diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
Editora
Consejo editor
Columnistas
Colaboran en este número
Curador de Galerías
Diseño
UNO. ¿Que hacen los pibes a la siesta? Miran Tele, juegan a los videojuegos, están en la compu, en el celular, en facebook o instagram, chamullan con alguien o también se aburren hasta el hartazgo. En los cuentos de Santiago Guindon en cambio, se trata de la siesta cordobesa, de humedad, calor, sudor y mucha más humedad. La máquina narrativa de Guindon es un artefacto literario inquietante: cuando el tedio y el aburrimiento de la siesta sofocan los cuerpos, Santiago le antepone la cadencia de la narración. Es decir, ante el desgano y la monotonía aparente, el secreto de los toros se revela como pura cadencia y agilidad, de lo que se trata, nos recuerda la narrativa de Guindon es de seguir contando historias.
Ahora bien, volvamos a la pregunta que permanece ¿por qué la siesta? ¿que es la siesta? ¿que hace la siesta a los pibes? La siesta es un lapsus temporal, ese gran interludio de calma donde todo sucede o apenas nada pasa. Pero en El secreto de los toros la siesta es un escenario espacio-temporal que pone a funcionar la máquina narrativa de Santiago Guindon. Estamos acostumbrados, o es un lugar recurrente, en mucha ficción argentina reciente a las atmósferas de tedio, aburrimiento y desgano (la siesta es el tiempo muerto por excelencia). Ya sea la siesta santiagueña, o lo que me cuentan de esta, ese aire que corta la respiración y se vuelve sofocante, en ese medio en que no se sabe que hacer o no se puede hacer nada, se trata de atmósferas soporíferas e irrespirables como en muchos pasajes de El viento que arrasa de Selva Almada, Bajo este sol tremendo de Carlos Busqued, Campo del cielo de Mariano Quirós, La ciénaga y La mujer sin cabeza de Lucrecia Martel o en Los muertos de Lisandro Alonso.
En efecto, la siesta cordobesa es el combustible que pone a funcionar una máquina narrativa (como decíamos) y esta máquina funciona a través de hits. El cuento que da título al libro, El secreto de los toros es un hit, un personaje que cae (como trasfondo histórico o huella social, el paisaje neoliberal), Jorge que pierde todo apego y en esa caída se encuentra con Ceco, linyera ex veterano de Malvinas con quien organiza una conspiración secreta, suerte de organización que busca descifrar el secreto de los toros, los torinos, esos autos tan antiguos como apreciados. Pero el libro está lleno de otros tantos hits, como “Mates con Madariaga” que golpea directo a la sensibilidad empática del lector, porque Madariaga es el vecino que actúa de modo impensado (digamos, que este cuento es un uppercut de boxeador en la buena conciencia del optimismo y la vitalidad afectiva). O como el último cuento “El amor no es más que una película de 120 minutos” que vuelve sobre la fugacidad de las relaciones, el paso del tiempo y que construye, a su vez, un ritmo nostálgico del instante y de la duración de eso que llamamos amor.
DOS. ¿Que escuchan los pibes a la siesta? A las cinco o cinco y media de la tarde, en las reposeras en la terraza, se escucha Roberto Sánchez- Sandro de América, o Ácido argentino de Hermética, como en el relato inaugural del libro, “Enero”. La musicalidad de la siesta resuena a metal y boleros, Hermética y Sandro pero también se escucha algo de punk melódico y californiano: en “Méndez”, ese relato que se despliega en las clases de educación física en un colegio secundario con un profesor de disciplina militar y una sensación climatológica gélida (cual “presos en los campos de Siberia” escribe Guindon), habita un gesto pop-punk. El nuevo profesor de Educación física, Aarón Méndez (más laxo y aprensivo que su antecesor) avanza con su auto sobre la cancha de futbol (literalmente da clases dentro de su auto), asomado sobre la ventana dando indicaciones para que comience el partido. Antes que un bolero romántico o las melodías virtuosas del heavy metal, el gesto es aquí el de unas guitarras surfer y un estribillo pop, el ambiente musical se amplía entonces, así lo que se escucha de trasfondo es “Rock and roll High School” de los Ramones o porque no, “Rock the Casbah” de los Clash.
Cada uno de los siete relatos que componen este libro es un microcosmos propio, en tanto hacen sentido y crean atmósferas singulares. Cada relato suena y resuena como melodías pegajosas que se quedan adheridas en el inconsciente, estribillos, jingles y sonidos que podemos tararear o silbar durante horas. Los cuentos que componen este libro son temas redondos, pulidos y cerrados que hacen sentido aunque también forman una constelación; digamos que son temas hits que forman un disco completo.
En su alcance cultural, los siete cuentos funcionan como un solo libro y El secreto de los toros, entonces, como artefacto literario porque propone un universo sensible y además porque construye una topografía existencial de la época: muchos de los personajes están marcados por una energía anímica y afectiva de la caída, el desborde y el tedio o en otro registro, es el ritmo, los movimientos y la cinética de los pibes que circulan por distintos espacios, jugando a los penales en el baldío o tomando birras en la terraza. Algo de lo epocal se trasluce en este libro, como una suerte de huella social de la Córdoba pos-crisis del 2001.
