diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Los estereotipos culturales, lejos de reducirse a caricaturas que otros trazan alegremente de nuestras costumbres, son una curiosa mezcla entre una imagen arraigada en nuestros corazones con pasión esencialista y el packaging corporativo de productos pretendidamente nacionales: desconfiamos del torero japonés, para aprender la lengua de Shakespeare, a igualdad de condiciones, optamos por un profesor de apellido Smith antes que un Da Silva y sospechamos que hemos sido engañados cuando nos enteramos de que la compañía de flamenco es escandinava. Íntimamente, tendemos a creer que se trata de tradiciones cuya perfección formal puede ser emulada mediante la técnica experta, pero cuya alma exige ciertas pertenencias geográficas, sanguíneas, o, si nada de eso fuera posible, al menos fisiognómicas.
Casi tan decepcionante como los ejemplos mencionados es el caso, que trataré brevemente aquí, de Adoniran Barbosa, née João Rubinato en 1910 en São Paulo, muerto en 1982, y -contra lo que el sentido común dictaría- dueño de una importante trayectoria como sambista, si es que uno puede seguir siendo dueño de algo después de su muerte.
Para comprender mejor dónde reside la incongruencia de Adoniran, su condición de elefante blanco, sería bueno repasar algunas de las figuras que sirven como embajadoras del imaginario del samba (o de "la" samba, según marca, con pésimo ritmo y peor pie, la RAE), comenzando por las primeras y más obvias, esos collages vivientes compuestos de una mulata bailando semidesnuda sobre una botella de cerveza, más el consabido sombrero tropical, la boca en eterna sonrisa, los pies alternando pasos de baile con malabarismos futboleros -y todo al ritmo de una batucada frenética. Primeras y más obvias que, al mismo tiempo, también traen una marca, casi imperceptible pero definitiva, de lugar: Sambódromo, Rio de Janeiro. Y de allí, transmisión en directo hacia todo el mundo, que recibe la televisación de los desfiles de las escolas de samba cariocas como si fueran las únicas, las mejores, las escolas platónicas: Mangueira, Portela, Salgueiro, Beija-Flor, ¿quién necesita más?
Tal vez no muchos imaginen que São Paulo, en materia de samba, tiene también su escolástica: no los culparía, se trata de una ignorancia preventiva. Allí donde los estandartes y nombres de las agrupaciones de Rio homenajean al barrio del que proceden, los paulistas vuelven a levantar sospechas de una falta imperdonable de etiqueta (la "deselegancia discreta" de la que ya hablaba Caetano Veloso) o de abierto freakismo, bautizando a una de las suyas como X-9, en homenaje a algo tan tradicionalmente paulistano como un agente secreto de historietas creado por Dashiel Hammet y el dibujante de Flash Gordon, Alex Raymond.
A esto hay que agregar el hecho de que a Rubinato tampoco le jugaba a favor la genealogía: sea el que sea el origen del samba -algo que hasta donde sabemos no es del todo claro, y por lo cual preferimos quedarnos con la versión de Mundo Livre S.A., según la cual "es todo un gran invento"- ninguna de las hipótesis coloca las raíces de este género musical cerca de Cavarzere, Venecia, de donde sus ancestros partieron hacia Brasil: así pues, para no distanciarse más aún del núcleo imaginario del samba, en el que muchas veces se quiere ver un cierto linaje afro-lusitano, este hijo de inmigrantes italianos encontró en Adoniran Barbosa una identidad con la que probablemente haya imaginado que podría pasar desapercibido entre Josés de las Guitarras y Pablitos de las Panderetas, nombres más o menos frecuentes en la escena musical brasileña.
El lugar de Rubinato/Barbosa se hace más difícil de explicar si pensamos en las características derivadas de la figura masculina por antonomasia del samba, el malandro, y presentes, por ejemplo, en la paradigmática "Samba y amor", de Chico Buarque, aquí en versión traducida al paso por este servidor, como todas las siguientes:
Yo hago samba y el amor hasta muy tarde
Y tengo mucho sueño por la mañana
Escucho el movimiento de la ciudad que arde
Y apresura el día que ya empieza
De madrugada todavía nos amamos
Y la fábrica comienza a bocinar
El tránsito pasa alrededor de nuestra cama, reclama
De nuestro eterno desperezarnos
En el regazo de la bienvenida compañera
En el cuerpo de la bendita guitarra
Hago samba y el amor, la noche entera
No tengo que dar ninguna explicación.
Yo hago samba y el amor hasta muy tarde
Y tengo muchas cosas para hacer
Escucho el movimiento de la ciudad, qué alarde,
¿Acaso es tan difícil amanecer?
