento, de crear sentidos posibles que nos lleven afuera, que nos desvíen.” Cuando un biógrafo se convierte en el huésped de una vida ajena, se permite el encuentro no solo con lo desconocido del otro sino con lo que aún no conocía de sí mismo. A mí modo de entender -como no soy psicoanalista me desplazo hacia lo literario-, el vínculo de los biógrafos con lo muerto está dado por la capacidad de contar una historia, de disponer o configurar los materiales de modo que lo ausente retome su carácter de presencia. Y eso depende exclusivamente del trabajo que hace el que está del lado de la vida. El duelo, en ese sentido, para Despret, tiene un porvenir oscuro para el muerto en tanto la conversación -la conservación- se logra solo si se considera al muerto comprometido en el proceso de transformación conjunta con el vivo. Habría un componente activo en los muertos que propicia la actividad de los vivos. Los muertos reclaman porque quieren ser recordados, y son generosos porque se aparecen para cuidar de sus seres queridos: hacen hacer cosas, hacen soñar, modelan, fuerzan destinos. Despret se detiene en una cantidad considerable de ejemplos, de relatos literarios y no literarios sobre el vínculo que muchos mantienen con alguien querido que se ha muerto: “siento su presencia”, “me dijo en sueños tal cosa”, “hizo que pasara tal otra”. Poniendo el acento en el rol del muerto, Despret concluye que su intervención es para restaurar un posible orden perdido: los muertos están atentos para ayudar y colaborar con el mundo de los vivos. Ese razonamiento, el de Domínguez cuando Clarita lo ayudó, de suponer que el muerto actúa por tenacidad de lo vivos tiene una potencia literaria que es la de producir un enigma. Ahora bien, la diferencia está en dónde se hace el énfasis: en la vida, que es donde a mí me interesa hacerlo, o en la muerte, que es donde lo hace Despret. Si le adjudicamos una existencia real y simbólica al muerto, un modo de participar activamente, le retiramos el carácter enigmático que supone la muerte y que nos hace tambalear frente a ciertos sucesos que exceden nuestros sentidos. En cambio, si el acento está en qué hacemos los vivos con eso que en ausencia no deja de presentarse, si mantenemos el “como si me hubiese querido decir algo”, aprendemos a correr el riego de vislumbrar un mundo desconocido. No identificarlo, no nombrarlo, no materializarlo, sostenerlo en la extrañeza de su aparición, en su carácter de evento. Y habría que admitir que no hay otra opción que la de hacernos víctimas de eso que sucede independientemente de nosotros, dejarnos afectar por lo nos rebasa y nos desborda. En palabras de Anne Doufourmantelle, “Correr el riesgo de la inmanencia es rechazar cualquier trasmundo, como decía Nietzsche, y apostarle solo al mundo de aquí, que no obstante rebasa infinitamente nuestra percepción.” 

El plus de existencia del que habla Despret se vuelve mucho más atractivo si, en lugar de desatender el trabajo de duelo por el hecho de que viviríamos una vida apelando solo a nuestros recuerdos, pensamos en lo inquietante que es el hecho de que algo regrese. No tanto qué es lo que regresa sino la sola idea del retorno que por sí mismo vuelve extraño lo familiar. Y así poder estar dispuestos a responder al llamado del secreto mejor guardado, como los biógrafos responden a desenterrar lo escondido y olvidado. Es trabajo del vivo sostener el “como si” en un eterno vaivén, antes que darle voz a lo muerto, implica revivirlo, como fábula o creación, en el relato de los recuerdos.

 

  • (Actualización agosto – setiembre 2022/ BazarAmericano) 



9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646