TRES. No solo de siesta viven los toros. En efecto, la siesta es un paisaje y un escenario entre tantos otros. La máquina narrativa de Guindon, ese mecanismo hecho de personajes, un registro ficcional cercano al realismo, ese artefacto literario funciona con un combustible ciertamente volátil: la familia y “los días con sus claroscuros”, los amigos con “las charlas y sus derivados” y el club “con su contagio inevitable” (como reza la dedicatoria inicial del libro). Tríada de oro que tanto resuena en la literatura de Fabián Casas, Abelardo Castillo o Roberto Fontanarrosa. Pero lo que cobra mayor relevancia, y esa es la fórmula que pone a funcionar esta máquina, es el anecdotario barrial. La narrativa de Guidon logra construir una metafísica barrial a partir de una cadencia narrativa propia y un club de personajes entrañables como Jorge montando al caballo Zamudio, o José el fundamentalista del Gitano, Roberto Sánchez Sandro de América, o Cecé y Quique en el baldío jugando a los penales y tomando una coca de vidrio con los pibes, o Ceco y Cruz buscado torinos por la ciudad o el profe de Gimnasia Méndez o el vecino suicida de Madariaga.
Sin embargo, la escritura de Guindon no recurre a lugares comunes, sus personajes no son, justamente, figuras de un realismo vecinal ciertamente vacío o de ese estereotipo del grupismo juvenil y la estetización de las bandas; no se trata de una literatura exterior a las voces de los pibes, las vidas aventureras y las muertes excitantes, violentas o intensas del barrio. Guindon no busca hablar o transcribir la lengua de los pibes, incluso más, tampoco intenta robarle su vitalidad y sus ánimos, su parla, su imaginación o sus mapas, no hay intento de hablar por el otro, por esos otros personajes subalternizados de la cultura popular y cuartetera de Córdoba. Tampoco hay apego telúrico ni marcaciones folklorizantes sobre el barrio, sino que la apuesta es por otro registro. El secreto de los toros construye otro gesto basado en una narrativa robada a rutinas laborales, familiares y sociales, de un vitalismo barrial inusitado (de nuestra época, de una generación determinada, de los códigos, los ánimos y sobre todo las historias de una generación que no sabemos codificar aún). En la escritura de Guindon lo que cobra relieve es el universo sensible de la cultura rockera y del mundo del fútbol, aunque también muchos de los cuentos se cifran en referencias culturales del cine y las películas, sea Los 400 golpes de François Truffaut o una peli clase b que pasan por la televisión en trasnoche disco (de nuestro canal local, TeleDoce).
CUATRO. El secreto de los toros comienza con un epígrafe de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño que dice “Que lástima que pase el tiempo, ¿verdad?, que lástima que nos muramos y que nos hagamos viejos y que las cosas buenas se vayan alejando de nosotros al galope”. Esa cita condensa muchos de los temas, personajes y procedimientos del libro: el paso del tiempo, la muerte y la vejez, las cosas buenas y las ceremonias, las ceremonias entre amigos, en la familia o en el club (ese triángulo fundacional que es el combustible anímico, temático y de procedimientos), las cosas buenas se van alejando de nosotros al galope escribe Bolaño en esta cita inicial. Ese galope es, una marca temporal, la de la siesta o literalmente, la del caballo Zamudio, un caballo alazán de unos cuatro años que Jorge pasea por el ecosistema social de barrio Alberdi, la plaza Jerónimo Del Barco, la calle Brown y con el que galopa de regreso a su casa, en medio del granizo y la lluvia torrencial. El paso de tiempo, volviendo a Bolaño, es nostalgia de una pérdida, es aquello que nos aleja de la juventud y de las cosas buenas.
El paso de tiempo es, además de una cita precisa de Bolaño (un epígrafe bien elegido), un programa narrativo o más bien una zona de interrogación subterránea que atraviesa la narrativa de Guindon. Así se pregunta Jorge sobre el entusiasmo de Ceco por los Torinos, “testimonio de las cosas muertas, del paso del tiempo y de los que se quedaban estancados en él”. Y así también lo percibe el joven abogado, protagonista del cuento final del libro, cuando ya nada queda de su relación amorosa: “El paso del tiempo es una medida de las cosas cuando esperamos el instante que nos saque de su linealidad y rompa su eterno desplazamiento”.
CINCO. ¿cuáles son los toros? No hay secreto de los toros en la poética de Guindon, precisamente, porque los toros no son aquí un club de la pelea, aquel signo de una sociabilidad masculina standard, de lo viril y el enfrentamiento mutuo. Y si bien muchos de los relatos están atravesados por una subjetividad masculina que hace foco en un tipo de sociabilidad compartida, entre amigos y pares, sin embargo, El secreto de los toros supone un desplazamiento simbólico sobre las narrativas barriales de lo masculino siempre ligadas a la crueldad mutua, los mandatos de violencia y la fuerza normativa de lo viril. Los toros no son necesariamente alegorías metálicas de la masculinidad, tecnologías del género fundadas sobre rituales bien codificados, la cultura automovilística y los fierros por ejemplo. Los torinos y los personajes de este libro, no sólo remiten a los sueños industriales o a la fábrica social de los estereotipos sexuales sino también a la hospitalidad y el afecto. La sexualidad de los toros es también una cierta masculinidad plástica que desborda toda solemnidad, como aquella que acompaña la tapa del libro: He-Man con su cuerpo musculoso esculpido y su cabellera rubia platinada sosteniendo la pelota. El secreto de los toros se nos revela, en este punto de cruce que lo habita desde su interior y que vuelve circularmente hacia su diseño de tapa, como un mecanismo pop. Es decir, en el rubio flúor de He-Man y su corporalidad plástica podemos leer una masculinidad otra, más cercana al artificio kitsch y la irreverencia queer. El secreto de los toros quizás sea, He-Man de por medio, El secreto de les tores.
(Actualización septiembre – octubre 2019/ BazarAmericano)