diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

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La poesía como huella de la historia
Campo Albornoz, de Osvaldo Aguirre, Montevideo, HUM, 2010.

Lo primero que uno se pregunta es: ¿qué es Campo Albornoz? ¿Dónde queda? La respuesta no se hace esperar, ya que Osvaldo Aguirre (Colón, Buenos Aires, 1964) abre su libro con ella: “…era el nombre de un paraje que surgió alrededor de una estancia, en el sur de la provincia de Santa Fe”. Aunque la estancia fue fraccionada y desapareció, y el paraje no figura en los mapas, “el nombre persistió en el habla de la gente del lugar, como un punto de referencia en el tiempo y en el espacio”.

A continuación, una cita de Georges Pérec establece el significado simbólico del lugar como “huella” de la relación que se establece entre una persona y su historia. Espacio, pero también tiempo. La cita revela que un mismo espacio puede adquirir connotaciones diferentes: para algunos, “lugar de pruebas e incertidumbres”; para otros, “lugar de memoria”. En sus poemas, Aguirre va a explorar ambos significados.

El poeta había precedido su libro El General (2000) con una cita de John Berger, otro escritor que también se ha ocupado de narrar en sus novelas la experiencia rural europea: “la escritura se convierte en una lucha por dar significado a la experiencia”. No importa cuán mínima (o in-significante, de acuerdo con ciertos estándares) parezca esa experiencia. Lo importante es establecer de antemano que tiene un significado. Y que hay que encontrarlo y revelarlo. Sin embargo, no es tarea fácil: notemos la metáfora de la “lucha” en la cita.

En estos poemas, la revelación de ese significado nunca asume -como podría esperarse-la forma de una conclusión general sobre el sentido de la vida o la estructura del silogismo, con la correspondiente conclusión a la que se llega luego de enunciar las premisas. En cambio, Aguirre parece confiar en que la sola narración de los hechos y el ordenamiento de los datos y detalles son suficientes para que el lector mismo encuentre el significado.

En “Diario íntimo”, por ejemplo, un hombre lleva el registro de la siembra, de la cosecha, de la lluvia y el granizo, y la estadística comparativa del rendimiento de la cosecha en distintos años. Todo está contado en un estilo casual y coloquial: “No se hace líos / con tantos números / pero a fines de marzo / como maleta de loco / lleva ese cuaderno / uno que guarda / de la escuela rural, / forrado con papel azul.” Pero la aparente incongruencia del título con el texto que sigue conduce a una interpretación apenas sugerida por la estrofa final: “Y tiene una letra / tan clara / que parece dibujar / sobre las líneas / de la hoja, bien parejos, / los surcos de soja.” Por una parte, los géneros textuales (el diario íntimo, el cuaderno de deberes de la escuela) adquieren otros usos; en este caso, el registro del trabajo en el campo. Por otra parte, la imagen del mimetismo remite a esa antigua analogía entre el trabajo de la siembra y el trabajo de la escritura, el boustrophedon, un constante ir y volver por los surcos. La letra sembrada sobre la página, parece decirse sin decirse explícitamente, es como la soja: se cosecha lo que se siembra, la labor da recompensa. Y, finalmente, la vida de este hombre está tan ligada a su trabajo que su cuaderno de notas equivale a su diario íntimo.

La confianza en el poder revelatorio de la narración despojada es aún más extrema en “Vademécum”: simplemente se enumeran los “remedios” caseros, sin comentarios ni notas al pie. El poema es un mini-manual de medicina rural. La única posible presencia de un hablante “forastero” podría ser la observación de que estos son “Viejos remedios,/ aunque también les dicen mañas”, como si un visitante necesitara un glosario o un traductor para entender el lenguaje local.

Precisamente, se trata de describir y entender códigos. En el poema “Al que se va sin saludar”, una perra le recuerda a un hombre (¿el poeta mismo, que está de visita?) los “códigos” de conducta que debe seguir, en este caso el saludo obligado al irse. Nos recuerda el poema “The Code”, en que el poeta norteamericano Robert Frost tematizó las consecuencias de desconocer (más gravemente todavía, ignorar) ciertas reglas de conducta que rigen algunas poblaciones o lugares de trabajo. Todo este libro puede leerse como un manual de los códigos que rigen Campo Albornoz: los rituales que se siguen, los personajes que todo el pueblo conoce, las historias pasadas, el origen del lugar y de ciertos usos y costumbres. Aguirre no hace concesiones: “A las corridas” es el recuento de una “tragedia rural” y de las supersticiones respecto de la mala suerte, una masacre que habla en contra de un supuesto “idilismo” idealizado de la poesía bucólica.

Reconocemos el ritmo conversacional tranquilo, casi sin sobresaltos, un corte de verso constante y esperado, porque Aguirre ha estado experimentando con esa métrica (o casi métrica) durante años, en libros anteriores, como el ya mencionado El General y Lengua natal (2006). El uso de expresiones coloquiales y camperas es otro rasgo que se destaca en los libros de Aguirre. Tiene un oído agudo para captarlos, pero los usa en sordina, de un modo tal que no hacen “ruido”, que no son jactancia de poeta gauchesco de la ciudad (como diría Borges), sino que están entreverados en el discurso de la manera natural en que ocurren en la realidad. Tan poco le cuesta, que parecería que es parte de su habla misma.

Hace acordar a la poesía gauchesca, pero no es exactamente lo mismo. Sería más bien una especie de “pueblesca”, o poesía rural, que reconoce quien haya vivido alguna vez en un paraje semejante a Campo Albornoz. Para ese lector, este libro es un ejercicio de memoria por analogía. Para otro lector, es una invitación a un paseo guiado por el campo. Aguirre recupera, finalmente, lo que la memoria de los habitantes del lugar no ha olvidado. Los registros del pasado que han desaparecido permanecen firmes en la memoria colectiva, como esa escuela que ya no existe físicamente, sino como “huella” (volvemos al epígrafe de Pérec): “donde ahora no se oye / voz humana ni corre / más que el viento, / o el simple abandono, / ni hay cosa que diga / de nuestra vida.” Ser la huella de la historia, decir de nuestra vida: son funciones de la poesía.


(Actualización diciembre 2010- enero 2011/ BazarAmericano)

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646