No sé si perezoso o si cobarde
Debajo de mi manta de lana
Hago samba y el amor hasta más tarde
y tengo mucho sueño a la mañana.
En esta canción quedan definidas varias de las "capacidades" del malandro: pereza, exaltación de las virtudes amatorias propias, dispensadas profusamente y con mayor o menor aleatoriedad (la "bienvenida compañera", que es como decir, "la que caiga me va bien") y fidelidad a la guitarra. Pero además, esta anti-aubade, en la que el amanecer no separa a los amantes, sino que apenas los hace taparse mejor para no oír el ruido del día, plantea claramente, aunque sin mencionarlo, el punto de referencia en el que se localiza el narrador-cantante: su propia cama -en Rio de Janeiro, sin duda.
A Adoniran le pasa que su samba más famoso, el "Tren de las once", lo ubica en las antípodas de todo esto: ni en Rio, ni en su cama, ni de mañana, ni relajado tras una noche de placeres en buena compañía. Adoniran es un sambista en los suburbios -en todos los sentidos. Veamos si no:
No puedo quedarme
ni un minuto más con vos
Lo siento mucho amor
pero no puede ser
Vivo en Jaçana
y si pierdo este tren
que sale ahora a las once
no hay otro hasta mañana a la mañana.
Pero además de eso, mujer,
hay otra cosa
mi mamá no duerme
hasta que yo no llegue...
Soy hijo único,
tengo una casa que cuidar.
(“Trem das onze”)
A falta de uno, dos argumentos para despedirse de la mujer a la que llama "amor": el hecho de que, siendo el último tren, si lo pierde tendría que pasar toda la noche con ella (¿y desde cuándo eso sería un problema para un amante?) y, finalmente, la coartada edípica que nos recuerda al Balmaceda de "El viejo criado" de Roberto Cossa, que casi desobedece el mandato de amistad del trío más mentado para ir a visitar a su viejita más allá de los límites del barrio.
Es cierto que se podría imaginar, para esta letra, algún contexto en el cual Adoniran no rompiera los códigos malandros: por ejemplo, que esté dedicada a la mujer de un amigo que se le estuviera insinuando, o que el cantante estuviera comprometido con otra y, para no destrozar el corazón de una muchacha sensible, haya preferido ocultárselo, inventando a una desvelada mamma que no se irá a dormir hasta que el hijo no se termine el plato de spaghettis -pero no sólo resultan difíciles de creer, sino que no hay ningún indicio en la canción que nos haga pensar que puede ser ciertos, como sería el caso si Barbosa hubiera titulado su samba, por ejemplo, "Huyendo de mi cuñada".
Mis sospechas se relacionan no tanto con la veracidad de sus palabras sino con la autoría de las mismas: es sabido que nuestro sambista abandonó la escuela tempranamente para dedicarse a trabajar (esto último, otra mancha imperdonable en su CV; un error, en definitiva, que no cometería un carioca) y varias de sus composiciones tratan sobre un tema tan querido a las discusiones filológicas como, justamente, quién está hablando, o escribiendo. Veamos dos fragmentos ilustrativos:
Pero deberías haber dejado una nota en la puerta.
Una nota así, mirá: "Hola amigos, no me pude quedar,
me imagino que no pasa nada, que no es importante,
firmado en cruz porque no sé escribir,
Arnesto"
(“Samba do Arnesto”)
*
Tenía más cosas para contarle
pero voy a dejarlas para otra ocasión.
No se fije en la letra,
la letra es de mi mujer...
(“Vide verso meu endereço”)
Como se ve, Barbosa tiene muy presente el tema, y su obsesión le hace caer en ambigüedades y situaciones surrealistas, como que alguien sea capaz de escribir una nota, pero tenga luego que firmarla con una X porque, en realidad, no sabe escribir. O, en el segundo caso, una suerte de nota de agradecimiento cantada, donde el hecho de que "la letra" sea de la mujer de Adorniran permite al menos preguntarse: ¿se refiere a la caligrafía con la que está escrita la carta o a "la letra" del samba? “Vide verso no endereço” es un samba de gratitud hacia un cierto doctor que le habría dado una suma de dinero a Adoniran, y éste le hace saber los progresos que gracias a ese aporte consiguió: un quiosquito en la Praça da Bandeira, una casa en Ermelindo, tres hijos, y, como quien apenas menciona el asunto, también, que se ha casado. Pero este detalle, en un samba, sólo incrementa la posibilidad de que la autoría sea ajena -de alguien que por algún motivo cree importante dejar claro que el cantante tiene un compromiso sagrado. La letra es de mi mujer.
