diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Bajo el pretexto de la edición reciente de Blaia, último libro de Marcelo Díaz (Bahía Blanca, 1965), reseñado por Jorge Posada en esta misma actualización de BazarAmericano, le hicimos un reportaje para charlar sobre la doble residencia de estos poemas (Cáceres, Ediciones Liliputienses, 2013 y Bahía Blanca, 17 grises, 2015), sobre la escritura y sus modos de pensar las prácticas artísticas y culturales.
Blaia es un libro sobre los recorridos, los trayectos transformados en crucigramas, mapas, túneles de topos y hasta electrocardiogramas, pero es más bien un libro sobre el recorrido para llegar a la escritura, en más de un sentido. El recorrido, en principio, no es lineal ni está impulsado por una meta, sino que exhibe la posibilidad de avance por atajos y caminos sinuosos, espiralados y a la vez da cuenta de los obstáculos, por eso el topo “negocia un equilibrio entre sus necesidades y los accidentes del terreno”, por eso el que recibe el preciado regalo del electrocardiograma no sabe leerlo pero cree que puede cantarlo. Cuando Marcelo Díaz cita la poesía provenzal o apela a Greil Marcus, a Alexander Kluge, incluso cuando introduce las imágenes de mapas o fotos, o cuando se mete de lleno en las vestiduras del barroco del siglo de oro, en Diesel 6002, y además cita a Nino Bravo o introduce un cisne de cemento, no está equiparando materiales, está armando trayectos, contactos; cada uno lee al otro, lo moldea, lo saca de caja. Así, el escritor podría pensarse bajo la figura del artesano que se sabe poseedor de un pasado y tiene un ojo, un oído afinadísimo en el presente; es decir que se trata de un artesano que no le teme a la producción en serie, a lo industrial, ni a su resaca. Lo artesanal está en el trabajo con los materiales y lo artesanal es siempre artístico (por más que sea industrial). Podría decirse, inclusive, que se trata de un artesanado fabril, aunque suene a oxímoron, porque ahí el trabajo manual admite otras formas, adquiere la dimensión de lo colectivo y habilita el sabotaje. Si pensamos en “Preguntas de un obrero que lee” de Brecht, ese poema sobre lo que hay detrás de la historia entendida como sucesión de hitos (“¿A dónde fueron los albañiles la noche/ en que fue terminada la Muralla China?”; “César derrotó a los galos./ ¿No llevaba siquiera cocinero?”) podríamos estar cerca de la idea de escritura de Díaz, siempre sobre el revés de una trama; y sin embargo, habría que agregar allí una cuota de azar, o de gesto inédito que se construye a partir de una premisa retomada en este reportaje: “Es lo que hay”, en su doble apreciación de exceso y de falta. Uno y otra son, además, formas de la falla: la falla del artesanado en el enorme cisne de cemento del poema de Berreta (“Once maneras de contemplar un cisne”), su recorrido del lago poético al jardín familiar, como macetero; la falla industrial en las vías de Diesel 6002 por las que corre el rapto amoroso. Se trata, siempre, de la falla de la lengua, aquella en la que impacta el ruido del tranvía robado por una loca (porque la hace sonar diferente). Lo artesanal es, entonces, más que un tratamiento de los materiales del poema, una posición ante ellos, una posición móvil que pone en relación a Greil Marcus o el punk con la poesía provenzal, al amarillismo periodístico con Quevedo. Moverse artesanalmente y resituar cada signo a partir de lo que trae aparejado, todos los significados posibles, pero también, a partir de sus fallas, del momento en que enloquece y empieza a hablar otra lengua, situada y sacada de lugar y otra vez situada.
1) Publicaste hasta ahora cuatro libros, Berreta (1998), Diesel 6002 (2001), Laspada (2004), la recopilación Es lo que hay (2010), Díptico para ser leído con máscara de luchador mexicano (2013) y Blaia (2013 y 2015). ¿Cómo explicarías la transición entre uno y otro?
