diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Llegada del nadador de fondo
Obra Completa, de Héctor Viel Temperley, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2003; 400 páginas.

A todo lo ya escrito sobre Viel cabría mejor agregar un leve desalojo en el comienzo, y decir: para leer esta poesía “habrá que tirarse de cabeza”. No importa el estilo (natatorio) con que se lo haga, es decir, no concierne el estilo, siempre afecta. Interesarse por una escritura semejante es ingresar sin remordimiento a la pausa del diálogo, y básicamente, a la índole de una tradición desertizada. La “Obra completa” de Héctor Viel Temperley no supone el peor castigo para un poeta (como sugiere un conocido poema de José Emilio Pacheco), ya que se trata de la obra en fragmento que amortiza el recurso fastidioso de la prudencia editorial. Su obra se encuentra ajena a esa totalidad innecesaria que presume la suma lineal de los textos, tras el deceso de un escritor. A lo sumo, esta posibilidad consigue suprimir de un plumazo la concreción de lo inédito. Pero de esto también se encargó Viel, en su último libro, “Hospital Británico”, al anudar aquellos pasajes de algunos de sus libros y volcarlos en una nueva relectura, la del propio autor, descentrando el sentido individual de cada volumen anteriormente editado y obligándonos a una segunda lectura, incluso en el caso de no haberse ejecutado la primera.

Pero vayamos al asunto. Se trata de la poesía de un hombre que reza y espera, y que consiguiera, brazada tras brazada, un pecho donde reclinar su cabeza. Desde esa zona verbal regresa una “confesión” pronunciada con una naturalidad de doble movimiento -que aterra y emociona-, y bajo la certeza de estar pendiente de un hilo. Por momentos, también, echa mano a imágenes tan flexibles que encauzan su deriva hacia un núcleo de sentido sin control. Con la tenacidad de un deportista agotado, Viel Temperley logra avanzar y aproximarse a su objetivo, aunque en el medio del camino implore por el cese de un cansancio que lo vuelve ser minúsculo, a los ojos de su creador.

En el surfear de esos poemas, habla, escribe -porque le fue otorgada la palabra- mientras el objeto de tanta maniobra y ejercicio desaparece como testigo. Pero, ¿con quién habla Viel? Tal vez con un yo que se desliza por el perímetro de la invocación y se extiende en una automática ceremonia anfibia. Un encuentro entre el tú y el otro, entre el yo y el otro. Y es a ese otro, indefinido o no (Dios no siempre está en todas partes), donde el poeta zozobra con su rostro y precipita en su fondo. Viel Temperley afirma con cada uno de sus libros, pero más precisamente en “Crawl” y “Hospital Británico”, que aquello que nos mira auténticamente se manifiesta como rostro, como diría Cacciari respecto de Levinas, a propósito de Jabès. Y se manifiesta como presencia.

Otro punto de cruce en esta “Obra Completa” son las veces que el poeta apela al nacimiento y muerte bajo la fórmula de una primera simplicidad. Una muestra: el que nada y escribe luce asombrado por la posibilidad del desenlace, pero en su interrogación afirma “Por qué, si no se nace/ jamás/ para quedar/ de cara a un techo.”, y enseguida revela que ha nacido una vez, y que luego “otra vez”, y que además son “un cinturón de veces,/ de celdas y de sellos/ de espuma hechos pedazos” (‘Plaza Batallón 40’). Viel triplica la dirección de su verso, no se deja atontar por cualquier lirismo ceñido por la levedad de una brisa marina inflando los pulmones. Viel no puebla la orilla, sino las mismas profundidades desde donde comprende sin nostalgia la posibilidad inexistente de regreso. Por eso comulga como “un ahogado”, mientras escapa aguas adentro del propio cuerpo que ignora, y que se propone a toda costa alcanzar. Hay un verso de El nadador” (1967), donde esta doble mirada, este diálogo imperfecto se patentiza con mayor dramaticidad, y es aquel que pide a su creador: “Señor, mira mi cuerpo./ Mira mi cuerpo antes que yo lo llame/y él me llame, gritándonos/ de lejos.” Operación triple, al cuadrado, como diría Tamara Kamenszain, donde el que queda en la orilla pide ser llamado por Dios, mientras observa su cuerpo que avanza por las aguas en busca de su nombre. Existe un milagro microscópico en estas súplicas cuyo calado de tiempo no admite horizonte. Seguimiento infinito, entonces, desmembrado en la forma provisional de un poema que conmina a pegar la vuelta y tornar al cuerpo. De esta manera el poeta que fundara una agencia de publicidad y se ocupara de la explotación de un campo de Parravicini, en la provincia de Buenos Aires, irrumpe con su poesía bajo el signo del desconocimiento y por eso reduce sus momentos de observación al mínimo, como si sólo tuviera la finalidad de dar brazadas y arribar a nuevas áreas de transparencia.

Esta “Obra Completa” se desentiende de cualquier advertencia por penetrar en un bautismo sensorial, y blasfema contra toda leyenda que implique “prohibido bañarse”. El nadador que existe en el poeta prefiere zambullirse en un paisaje diurno, y no por la noche, donde el agua se vuelve alimento concreto atraído por la sed. Como Cristo, Viel Temperley transita sus textos “crucificado en luz” y no en madera, porque estar crucificado en luz y volar “es una misma cosa” (“Isla San Martín”). Quien avanza sobre las aguas de alguna manera asciende, para luego luchar con su ángel, dejarse vencer por él, y completar la travesía del poeta en busca de la playa donde dejara sus afectos.

La obra de Viel Temperley no se completa; pero a partir de esta edición tan esperada arrancará nuevas lecturas desde una totalidad falsificada donde habita una casa, la casa de quien siempre es varón recién nacido “en el tórrido vientre del silencio”. Así los lectores irán al encuentro del poeta que no ama su voz y puede permanecer en ella largas horas callada, reunida ahora en todos sus libros que es el libro de una memoria que esperó su desenlace.

 

(Actualización agosto- septiembre - octubre - noviembre 2003/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646