diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Alfonsina Storni no fue una viajera cosmopolita, y ni siquiera una gran viajera, si tomamos como indicadores los pasaportes de algunos de sus colegas argentinos como Ricardo Güiraldes, Victoria Ocampo y Manuel Mujica Lainez. Desplazamientos entre las provincias y la capital, algunas estancias en Uruguay, un par de viajes a Europa cuando se despedía de su juventud. Eso fue todo. Si eso fue todo es porque considerar una Storni viajera requiere cambiar la perspectiva sobre un tema recurrente en la literatura latinoamericana -el de los viajes de escritores, el de las relaciones entre un centro y una periferia, un norte y un sur- y, con ello, el de las relaciones entre escritura y viaje. Esta dirección es la que asume Instantáneas de mundo, una valiosa compilación de textos de Storni reunidos y prologados por Alejandra Laera. No del sino de mundo. Una letra cambia el sentido: no se trata de grandes crónicas, sino de distintos tipos de escritos (entrevistas, poemas, ensayos, columnas, conferencias) que dan cuenta de un derrotero diverso, a la vez que fijan visiones del mundo recorrido.
Ese viaje es, primeramente, social: el de los inmigrantes europeos que buscan un futuro en Sudamérica -Alfonsina nació en Suiza, sus padres se instalaron en San Juan cuando ella era una niña-, el de los fracasos y logros de una familia que no es sino emergente del tránsito de las clases medias argentinas durante el siglo XX. Sobre esa plataforma se monta otro relato: el camino de la mujer que quiere independizarse (y más, el de una joven madre soltera de pocos recursos) en una sociedad patriarcal. Las experiencias de la niña provinciana, la obrera de fábrica y la maestra normal permanecen en la escritora Storni. Una conciencia de la máquina social que se manifiesta en una sensibilidad perceptiva (por ejemplo, en el cuadro social de los versos del Canto a Rosario, o en la mención hacia las “emigrantes”, las muchachas que llegan solas a la ciudad) y en la posición aspiracional -visible en las poses de la poeta frente a la cámara-. En contra de las visiones romantizadas (en su sentido idealista), poco de etéreo hay en los escritos de Storni. Sus textos están embebidos de una historicidad y de una sensibilidad colectiva deudoras del viaje social de la escritora.
El libro echa luz sobre otro viaje: el de la adquisición de la escritura. Storni cuenta en una conferencia de 1936 que en Sevilla visitó una muestra en la que había un manuscrito de Teresa de Ávila. No es una anécdota al pasar. Lo que observó era la semejanza notable de la letra de la santa española con la propia. En este parecido Alfonsina se reconoce en un linaje que une a la mujer y a la escritura, y en él, los obstáculos que bloquearon esa conjunción. Una anécdota de la infancia ilustra esas dificultades respecto del mundo letrado. La niña Alfonsina distrae a un librero para sustraerle un volumen. La picardía no oculta el peso simbólico de la escena: robar un libro es acceder furtivamente a la lectura. En un pasaje antológico de El juguete rabioso de Roberto Arlt, novela publicada en 1926, el protagonista Silvio Astier roba durante la noche una biblioteca como modo, según lo señalaba Ricardo Piglia, de llamar la atención sobre las clausuras que encierran la cultura. Ese gesto que desafía las restricciones de clase y de género persistirá en la vida de Storni, y sus recuerdos lo subrayan: la jovencísima obrera que ha abandonado la escuela, la recién llegada a la metrópolis nunca renuncia a leer y, menos, a escribir.
Uno de los hallazgos de este volumen es la incorporación de textos que consisten en, menos que aguafuertes, relámpagos perceptivos y reflexivos, una forma que parece imitar la mirada fugaz e inestable del viajero. En ellos la escritora registra lo visto y lo pensado en formas brevísimas, como si la escritura absorbiera el ritmo de las imágenes que pasan en la ventana del tren. “¿Puede sobrevivir el aventurero en un imaginativo ultrasensible?” -se pregunta en “Carnet de ventanilla”-. En “Kodak pampeano”, Storni anota: “Y sobraba todo: las casas, los árboles, los animales, los hombres, solo ella misma, la pampa, no sobraba.” Estos trazos rápidos, con su revoloteo poético, hacen brillar la veta propiamente moderna de Alfonsina Storni, e iluminan esos rasgos de su producción. Señala Alejandra Laera en el prólogo que “Alfonsina es todavía más moderna como mujer y trabajadora de las letras que como poeta”. Aquellos textos breves enfatizan, en efecto, la conexión de Alfonsina con las transformaciones técnicas, sociales y artísticas de su tiempo -“Mujer soy del siglo XX”, afirmaba en uno de sus poemas más conocidos-. La escritura asimila la fisonomía de un mundo maquinizado (“Escribo en el momento y lugar en que se me ocurren las ideas… Tal sucede cuando voy en el tranvía”), el compás acelerado y enajenante de la gran ciudad (“Todo ojo que me mira/ me multiplica y dispersa/ por la ciudad”) hasta impregnarse de esos caracteres (“A vuela pluma esta estas crónicas. Se abre y se cierra el objetivo y apresa un color, un gesto, una línea... Así, de rápido, el ojo del cronista”).
Hay, finalmente, otro viaje que pone al descubierto Instantáneas de mundo: el de la vida, y más, el de la vida artística -que es además el de una figura emblemática de la literatura latinoamericana del siglo XX-. No es tanto la línea progresiva que convierte a la joven provinciana en una reconocida poeta; más bien es el registro de los anhelos, los miedos, las aspiraciones y las ilusiones los que van construyendo a la escritora y a su escritura. Las sensaciones referentes al extravío son señales de ese viaje (“Decía las mismas palabras. Repetía iguales gestos, pero hoy he perdido la dirección de mi ser habitual. Soy un alma que se desconoce a sí misma”, escribe Storni en un “Diario de navegación” de 1929, y en un texto de 1937 anota: “Todos viajamos sin un mapa”), pero también lo es el amor, aunque su presencia sea evanescente (“Yo tenía un amor,/ un amor pequeñito,/ y mi amor se ha ido./ ¡Feliz viaje, mi amor, feliz viaje!”). La sección “Motivos de viaje” puede considerarse como un señalero de ese viaje vital: estancias, retornos, vueltas, búsquedas, persecuciones, partidas. Es, sin dudas, la última parte, “Hacia el mar”, la que acentúa la vida de la escritora como viaje. Aquí están compilados varios de los poemas de Alfonsina de motivos marítimos que, reunidos, se leen como un conjunto premonitorio de su suicidio en Mar del Plata en 1938, y en un sentido más amplio, como el rodeo de la literatura en torno a la muerte.
Una clarísima introducción de Alejandra Laera, la organización estratégica de los materiales y la inclusión de fotografías e imágenes de prensa, hacen de Instantáneas de mundo un libro notable. Y más, propone repensar la literatura de viajes, abre lecturas refrescantes sobre un objeto canonizado (y por ello, amenazado de ser cada vez menos leído) y redescubre una figura y una escritura tan atractiva como entrañable. -
(Actualización julio- agosto 2024/ BazarAmericano)