No sé si pueda explicar una transición, es decir, no sé si hay transición entre un libro y otro, lo que se ve, más bien, es discontinuidad… Los dos primeros, aunque son muy diferentes, tienen sí un punto en que se tocan: el último poema de Berreta es “Las ruinas de Disneylandia”, un collage de frases escuchadas, amigos hablando de otros amigos, y todo Diesel es también un collage, pero de frases tomadas de noticias periodísticas. El tratamiento del material es totalmente distinto, pero la motivación es la misma, trabajar con materiales dados, con palabras del registro oral o de los distintos registros periodísticos. Pero me parece que hasta ahí llego. El tema es que vivo metido en varias actividades y proyectos artísticos o culturales a la vez y me cuesta separar la poesía de eso. Desde el mateísmo, en los 80, hasta mi trabajo actual en un museo, para mí la escritura va ligada a muchas prácticas y a mucha gente: pintura, música, espacio público, grupos de trabajo, grupos de crítica, talleres, lectura obviamente, gestión de algún espacio, textos, investigación, entrevistas, teatro. Hubo años en que llevé cuatro o cinco actividades distintas a la vez, y todas implicaban escribir. Y básicamente trabajé con mucha gente, de la que uno, si se deja contaminar, aprende. Así que tal vez la transición esté ahí afuera, entre una y otra actividad, y entre las muchas voces cercanas, en el acuerdo y en la discusión, donde seguramente incubaron preocupaciones y entusiasmos, y modos de abordar la escritura. Pero claro, los libros se desentienden de todo eso, y aparecen sueltos, entonces entre libro y libro hay unos saltos medio inexplicables. Pero no es algo que me moleste, al contrario. Y tampoco es que sea capaz de hacer otra cosa, funciono así, es lo que me mueve.
2) Respecto a las experiencias distintas de escritura que podrían adivinarse en la lectura de cada libro: ¿Tenés una idea de obra? ¿Hay una poética o cada libro implica un reposicionamiento de tu modo de escribir?
No, no tengo idea de obra, no pienso en eso, pienso en el libro que estoy escribiendo, y en ese proceso no tengo presentes los libros que ya escribí y mucho menos proyecto libros a futuro. En general, cuando empiezo la escritura de un libro voy bastante a tientas, reúno mucho material ajeno, pruebo, encaro, me extravío, me vuelvo a encaminar… exploro, disfruto mucho ese momento, básicamente es eso. Hay procedimientos e intereses que son recurrentes, pero más que de poética hablaría de tener puntos de referencia, coordenadas como para orientarme en la escritura. Me los digo a mí mismo más o menos así:
A – Copiar y Pegar es bueno: si diste con una entrevista, una carta de amor, una arenga política, una tarjeta postal, una canción, etc, etc, y necesitás eso para lo que estás escribiendo, cortá y pegá, y mandalo directamente así en tu texto. Después se mezcla, o no. Después se ve si ese libro es de poemas o de qué (y tampoco importa tanto).
A1 - Como un documentalista, o un director de cine que arma una banda de sonido con música compuesta por otros, y consigue que ese material ajeno se vuelva una marca personalísima (Tarantino, ponele) así armar un poema que contenga palabras, música, imágenes de otros mezcladas con las propias.
B –
C – Arreglarse con lo que uno tiene a mano. “Lo que ves, es lo que hay”. Un principio de realismo, un motor de acción puntual. Le entregan a un entrenador un equipo que necesita salvarse del descenso, le dicen señalándole a los jugadores “Lo que ves, es lo que hay”. Estamos haciendo una revista, vemos el material que tenemos para este número: lo que ves, es lo que hay. Fin de mes, abrimos la heladera para cocinar algo, y lo que ves, es lo que hay. ¿Es una frase derrotista, resignada? ¿Es una apuesta al ingenio? El subtitulado para otros países diría “¿a ver qué podemos hacer con esto?” No hay excusas: se hace con lo que se tiene, para tratar de conseguir (o a veces descubrir) lo que se quiere. Rige para el arte, la política, la búsqueda de ovnis, la gestión cultural, la vida cotidiana. Es nuestro Do it yourself, porque va en contra de la idea de que hay que comprarlo hecho o aceptar sin más las condiciones que te impone el medio para hacer, pero es más amplio, porque hay algo deceptivo en la frase, deja entrever que “lo que hay” es menos que lo que necesitás, por un lado te invita a la resignación y por el otro te propone un desafío: si no pelamos imaginación, acá no pasa nada!, además de que no tiene esa cosa molesta del imperativo. Una vez que el ciclo se completa, podemos celebrar y llegar a la conclusión de que lo que había era mucho más que lo que se veía (en parte, esa es la apuesta, que entre lo que hay aparezca lo que no se ve, lo que existe sólo como potencia), pero no conviene anticiparlo, primero hay que hacer el recorrido, porque, como dice Tu Sam, puede fallar.
