diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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La columna anterior terminaba con la transcripción de un papelito que encontré en el libro Ballena, de Paul Gadenne. Una advertencia lectora firmada por “P” de Protocolo: pura especulación. ¿Con “P” de Papelito? Existe chance de rebautismo porque hay otros papeles, contrabandos de sentido volátiles, ya no como ásperas adhesiones textuales: son tres los papelitos que leí y están del otro lado, entre las palabras de los libros, como diminutas instalaciones. Uno, en el poema de Mariano Blatt, “Papelitos de locura”; otro, en las primeras páginas de Desalmadas, novela de María Martoccia. El tercero cae en “Hacia la luz eléctrica”, relato de Sergio Chejfec.
Veamos.
En el caso del poema del Blatt hay muchos papelitos en el arranque que después se desvanecen en la multiplicación del movimiento y el arranque: “estaban tirando/ papelitos de locura/ así que todos íbamos caminando entre/ papelitos de locura/ algunos/ papelitos de locura/ estaban escritos/ pero otros/ no/ simplemente/ estaban en blanco”. Luego el poema da una vuelta (espiraliza) y es la vuelta que da el poeta ya en una decisiva actitud de agradecimiento: negocio ineludible si se quiere eterna la imagen de una Quilmes helada y unos dedos que acarician la escarchita concentrada en el pico, “un instante/ recién/ acá/ dibujada/ en un papelito de locura/ que me encontré/ en el bolsillo de atrás”. Ese instante, el de encontrarse el papelito en el bolsillo es el punto exacto donde el poema encuentra su destino y precipita su final. El poeta, decíamos, agradece “el hecho de estar ahí, en esa dimensión del deseo, un deseo humilde y piadoso que tiene la virtud de sostenerse”, como escribió Fernando Callero sobre el final de ese poema. Bien, es ese papelito el que interesa del montón. Al diferenciarse, le da sentido al territorio y al origen de un desplazamiento. Sin ese papelito, el poema y quien lo dice quedarían desactivados, fuera de sistema o del mundo.
En Desalmadas, el papelito metalizado de un chocolate integra un sistema descriptivo donde los objetos sin dirección ni dueño representan el preámbulo de las acciones. En el caso que nos interesa, la aparición transversal de la “bruja” en la novela es anunciada desde la órbita de su pollera, en cuyos hilos se adhieren abrojos, insectos y el papelito en cuestión; ante la aparición, la mirada de Melina, la joven “loca” de la historia que queda “con los ojos perdidos en los cascarudos y en el papel plateado” conecta con el misterio de esa presencia; como si nada, el viento despega sus ojos del éxtasis radiante y el papel, ya separado de los ojos y de la pollera, “sale volando hasta quedar enredado en una planta con espinas del tamaño de las agujas de los zapateros”.
En el relato de Chejfec, un grupo de amigos que convergen en Scranton observan cómo un papelito blanco, “como si fuera la mínima parte de una hoja despedazada a mano”, cae desde el cielo. El narrador piensa que esa pieza que gira en el aire es un aviso promisorio para los escritores que asisten a su caída; “la defección, el vacío, la ausencia, la espera, todas esas palabras vinculadas con cosas indeterminadas o directamente vacías o negativas, eran las cosas más resaltantes y, creí yo que quería decir ese papel arrojado desde el espacio, también más meritorias”. El develamiento de cierto indicio manifestándose en esa irradiación.
Más allá de lo evidente -la materia filial- ¿qué tienen en común los papelitos? Establecen la concentración de cierta escena detenida, extática, una fisura en el espacio-tiempo; la irrupción de un objeto circunstancial, azaroso, que provoca una torsión espectacular sin la cual el texto resignaría su derecho a camuflarse, el falso espejo y sus identidades secretas.
Y más, dicho de esta manera en el relato de Sergio Chejfec (y podríamos quedar en suspensión como los papelitos, deteniéndonos en estas palabras, ser un acento o el espacio que hay entre una y otra): “el mundo material se las había arreglado para crear sus propios símbolos, metáforas y vehículos físicos a través de los cuales dejar sentadas sus posiciones; y nosotros, o yo, como escritores, debíamos recibir las señales y ver qué hacer con ellas”.
(Actualización septiembre – octubre 2013/ BazarAmericano)