diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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El fantasma de las emociones
La leyenda del muñeco de nieve, de Francisco Bitar, Buenos Aires: Marciana, 2022.

¡Qué emoción cuando cae la primera nieve! Despertarse con el jardín de casa todo cubierto de cristales blancos. Es uno de mis primeros recuerdos de la infancia. A la tarde del día anterior, ya se puede presagiar lo que vendrá por los nubarrones preñados, el aire frío. En la última luz del día o ya entrada la noche, bajo la luz de un farol empezaban a asomarse tímidamente los primeros copos de nieve, aun tan frágiles que se derretían cuando los intentabas cazar con las manos. Y el día siguiente nace con una manta blanca. Las formas de los autos aparcados se ablandaban bajo la capa de nieve, los arbustos y los árboles, las calles y las casas se volvían mágicos. Ya con el desayuno en la mesa, mi padre volvía a la cocina para tomar el café tras barrer la nieve en la escalinata de nuestro jardín hacia el portón de la calle. Cuando la nieve se compactaba con los días bajo nuestros pasos transformándose en una especie de hielo mugriento, mi padre esparcía sal en los caminos y lo congelado se derretía. No todos los inviernos caía mucha nieve, pero sí, en mucho más invierno caía nieve que ahora. Hoy en día, los inviernos de Berlín se parecen cada vez más a los inviernos de Santa Fe, tibios, con algunas lluvias y tormentas, sin mayores sorpresas. La nieve parece haber entrado a los reinos de los cuentos de hadas. Y la más nueva novela de Francisco Bitar justamente desde su título alude a un cuento de hadas, El muñeco de nieve, del escritor danés Hans Christian Anderson. 

La leyenda del muñeco de nieve, de Francisco Bitar, fijémonos que pone “leyenda” y ni “cuento de hadas” ni “mito”, no es, sin embargo, lo que comúnmente se entiende bajo la definición de una leyenda. Es, más bien, una especie de novela-ensayo o ensayo-novela o novela-crónica o crónica-ensayo. De todas maneras, explora el reino de lo híbrido, de las ambigüedades, de los cruces impuros y de los intersticios irritantes.

Este texto es el resultado de una trayectoria, de haber publicado libros de poemas como Negativos (2007), El Olimpo (2009), Ropa vieja: la muerte de una estrella (2011) y The Volturno Poems (2015), los libros de cuentos Luces de Navidad, Acá había un río (2015) y Teoría y práctica y las novelas El tambor de arranque (2012) y La preparación de la aventura amorosa (2021). Todas esas incursiones en diversos géneros literarios fueron necesarias para plasmar su más reciente producción, La leyenda del muñeco de nieve. En este libro nos enfrentamos con una escritura avanzada, que de alguna forma ya estaba encaminada en el libro anterior, La preparación de la aventura amorosa. Debo confesar que cuando leí La leyenda… estaba yendo en micro desde Santa Fe a Rosario; también que la leí en varias etapas, para serles honesto –una forma de lectura que quizá habilita el dispositivo electrónico, en este caso, el teléfono. Así que empecé a hojearla medio saltando el primer capítulo llamado “Los preparativos“ –que me sonaba un poco pedagógico– para buscar lo que yo sospechaba sería lo más jugoso del libro, el capítulo que se llama  “La leyenda“. Lo empecé a leer, pero me colgué, después seguí saltando más páginas y entré en una zona que se puede describir como el ancla autobiográfica del texto. Ahí esboza su autor con muy pocas y acertadas pinceladas la historia de su padre, un ser misterioso en los ojos del hijo, que tenía sus idas y vueltas con la familia, amores entre viajes, nuevos trabajos y tareas y amores. Las aspiraciones de progresar. Siempre había una vuelta, una añoranza. Una vuelta que se realizaba cada vez con menos fuerza, con menos convicción en un camino al desencantamiento. Y ahí encontré en un párrafo en el que Francisco hace una comparación directa con el cuento de Anderson: “Mi padre -escribe el narrador– era como uno de esos muñecos de nieve”. Entonces empecé a leer la novela de nuevo, esta vez desde la primera página y palabra por palabra.  

Y puedo decir ahora que la belleza de esta novela radica en su estructura, en la forma en que se incrusta el contenido en su forma. Que las tres partes se entraman de modo que no solo se nos acerca al personaje del padre y a la figura mítica del muñeco de nieve acá personificado en el relato sobre Wakefield –en realidad ningún invento– sino  a un personaje prestado del homónimo cuento de Nathaniel Hawthorne de 1837 (“que lleva un nombre acorde a su naturaleza y a su tiempo”), un tipo con muchas dudas que ante el desafío del amor retrocede. Wakefield lleva un nombre que alude al campo, a la vida rural, un poco al Wild West, a las películas tipo Western. Pero no solo el destino de Wakefield, que va a fracasar tanto en el amor como en la vida –¿por qué ocultarlo aquí?– sino también el libro entero puede si no leerse como una metáfora de la Vergänglichkeit, si me permiten citar este concepto en alemán que se maltraduce como “lo transitorio“, “lo efímero“, “lo fugaz“, “lo caduco“… que es, en fin, la vida. Sin embargo, la novela no es un gran canto, es más bien un acotado comentario literario, incluye ideas brillantes, reflexiones sobre la relación entre la literatura y la escritura, entre el sentido del relato que va a quedar siempre excluido del relato mismo, según el narrador, según Bitar. La razón queda afuera, o como bien lo formula el autor al comenzar su libro con esta constatación: “El origen del muñeco de nieve se pierde en la noche de los tiempos”. El libro de Bitar puede leerse como una vuelta lúdica y algo nostálgica sobre esos orígenes perdidos, explorando la noche de los tiempos, en la búsqueda vanidosa de encontrarle un sentido, una razón de ser, a la leyenda.