D – La poesía es omnívora y polimorfa. En Noticias de la antigüedad ideológica – Marx/Eisenstein/El Capital, la película de Alexander Kluge, Hans Magnus Enzensberger dice que Eisenstein trabajaba con enorme cantidad de material, “un exceso de notas” dice, e iba filtrando, y a eso lo llama El método de la ballena de Eisenstein, porque la ballena abre la boca para que entren grandes cantidades de agua, y va filtrando, como un cedazo o un colador, lo que queda en sus barbas: plancton, kril, copépodos, larvas, y así debía proceder Eisenstein, dice, filtraba y algo quedaba, porque trabajaba con muchísimo material y daba una sensación, dice Enzensberger, de mescolanza, de que todo era posible. Me encanta eso, el método de la ballena, juntar material y material y material, para después filtrar y que te quede algo minúsculo, que es tu alimento. El trabajo, que a mí particularmente me demanda tiempo y paciencia, es ensamblar esos materiales de procedencia dispar, que traen su historia, y su marca, y armar con eso, con la materia heterogénea del mundo, un lugar habitable. Un lugar habitable es un lugar que te permita, en principio, reconocerte, reconocer a los demás, y también imaginar, crear imágenes de otras vidas posibles, imágenes en las que el mundo puede ser de otra manera. Si no hacemos del lenguaje un lugar habitable, si no podemos encontrarnos en él, difícilmente podamos encontrarnos en ningún otro lado, más cuando se va en caravana atravesando el desierto neoliberal.
3) En algún reportaje dijiste que en tu computadora tenés una carpeta cuyo título es Blaia. ¿Qué hay en esa carpeta? ¿Su contenido excede el libro?¿Hay una carpeta llamada Sintonía Americana?
Tengo una carpeta Blaia, una carpeta Sintonía Americana, una carpeta Diesel. Y cada una tiene subcarpetas: Imágenes, Audios, Videos, Textos de Respaldo, Versiones, y cada una a su vez con subcarpetas de subcarpetas que fueron surgiendo más o menos como temas: Mapas, Collage, Topos, Trovadores, y así. Y una carpeta Etc., a donde van a parar cosas que ni yo sé qué relación tienen con lo que estoy escribiendo, pero que por algún motivo creo que más adelante pueden sumarse. Dicho así parece más ordenado de lo que el proceso verdaderamente es, en realidad el modus operandi es como el de un chatarrero, un chatarrero que va juntando signos usados.
La carpeta Blaia tiene imágenes así, algunas son collages que hizo Natalia Martirena en base a algunos textos
Y tiene el texto de José Sazbón sobre Shakespeare, Marx y el topo, que en su momento me acercó Nicolás Testoni. Y Rastros de Carmín, de Greil Marcus. Y también algunas canciones, los audios. Un libro en papel no admite sonidos, pero habíamos pensado con mi hermano, Christian, y con Guiyo Goicochea, de 17 grises, en algún recurso que permitiera la aparición de música (un código, una web, una descarga en el celular) para leer algunos textos mientras suenan fragmentos de The Clash, Gang of Four o Sumo. Pero el problema con la música es que tiene un cerrojo de copyrigth, citás algo y te exponés a un juicio. Así que eso lo descartamos.
La carpeta Sintonía Americana tiene, por ahora, mucho texto: “El Manifiesto Antropófago”, de Oswald de Andrade; Contra la originalidad o el éxtasis de las influencias, de Jonathan Lethem; Narración colectiva y cultura popular, de los Wu Ming; “El escritor argentino y la tradición”, de Borges, y así…
Y unas cuantas imágenes de ballenas, una, la primera de la serie, de una ballena en Villa Mitre, en 1941, que trajeron en tren para la jabonería El Puma, que estaba a orillas del Napostá, frente a la Estación Rosario, para utilizar la grasa.
