diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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La animalidad reúne cuatro escritos que Georges Bataille redactó entre finales de los años cuarenta e inicios de los sesenta, y en los que se condensan algunas de sus ideas fundamentales acerca de la historia de las relaciones entre hombres y animales, así como también sobre el papel crucial del arte en ese relato que, ciertamente, tiene algo de juego de espejos. A ellos se suma “Una fulguración indistinta”, un lúcido y exhaustivo ensayo preliminar de Silvio Mattoni, quien se encargó además de la selección y traducción de todos los materiales. Los tres primeros textos de Bataille, “La especie humana”, “El pasaje del animal al hombre y el nacimiento del arte” y “La religión prehistórica”, son, en realidad, reseñas bibliográficas de libros de antropología e historia del arte publicadas originalmente en Critique. El trabajo que cierra y da título al volumen, “La animalidad”, es un fragmento póstumo publicado ahora por primera vez en castellano. Tal como advierte Mattoni en la introducción, se trata de una reescritura del primer capítulo de Teoría de la religión; al parecer, Bataille planeaba prologar con él un volumen que se titularía “La pura felicidad” y que reuniría un conjunto de artículos ya aparecidos previamente en revistas. El libro, sin embargo, no llegó a ver la luz.
Es curioso que, pese a ser la animalidad un problema nodal del pensamiento batailleano, relacionado por múltiples vasos comunicantes con sus tesis más importantes acerca del arte, la religión, el gasto, la transgresión o las prohibiciones que rigen la sexualidad y la muerte, no se hubiera realizado hasta el momento una compilación de estas características. La animalidad es un libro valioso porque nos permite reconstruir la mirada del filósofo sobre el nacimiento del hombre, su potente interpretación acerca de ese misterioso paso de la horizontalidad a la verticalidad, una transformación material que hizo que los ex simios elevaran los ojos hacia el cielo. Por supuesto, su perspectiva no está exenta de vaivenes y ambivalencias, pero lejos de hacerle perder nitidez a las ideas, estas oscilaciones las vuelven más ricas y complejas. Un buen ejemplo de ello es el modo en que se posiciona frente a las hipótesis monistas o continuistas -estas últimas, avaladas fundamentalmente por el discurso de la ciencia evolutiva- y dualistas: Bataille sostiene que no es posible establecer una distinción indubitable entre hombre y animal en tanto dicho gesto sería siempre efecto de los prejuicios de un saber humano; sin embargo, reconoce en esa férrea voluntad de distinción, en esa obstinada recusación de un pasado animal, la marca en el orillo de la especie humana. Mattoni lo precisa muy bien de este modo: “El hombre habría fracasado en su aspiración de ser el centro y la culminación de lo que existe. Pero ¿no es más significativo que intente serlo antes que su reiterado e inexorable fracaso? La misma aspiración de la ciencia a conocer la totalidad de cosas y de seres está incluida en la pretensión de universalidad, cumple el papel de la trascendencia para la insignificante vida humana” (“Una fulguración 11-12).
En “La animalidad”, el texto fragmentario que cierra el volumen, Bataille refuerza el argumento dualista al detenerse a examinar lo que considera el modo específicamente animal de habitar el mundo, su particular forma de ser y estar en él, dada por una suerte de indiferenciación respecto de todo lo que lo rodea. Se lee allí la célebre frase “cada animal está en el mundo como el agua que fluye en el interior del agua” (“La animalidad” 141); con ella figura una relación de inmediatez e inmanencia que irradiará sobre muchas de sus tesis acerca del asunto. Lo ilustrará también al referirse, en ese mismo ensayo, al funcionamiento de la cadena alimentaria en la naturaleza: cuando un animal se come a otro, ese otro comido continúa siendo un igual, no se convierte por la deglución en un objeto ni se establece a partir de ese acto una diferencia de tipo cualitativa entre ambos; solo existe una asimetría en la cantidad de fuerza que poseen ambos seres (140). Los hombres, en cambio, se constituyen como tales a través de un procedimiento diferenciador que se funda en el establecimiento de distinciones y jerarquías. El combustible de lo que Giorgio Agamben llamó, casi medio siglo más tarde, la “máquina antropológica” es esa creencia en alguna clase de superioridad. Bataille añade: “ningún animal mira a otro de la misma manera que un blanco mira a un negro o un hombre honesto a un condenado por derecho común. La idea que tiene el blanco de sí mismo trasciende la que él se forma del negro; y de igual modo la idea que el hombre honesto tiene de sí mismo a la que se hace del condenado (140). Lo que está en juego en esos juicios es siempre un principio de exclusión que funciona como garantía de una identidad homogénea y, en algún sentido, especial. En la primera de las tres reseñas, la que dedica al libro Muestras de civilizaciones de Ruth Benedict, el filósofo apunta: “Sucede que el hombre se hace de sí mismo, en tanto que hombre, una idea tan alta, que suprime de la humanidad a los que desprecia, y desprecia a todos aquellos que no se le parecen, y con los que no puede entenderse” (“La especie” 56).