Con estas cuestiones en mente, ganaría aceptación la hipótesis de una Mamma Rubinato que, con amor y dedicación, pudiera haber compuesto el "Tren de las once" para que su hijo no perdiera tantas horas de sueño lejos del hogar familiar. Es cierto que para la época en que ese samba fue lanzado (1964) Adoniran contaba ya con más de 50 años, situación que no hace más que aumentar la anomalía general del caso, y que nos lo pinta casi como un "novio robado" onettiano, pero tampoco es tan disparatado suponer que su madre, después de aguantar las fechorías nocturnas de un primero adolescente, joven más tarde y finalmente maduro Adoniran, haya creído que debía ponerles un fin y lo haya intentado por medio de ese samba.
En ese contexto, sería interesante revisar otra de sus obras más conocidas, y generalmente entendida como una suerte de monólogo conyugal al pie de la ventana, pero que debe ser analizada aquí imaginando la posibilidad de que vaya dirigida a la madre del sambista:
Tirá la llave, mi bien
acá fuera no se puede estar
llegué tarde y te corté el sueño
desde mañana no te lo corto más
Le hago un agujero a la puerta
le ato una cuerda al pestillo
y lo abro desde afuera
no te corto más el sueño
llego a las doce y cinco
o si no, ya a cualquier hora
("Joga a chave meu bem")
Algo aquí nos resulta familiar, y nos apunta otra vez hacia una situación que hemos visto antes. O a las doce y cinco, o ya a cualquier hora. Calculando la distancia entre el centro de São Paulo y Jaçana, es fácil imaginar que el "tren de las once" le permitiera a Adoniran llegar a esa hora, doce y cinco, a la puerta de casa. "Si no, ya a cualquier hora", sería, seguramente, el día siguiente, ya que sabemos que nos hay más trenes después del de las once, "hasta mañana a la mañana". Claro, si Adoniran golpea insistentemente la puerta y hasta se dispone a cantar bajo la ventana de su madre, a voz en cuello, este samba, es porque sus cincuenta y pico de años se traducen en fácilmente, unos setenta y pico maternos y el oído, en fin, ya no es el mismo. De otro modo no se entiende que una letra tan exigua necesite más de tres minutos de canción, a la espera de que doña Rubinato despierte.
Quedan todavía un par de cuestiones por resolver: la primera de ellas es cómo habría llegado el sambista hasta la puerta de su casa en esta última canción, cuando ya son más de las doce y cinco pero todavía no es "el día siguiente"; la otra, el verdadero motivo de tanta puntualidad.
Para explicar esos puntos, es importante entender ciertas diferencia entre Barbosa y otros sambistas: Chico Buarque, por ejemplo, que, en su "Sinal Fechado", nos ofrece un diálogo entre dos personas que se conocen y hace cierto tiempo no se ven, conversando de un coche a otro, entre importantísimos business que los alejan. Nuestro Adoniran, además de no tener dinero para un coche, tiene una pésima relación con la modernización urbana, y particularmente con los medios de transporte. Ya en la tragicómica "Iracema" se distancia también de otro músico que le canta a las calles de São Paulo, Caetano Veloso, a quien, le sucede "alguna cosa" en su corazón, "sólo cuando atravieso Ipiranga y Avenida São João": para Barbosa, en cambio, ese cruce es mucho más traumático. Su novia, Iracema, desde el cielo, lo escucha decir:
Iracema, faltaban veinte días para nuestro casamiento
(...)
Cruzaste São João,
vino un coche, te choca y te tira al suelo
(...)
el chofer no tuvo la culpa, Iracema
Paciencia, Iracema, paciencia (...)
(“Iracema”)
Como sea, es probable que Adoniran no estuviera demasiado al corriente de los horarios de los trenes, y también es altamente factible que, incluso sabiendo que existía alguna otra posibilidad para llegar a casa de noche, todo se resumiera a una moral italiana, impuesta por Mamma Rubinato, según la cual él debía, o bien llegar hasta las doce, o bien esperarse hasta el día siguiente.
Si "Tren de las once", como suponemos, ha sido escrita por la madre de nuestro sambista, no es raro que proponga un motivo noble (una casa que cuidar) en lugar de explicitar la razón definitiva que vimos en "Tira la llave": ¡el verdadero problema, la imposibilidad final que condena a Adoniran a no ser un bohemio noctívago, como su profesión le exige, es que la madre se niega a darle las llaves de casa! ¡Y aún más: le impone unos horarios para entrar y salir!
Desde aquí, nuestro sentido homenaje a un sambista esdrújulo, cuyo análisis más exhaustivo debería encomendarse a los patafísicos, esos hombres que dedicaron sus esfuerzos al estudio de las soluciones imaginarias y las leyes que regulan las excepciones.
(Actualización septiembre – octubre 2013/ BazarAmericano)