diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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La literatura es la sombra de la buena conversación
En 2019 le pedí a David, dueño de El Barquero, una librería de Necochea, que me reserve un ejemplar de Varia imaginación. La edición, de Beatriz Viterbo, estaba descatalogada y era muy difícil de conseguir. En los estantes de El Barquero vi por primera y única vez ese ejemplar “incunable”. Vi otros también, uno produjo una marca: las crónicas de Marcel Proust traducidas para la editorial Santiago Rueda, única edición en Argentina desde entonces –pocas veces me he enfrentado a un castellano tan complejo, con las marcas evidentes del pasaje de una lengua a otra–. De Varia imaginación me atraía el título (como luego me atraería En breve cárcel), que proviene de un poema gongorino y que coincide con otro texto fundamental de la literatura argentina, Sombras suele vestir, de José Bianco, que abreva en el mismo poema de Góngora para crear el nombre de su relato. Bianco y Molloy, entonces, parecieran dialogar a través de ese poema, quizás bajo la forma de un homenaje al maestro, quizás como las conversaciones que efectivamente existieron entre ellos, quizás como los personajes de Sombras suele vestir, que discuten largamente en la semipenumbra de un salón iluminado por un hogar. Lo decía Goethe, citado creo en Pedro Henríquez Ureña o Alfonso Reyes: la literatura es la sombra de la buena conversación.
Una voz
Para 2019, cuando pedí este libro a David, ya había leído Citas de lectura con total devoción. A ese título le siguió Vivir entre lenguas. Y ahora, después de tres años, logré dar con Varia imaginación en esta reedición de Eterna Cadencia. En el medio, tuve intentos vanos: compré Desarticulaciones y En breve cárcel, pero sólo los nombres, en un tiempo en que yo mismo me sentía desarticular lentamente, disgregado y encerrado por motivos ajenos a mí, me impidieron adentrarme en esas páginas, que aún conservo intactas y a la espera de ser recorridas. No importó ese desaire temporal que tuve con la escritura de Molloy: escuché sus conferencias, vi un pequeño documental en el que se la muestra en su casa de Nueva York. No puedo ahora, mientras leo Varia imaginación, despegar de su escritura la voz escuchada en esos meses.
Pequeña soledad
Compro el libro en la librería el Gran Pez, cuando ya está anocheciendo. Lo leo vorazmente después de cenar y, como ya es tarde, decido dormir, pero no logro conciliar el sueño, me quedo pensando en la fragmentariedad atrapante de esa escritura, entonces me levanto, prendo la lámpara y vuelvo a leer, hasta que termino el volumen. Recuerdo que me ocurrió lo mismo con los dos libros anteriores: leí sin freno y volví, los días siguientes, a repasar esas notas, esas escenas, como para terminar de asimilarlas o incluso para aprenderlas y reproducirlas, luego, en reuniones con amigos y amigas. Varia imaginación, Vivir entre lenguas y Citas de lectura forman una trilogía perfecta: las imágenes, las anécdotas y hasta las palabras se repiten, vuelven a ser dichas una y otra vez, y la vida se diluye en escenas de fábula y literatura –la autora puede jactarse de ser la única escritora que estuvo con Borges en la sección de ropa interior de un hipermercado–. En la confluencia de la vida con la experiencia literaria, y esencialmente con la lectura, Molloy persigue una forma a partir de la cual imprime un sello personalísimo en la tradición autobiográfica argentina; sello que tal vez haya sido desarrollado incipientemente por Victoria Ocampo. En sus libros, la autoreferencialidad puede ser dominante, pero siempre logra ubicarse al servicio de la literatura: un viaje a Misiones hace recordar el momento final de “A la deriva”, de Horacio Quiroga. A su vez, la literatura se pliega sobre la vida, la hace llevadera, cuando una joven lectora transita por las calles de Buenos Aires repitiendo de memoria parlamentos de Racine, intentando paliar una separación amorosa. Para Sylvia Molloy, la literatura, como la vida –la suya–, implica un movimiento, un tránsito: territorial, pero también lingüístico. Su obra se vale de argumentos, citas y palabras propias y ajenas, como si no existieran bordes entre lo leído y lo escrito, entre lo visto y oído. En esos itinerarios trilingües se asientan sus reflexiones y experiencias sobre la lengua y la traducción, que acaso merecieran un estudio pormenorizado. Esta concepción de la literatura se transformó, con el tiempo, en algo fundamental para mis formaciones afectivas e intelectuales, que para el caso son lo mismo. Cuando yo me preguntaba si era connatural a la literatura argentina la condición traductora, Sylvia Molloy, junto con María Teresa Gramuglio, me permitieron observar que, si la literatura es tránsito, esa condición no es únicamente válida para la literatura argentina, por periférica, sino para todas las literaturas nacionales o regionales, en mayor o menor medida. Y algo más: cuando la vida se desarticulaba, encontré en sus fragmentos un lugar donde estar mejor. Quizás es por eso que celebro tanto la reedición de este libro y la concibo como un triunfo personal, como cuando en una librería de usados, hastiados de revisar bandejas, encontramos un título inhallable y decimos, en nuestra pequeña soledad, acá estabas.
(Actualización agosto – septiembre 2022/ BazarAmericano)