Pero quiero volver a lo de Hans Christian Anderson. No sé si todos conocen el cuento del escritor danés. El título original de su cuento es “Sneemanden”, que sería el “hombre de nieve”. Fue publicado en Copenhague en 1861. La crítica ha leído en ese cuento “la visión trágica que el autor tenía sobre su propia vida”. Se cree que el cuento fue una manera de expresar su tristeza después de la separación de Harald Scharff, un bailarín del Teatro Real de Copenhague.

Voy a resumir brevemente el cuento. Ha nevado y unos niños hacen un muñeco de nieve en la calle junto a una casa. Como todos los recién nacidos el muñeco desconoce las cosas que lo rodean y se las explica un perro que vive en la caseta cercana. El perro le cuenta cómo cuando era un cachorro no le tenían encadenado en el frío exterior sino en el cálido interior junto a la estufa. 

En cuanto el hombre de nieve ve la estufa a través de la ventana de la casa queda fascinado con ella y no puede dejar de mirarla extasiado. 

Cuando llega el calor primaveral el muñeco de nieve se derrite y el perro ve explicada la pasión del hombre de nieve, cuando lo único que queda de él es el objeto que los niños habían colocado en su interior como soporte, el atizador de la estufa. Para unos críticos esa imagen final, es una imagen homoerótica.

Si podemos leer el cuento de Anderson como una alegoría de una atracción fatal, de un amor trágico, de una relación tóxica: un muñeco de nieve anheló lo que lo va a destruir. Una estufa prendida y su calor. En tal línea podríamos leer La leyenda del muñeco de nieve como una metaleyenda, un cuento sobre la construcción de una alegoría doble: la alegoría del amor insano (como habíamos dicho) y la alegoría del acto de narrar.

El amor en Bitar existe o ha dejado de existir, o sea, es inexistente y a la vez se viene reintroduciendo en el relato en varios niveles. Si dije que hay una lectura metaficcional, es justo ahí donde se encuentran los vestigios de un amor -incansable e insaciable- por la literatura, la pasión clarividente de Bitar de jugar y analizar (que no es lo mismo, pero lo hace en paralelo) las herramientas de la literatura contemporánea.

Después, en nuestro camino por el bosque frondoso de los signos de esta novela está el amor entre pares, el amor de pareja, el amor pasional y físico, el amor que es la sucesión y consecuencia de un primer amor, un primer encuentro que inaugura el lenguaje del amor, ese primer amor que marcará para siempre nuestros modos de relacionarnos en las parejas que siguen. Según Bitar siempre quedará la impronta de este primer amor – y quizás ahí, en esa teoría del amor romántico se encuentran ciertas huellas del folclor local santafesino, de las letras de la cumbia santafesina, ciertos ecos de un neocostumbrismo que estaban más perceptibles en la primera novela de Bitar, El tambor de arranque, y en los primeros poemas e historias orales.

De todas formas, la novela no se repliega ahí, sino que se abre aún más en la tercera parte. Cuando entra en el juego el amor familiar. El amor entre padres e hijos o en este caso concreto, el amor complicado y frágil, a veces muy distante, a veces a gotas entre el padre del narrador (que no se confunda con padre del autor Bitar) y el narrador (que no se confunda con el autor). Sin embargo, sí, la novela se desplaza hacia una cierta zona de fusión entre lo biográfico y la ficción. Y nos enseña que las familias no solo son “todo lo que se pudre” como lamenta un verso de Fabián Casas, sino que son formaciones que existen más allá de la muerte de una madre o de un padre. Lo trágico resulta que aquellos cadáveres vuelven como fantasmas interfiriendo en la vida y las relaciones de sus parientes, a veces de modo traumático. Pero también son disparadores para escribir, para buscar la brecha que nos deja salir a cancha libre. En todo caso, La leyenda del muñeco de nieve es una novela seria, para no decir lúgubre o poco esperanzadora, pero que yo, a pesar de eso y quizás por eso, disfruté mucho. Creo que a partir de su lectura pude hablar otra vez de emociones, de este aroma agridulce que en ese mismo instante me devuelve a mi padre fallecido tras una agonía de siete años el diciembre pasado. Un espectro que aun dirige mis pasos por esta colina boscosa cerca de la casa donde crecí que tantas veces recorrimos juntos bordeando el cementerio y que se abre en su punto más alto a un claro desde donde aficionados lanzaban sus planeadores modelo hacia el cielo.

 

(Actualización mayo – junio 2022/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646