diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Editora

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Osvaldo Aguirre
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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
/  Ana Porrúa

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/  Antonio Carlos Santos

Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

Javier Eduardo Martínez Ramacciotti
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Julieta Novelli
/  María Eugenia López

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Juan Bautista Ritvo
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Curador de Galerías

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Diseño

Julio Schvartzman

Vértigo
Horas tristes. Argentina 1989, de Marc Guillorel, Éditions du Square Doré, 2018.

Marc Guillorel estuvo en la Argentina en 1989 y presenció las vicisitudes de un país arrasado por la hiperinflación, la miseria y la desesperanza, y que en esas condiciones intentaba, entre las opciones electorales disponibles, un drástico cambio de rumbo que tampoco habría de resultar. Su cámara inquieta registró el sábado 8 de julio, día de la asunción de Carlos Saúl Menem, los movimientos de gente en el centro de Buenos Aires. Con instinto de reportero gráfico y encuadre de artista, capturó grupos humanos expectantes detrás de vallas o de carteles donde un político de rostro joven, enmarcado por patillas y aún no erosionado por la degradación, posaba junto a una tipografía que enunciaba, con alegre certidumbre de publicidad de champú: “Con la dignidad del trabajo vuelve el futuro a tu tierra”. Cobijado por las inmensas alas de uno de los cóndores de la fuente de la Plaza de los Dos Congresos, un sector se amucha como si posara. Abrigos para intentar combatir un invierno profundo. Solo un conjunto de la Cruz Roja comparte sonrisas: sobre todo muchachas, parecen celebrar una ocurrencia. Pibes encaramados en salientes del frente de edificios. En un micro viejo, un manifestante rezagado se asoma en la última ventanilla. Yuta aquí y allá, controlando de oficio y sin ganas. La 9 de Julio despejadísima como de madrugada. Pancartas de diseño casero e individual y expresión de sentimiento peronista. Bufandas, vinchas con consignas, boinas. 

El testimonio gana en fuerza cuando se aleja de esa singular ceremonia. En tenue contrapicada, un 29 abandona Plaza de Mayo rumbo al Norte. De a pares: dos adolescentes rubias con uniforme de colegio privado bilingüe; dos viejas hermanas bien empilchadas, graves, severas. Un chico en bicicleta en la Costanera, con fondo de río y la sombra alargada del atardecer. Otro ciclista avanza sobre el fondo de un Mercado de Abasto desolado, cuando ya había dejado de funcionar pero todavía no era centro comercial, por la misma época en que lo eligió Pino Solanas para algunas secuencias de Sur. El trasbordador del Riachuelo, Caminito y sus emblemas. Un barco maderero, en el Delta, casi levitando por efecto de una gran onda, recrea los delirios geniales de Fermín Eguía. 

Cuatro páginas se demoran en la lomada de Perón, entre Leandro Alem y Sarmiento. El asfalto y la construcción tapizan un paisaje que por miles de años fueron tallando las aguas del río. Guillorel elige, en sus tomas, el ascenso, tal vez porque le interesa más la tensión de vencer la gravedad que la precaución de amortiguarla en bajada. Es tan nítida la descomposición del movimiento hasta una ilusión de detención en la marcha, que podría tratarse de uno de los 24 fotogramas/segundo del cine. La cámara se instala en la vereda este, desde donde las figuras se recortan sobre el edificio Mihanovich, cuyo desarrollo lateral va transformando las ventanas plenas de planta baja, a medida que la cuesta trepa hacia Sarmiento, en ventanucos, meras entradas de luz a semipisos de subsuelo. 

He transitado miles de veces por ahí, rumbo al Archivo General de la Nación, en Alem, o a los institutos de la Facultad, en 25 de Mayo, o al desaparecido Salisbury, donde Balbino, el mozo evangelista, interrumpía mi lectura para hablarme, vaya a saber por qué, de Rut de Moab y la ascendencia del rey David. Sin embargo, nunca descubrí la magia del paraje como lo hizo, hace más de treinta años, la mirada de Marc. De pronto, su lente descarta toda humanidad y se detiene en un perro. Dueño ya de la calzada solitaria, el animal goza de uno de esos raros momentos de la semana en que ningún vehículo amenaza su rutinario recorrido por la City. Ahora, como en otras ocasiones, el obturador logra una exposición distinta de la elegida para los atareados transeúntes de la barranca; no cristaliza las fracciones presuntamente inmóviles del movimiento: lo representa en la evanescencia de los contornos fuera de foco de la criatura. Ya fantasma de sí, el perrito es y no es, viene de y va a, puro paso, siempre en subida. Es la foto que elijo, mi preferida. Ese es mi 8 de julio del 89: un tránsito incierto, fugaz, nada que festejar. 

Milonguero, Guillorel tomó su título de un tango justamente olvidado de 1926, con música de Vicente Spina y letra de Eugenio Cárdenas, aunque con interesante versión de Rosita Quiroga. Pero claro: algo habrá resonado en él, como para que un despecho amoroso que apelaba a socorridas convenciones de género le funcionara como emblema de cierto humor social argentino de final de siglo. 

Horas tristes es un objeto curioso. Después de dar cuenta de un Buenos Aires conmocionado por las circunstancias, va a la periferia, y luego a Córdoba, donde sus hallazgos no son menos sagaces. Las Éditions du Square Doré no declaran sede ni lugar de impresión. El copyright de contratapa remite a la dirección de correo electrónico del autor, que nunca informa sobre la locación de sus fotos ni da detalles técnicos de ninguna clase. Falta un índice, quizá por lo mismo, y las páginas están sin numerar. Se extrañan en dorso de portada los habituales textos legales. Fundamentalista del poder de la imagen, M.G. ha puesto todo en ellas, y no hay resto. 

Lo mismo ocurre en Faces 3:1, un libro coetáneo con muchos primeros planos, algunos tomados de las series de Buenos Aires y Córdoba, y otros de Nantes, Rennes, Galicia, Cádiz, Andalucía, Paris, Madrid, Valencia, la aldea de Boisgervilly, Pamplona, Santander, Barcelona, Denia. 

Por último: el cuidadoso volumen apaisado no ha llegado a mí por los circuitos previsibles sino por una red de amistad. Quiero datos. Recurro al buscador en línea. Nada. ¡Nada! ¿Cómo puede ser? Peor que nada, algo que me inquieta: una única entrada en donde veo, además de título y autor, mi propio nombre. ¡Pero cómo! ¡Si todavía no he enviado la reseña a Bazar! Vértigo ontológico donde lo que existe no está y lo que aun no ha accedido a la existencia siquiera virtual aparece. Clic. Caigo. Se me había borrado por completo. En la columna de fono/gramas, bastante desquiciada, del comienzo de la cuarentena covideana, incluí Horas tristes entre mis fetiches de encierro. Una vez más, la búsqueda confiere entidad a lo buscado, le da cuerpo. 

(Actualización diciembre 2021 - febrero 2022/ BazarAmericano)

 

 

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646