Estaba escribiendo una especie de crónica o aguafuerte con la ballena a orillas del Napostá, cuando el Ministro de Economía y Finanzas, Prat Gay, dice, para justificar los despidos de empleados públicos, que hay que quitar la grasa de la militancia del estado, y ahí se gatilló una neurona y se apareció Hobbes, porque el discurso del Estado como organismo, que derivó en el discurso médico-político de todas las dictaduras (diagnosticar la enfermedad y practicar “cirugía mayor”, esto es: amputar la zona afectada para salvar al resto del cuerpo social), es hobbesiano, justamente planteado en Leviatán, que aunque en Hobbes es un monstruo antropomórfico, en la tradición bíblica medieval es un monstruo marino, una ballena, como la que devuelve a Jonás a la costa en la que se rendía culto a un dios pez, Dagón, cuyos sacerdotes usaban una túnica con escamas y cubrían su cabeza con un gorro que simulaba la cabeza de un pez de donde deriva la mitra, el gorro del Papa, que así vendría a ser otra especie de ballena o pez, y el versito que repite: no le des pescado al pobre, enseñale a pescar, repetido por gente a la que lo último que le importa en el mundo son los pobres, y la multiplicación de los peces por Jesús, que también fue pez, ichtus, la contraseña secreta que utilizaban los primeros cristianos para evitar ser descubiertos y perseguidos, ichtus, que es un acrónimo de "Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador", y también es el título de un fragmento de La Nueva Novela, de Juan Luis Martínez, ichtys, que habla de Jesús pez y ballena, y que incluso trae un anzuelo! un anzuelo real, de metal, pegado a la página del libro que le compré al mismísmo Juan Luis Martínez, en el 90, en la librería que tenía en Viña, cuando viajamos a Chile para un encuentro de poesía con Omar Chauvié y Sergio Raimondi, que me trae la foto de Sarmiento muerto, la foto que le toman a Sarmiento cuando muere, en una mecedora, me acuerdo que una tarde me muestra esa foto Sergio, hace bocha de años, y me dice “mirá, parece una ballena encallada”, Sarmiento, el tipo que soñó el estado moderno en Argentina, y dedicó la vida a eso, encallado ahí, entre un mundo y otro, como la bestia incómoda que es, y el Estado Leviatán al que hay que sacarle la grasa, y la ballena a la que la jabonería El Puma le quita efectivamente la grasa, para usarla en su producción industrial, y deja ahí sobre una chata en Villa Mitre, pudriéndose al sol, la parte que no produce ninguna ganancia, 40 toneladas de ballena pudriéndose al sol mientras Prat Gay habla y tira números y sueña con un mundo diet, con un Estado sin grasa, ni azúcar, ni sabor, ni olor, ni personas… Bueno ¿qué hacer con eso? Todavía no sé, porque cuando ese encadenamiento asociativo arranca parece que no para nunca, y se abre en demasiadas direcciones, y es medio enloquecedor. Así que acumulo todo lo que se arrima, hago archivo, hago una pausa, junto paciencia, y empiezo a filtrar y a escribir.
4) El modo de trabajar suena muy rousseliano, en las conexiones. O te sentís más identificado -pensando en las tradiciones de vanguardia clásicas - con el surrealismo, el cubismo, el dadaísmo o lo que podría pensarse como constructivismo ruso, a lo Rodchenko?
No, identificado no, me interesaron siempre las vanguardias, no todas tampoco, algunas más que otras, como una referencia, en sus planteos y también en su relación con el contexto y con la tradición, y me interesan mucho los procesos de apropiación de sus lenguajes desde Latinoamérica, los intentos de armar algo propio con lo ajeno. La antropofagia brasilera, el Borges de “El escritor argentino y la tradición”, y la propia obra de Borges, la lectura que hace Dalton de Brecht, que se ve en Taberna y en Las historias prohibidas del Pulgarcito, las maneras de ser “criollos del universo”, como Madariaga, hasta la propuesta de Alfredo Prior, de sacar patente de corso y saquear el arte universal. Todas figuras del mestizaje, distintas entre sí, que procesan a las vanguardias en contacto con otras cosas (el tupí, el paisaje, la cultura popular, etc.) y con plena conciencia de estar haciendo arte en la periferia. Ahora, si pensamos que hoy el concepto mismo de vanguardia ya no es operativo, y que, por poner un ejemplo, Oswald de Andrade poetizaba desde la periférica e industrializada San Pablo de principios del siglo XX, yo, que escribo en la recesiva Bahía Blanca de principios del XXI, es decir, en la periferia de la periferia y a casi 100 años de las vanguardias, tengo que ser consciente de que hay mediaciones y transformaciones entre ese mundo y lo que escribo, aunque muchas, obviamente, se me escapen.