En estos textos de posguerra Bataille observa con agudeza cómo el pensamiento de la excepcionalidad -íntimamente unido, como observó también Agamben, al de la dignidad- puede desplazarse subrepticiamente hacia el interior de lo humano; una idea que será desarrollada algunas décadas más tarde por filósofas y filósofos de la corriente de pensamiento posthumanista al proponer que lo humano -en el sentido foucaultiano de “vidas a proteger”, y en vista de la experiencia del Holocausto- es resultado del trazado de un umbral de naturaleza política, peligrosamente móvil. Atento a estas reverberaciones políticas o biopolíticas, Mattoni señala que desde la perspectiva batailleana lo que llamamos “racismo” no sería tanto una ideología de la modernidad como “un efecto de cierta aspiración a una diferencia indefinible, de una especificidad que parece requerir de constantes afirmaciones para no volverse demasiado lábil.” (“Una fulguración” 9).
El ensayo introductorio anticipa así el otro eje central de la reflexión batailleana sobre la animalidad: el de la imposibilidad humana de conocer esa vida animal de la que es una suerte de prolongación. La necesidad de elevarse por sobre el resto de los vivientes respondería calladamente a la existencia de ese vacío constitutivo, es decir, al misterio de nuestra naturaleza animal y a nuestra imposibilidad de representarnos cómo es el mundo de los animales. Escribe Bataille en otro pasaje de “La animalidad”: “Expreso una verdad grosera, pero la vida animal a medio camino de nuestra conciencia nos propone un enigma más perturbador. Si me represento este universo sin el hombre, donde solo la mirada animal está para abrirse ante las cosas, un animal no es ni la cosa ni el hombre, y la representación que suscito es también una ausencia de representación” (“La animalidad” 145). La animalidad se le presenta entonces, además de como espectro de la otredad, como una zona ciega de la subjetividad y como un origen al que es imposible retornar; somos humanos por la sencilla razón de que no podemos volver a ser animales. Para Bataille, esta idea del no-retorno despierta no solo una inquietud sobre la sorda insistencia de la dimensión animal en el ser humano, sino también una pregunta acerca del origen de la humanidad como entidad capaz de autorrepresentarse diferente del resto de los vivientes: “Bataille, en lugar de buscar el origen del animal que habla en sus azares biológicos, en las metamorfosis de los cuerpos, luego en las técnicas o en las capacidades monstruosamente desarrolladas, pensó que la huella de un comienzo estaba ahí, pintada en el acto, y que el animal se separó del hombre, dolorosa, inconscientemente, en el momento del nacimiento del arte” (“Una fulguración” 13-14).
El nacimiento del arte es, pues, contemporáneo -como retomó y analizó una década más tarde John Berger en sus ensayos sobre el tema- del nacimiento de la metáfora animal. En las reflexiones de Bataille recogidas en este libro y en otros trabajos muy relevantes -como Lascaux o el nacimiento del arte- sobre las pinturas encontradas en cavernas o en objetos prehistóricos decorados, la representación pictórica del animal es piedra de toque de un larguísimo proceso de diferenciación no exento, en partes iguales, de familiaridad y extrañeza. La mirada batailleana desvela así el doble sentido “humanizante” del acto artístico: por un lado muestra, a través del objeto representado, la existencia de una distancia -el animal pintado es ya un pariente lejano-; por otro, encuentra en el mismo gesto artístico -en la capacidad poiética- una cualidad que lo singulariza. Observa Bataille en “El pasaje del animal al hombre y el nacimiento del arte” que las huellas que los hombres de las cavernas se limitan, casi por completo, a representaciones de animales. “Esos hombres hicieron sensible para nosotros el hecho de que se habían vuelto hombres a los que ya no constreñían los límites de la animalidad, pero al dejarnos la imagen de la animalidad también nos hicieron sensible de dónde se evadían. Lo que con una fuerza juvenil anuncian esos frescos admirables no es solamente que el hombre que los pintó dejó de ser animal al pintarlos, sino que dejó de ser animal brindando una imagen poética del animal, y no de sí mismo, que nos seduce y nos parece soberana”. (“El pasaje” 70-1) Lo que Bataille llama unas páginas más adelante “la animalidad poética de las cavernas” (92) es precisamente esa figura sagrada que a lo largo de milenios se fue desdibujando hasta convertirse en la caricatura de la bestia muda, sometida, abatida, objetualizada que conocemos hoy -hoy aún más crudamente que en los años de la segunda posguerra-. Con todo, nuestras prácticas artísticas siguen encontrando todavía su fuente en esas imágenes de un otro que alguna vez fue lo mismo, en ese misterio de la semejanza que todavía hace temblar, cada vez que se siente y se piensa, los cimientos del pertinaz edificio humanista.
(Actualización mayo - julio 2023/ BazarAmericano)