Por ejemplo, si pienso en “collage”, no pienso solo en poesía o artes plásticas, también pienso en milanesas napolitanas, que es algo que en principio no existe ni en Milán ni en Nápoles ni en el mundo de las vanguardias. La historia es conocida: en el bar Nápoli, de Buenos Aires un cliente pide una milanesa, la milanesa se le quema de un lado al cocinero, y el cocinero, para salir del paso le agrega salsa, jamón y queso al lado quemado, previo rasparle el pan rallado, y la mete al horno, como si fuera una pizza. Y le dice al cliente que estaban preparando una nueva variedad de milanesas de la casa, la milanesa a la Nápoli. Para un comensal de Buenos Aires, Bahía Blanca, o cualquier ciudad en la que los inmigrantes italianos fueron legión, decís Nápoli y te aparece un gordo riéndose, con un delantal de cocinero manchado con salsa, abriendo los brazos para recibirte, mientras suena un acordeón y hay hombres y mujeres cantando y bailando en el fondo. Esto me interesa, acá hay ingenio, imaginación y creación verbal ante la necesidad, acá se inventa un mundo con elementos previos (incluidos los estereotipos) para salir del paso. El resto se adivina en el éxito rotundo de la milanesa napolitana, que sí, es riquísima, pero que en ese momento fue todavía más rica porque venía con un nombre capaz de evocar un mundo. Si el cocinero hubiese tenido la cabeza de un creativo publicitario actual, y hubiera dicho: “probate esta pizzanesa!” o “no hay quien se resista a la milanganizza!” hoy estaríamos todos con una dieta en base a sopa y arroz blanco, hubiera sido una catástrofe para la gastronomía popular y un riesgo para la integridad física del cocinero, porque las palabras hacen mundo. Bueno, eso es en términos amplios un collage, y lo es en varios niveles, en el de la milanesa propiamente dicha que de pronto se encuentra cubierta como una pizza, y en el de una hipotética e inverosímil fusión del norte y el sur de Italia en un bocado, pero muy lejos de Italia, en Buenos Aires. Hasta podríamos pensar en un texto símil borgeano como “El cocinero argentino y la tradición” (tomando todos los recaudos necesarios para gambetear un juicio de la Kodama).
5- Si hay algún resto de vanguardia periférica, ¿dónde te parece que estaría?
No podemos ignorar que el mundo que habitamos, desde el packaging a la publicidad, del diseño de indumentaria a la televisión, y todo lo que se puede encontrar en internet, tiene ya en su repertorio la retórica de las vanguardias, y eso no es producto del encuentro de la vigilia y el sueño, es producto del capitalismo. Existen más probabilidades de que el encuentro fortuito entre un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección se dé en Walmart, que en un museo (donde ya nada es fortuito, está lleno de curadores, historiadores, guionistas, montajistas), y Walmart además te permite comprarlos: te podés llevar las piezas por unidad, o las tres juntas en seis cuotas sin intereses con tarjeta de crédito, y armar en tu casa tu rincón surrealista. O tal vez ese encuentro se dé en un contenedor, en un volquete, entre objetos en desuso, y estemos ante un surrealismo de segunda mano solo apto para cirujas.
Agreguemos el cóctel de mundo que te ofrece la tele. Encendés el aparato y el noticiero te ametralla: un robo, un tsunami, 44 muertos en un atentado terrorista en París, un panda que anda en triciclo en un zoológico en Mozambique, estrella de cine en ascenso visita un hospital para niños enfermos de cáncer disfrazado de Batman, cuatro coches incendiados en una sola noche en Bahía Blanca, Donald Trump, en campaña, pelea simpáticamente con seis actores disfrazados de mexicanos (y los derrota). Y después viene el programa que te muestra fragmentos de otros programas, comentados por un staff de panelistas que no tienen mayormente idea de nada, pero son capaces de emitir, a los gritos y superponiéndose, una opinión instantánea sobre cada cosa que aparezca en la pantalla, del big bang a la muerte de Nisman. 24 horas al día de dadaísmo explícito y psicotizante.
El futuro llegó hace rato, y no es como lo esperábamos ¿no? Hay una sobreabundancia de signos que se entrechocan sin entrar en relación, descontextualizados, sin historia, sin peso. Signos flotantes que producen inflación en el lenguaje de la tribu. Palabras e imágenes que dicen una cosa y otra y otra y finalmente no dicen nada: amor, paz, justicia, felicidad, revolución, alegría. Es un mundo hostil envuelto en palabras e imágenes bonitas que se multiplican por segundo. Bueno, a mí lo que me interesa es trabajar con esos signos, que son duales (como mínimo), que nos enferman, pero a la vez nos constituyen, esa cosa babélica en la que estamos inmersos. Los escucho y los pronuncio en el quilombo, trato de rastrear sus puntos de encuentro, que son construcciones de sentido, no de un sentido lineal y único, sino más bien constelaciones de sentidos, constelaciones políticas, afectivas, subjetivas, lo que implica también historizar y localizar, y atraerlos a una canción en la que se rocen, entren en conflicto, se retroalimenten, negocien, se rechacen o se mezclen.
(Actualización marzo – abril 2016/ BazarAmericano)