diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
Editora
Consejo editor
Columnistas
Colaboran en este número
Curador de Galerías
Diseño
Siempre pensé que esa escena de Nadie nada nunca de Saer en la que el Gato Garay aplasta una araña aludía al episodio de La jalousie de Robbe-Grillet en el que Frank aplasta un ciempiés. No es la única coincidencia entre las dos novelas: están también el vago triángulo amoroso, las repeticiones, el clima opresivo, la circularidad del tiempo, la acedia de los personajes. Además, la insistencia de una mirada que a fuerza de claridad solar va perdiendo sus cualidades antropomorfas y deviene mirada impersonal, anónima, inhumana.
Pero a pesar de todos estos paralelismos, nunca terminé de convencerme de que en verdad la araña del Gato aludiera al ciempiés de Frank. ¿No será un poco forzado? He leído casi toda la crítica escrita sobre la obra de Saer y me consta que nadie ha relacionado estos dos bichos (¿por qué la palabra “animal” les va tan mal?; imposible usar “insecto”: deberían tener seis patas*). Por supuesto: es un dato anodino. El intertexto es un “procedimiento”, dirían los profesores de literatura (yo mismo no tengo otra que decirlo cuando doy clases). A pesar de todo, a mí no me parecía un dato menor la semejanza de los dos momentos: los animales y, sobre todo, las alimañas (esa es la palabra), tienen un peso decisivo en el mundo que las dos novelas postulan. Ambas arman un rompecabezas con una yuxtaposición de escenas en las que lo narrado tiende a reducirse a lo sensitivo, a lo meramente corporal, a lo vivo: por eso una araña o un ciempiés son tan personajes como Elisa o A… El mismo narrador saeriano lo tematiza con sarcasmo: el Gato Garay, el Caballo Leyva, la “yegua” Elisa, el bañero “ballena”.
Pero vuelvo a lo sensitivo. Como he vivido casi toda mi vida en la Zona, conozco bien sus veranos y puedo decir que la experiencia narrativa de Nadie nada nunca hace experimentable lo propiamente in-experimentable. Sin embargo, la entomología saeriana me hace reflexionar sobre la relación especie-espacio-tiempo. Deduzco de la novela del francés que los ciempiés abundan en regiones tropicales. Por estos meridianos, las arañas son más propias del campo que de la ciudad: ahí Saer es “realista”. En la ciudad la gente relaciona las arañas con los galpones y con los sótanos. Sin embargo, en la húmeda y abrumadora Santa Fe de la Vera Cruz, el bicho característico es la cucaracha.
Llamativamente, la cucaracha no abunda mucho en la Zona saeriana. ¿Será que cuando el autor se fue a Francia en 1968 había menos de las que hay ahora? Me consta (pero corríjanme si me equivoco) que la cucaracha aparece solo una vez en la obra saeriana y apenas como imagen (no como personaje): “Escribir un brulote contra Walter Bueno no tuvo para mí más significación estética y moral que el pisotón mecánico con el que, pensando en otra cosa, se aplasta una cucaracha que atraviesa el mosaico de la cocina”. Extraña escasez en una obra narrativa en la que los animales abundan. La frase en cuestión es de la voz de Tomatis en Lo imborrable. El irónico protagonista de la saga llama a su horrible suegra “el escorpión”. No deja de sorprenderme que nadie le haya criticado al narrador esa insólita caída en el exotismo, que tanto abominaba. El escorpión de Tomatis es como el ruiseñor de Enrique Banchs: más un bicho de la literatura (o del cine) que de la realidad. Lo coherente con la poética saeriana hubiera sido que Tomatis llame a su suegra “la cucaracha”.
Cuando Ana Porrúa me invitó a ser columnista, estuve pensando un largo rato el tema y el nombre de la columna. Para desquitarme de los aburridos títulos de papers o ponencias para congresos, quise ser divertido y críptico. Quizás me excedí un poco: le dije a Ana que quería llamar a mi columna “El ciempiés de Robbe-Grillet, la araña de Saer y mi cucaracha”. Ella, con muy buen tino, me dijo que le parecía demasiado hermético. Pero me dio total libertad para que lo utilizara si me decidía (porque en verdad se lo propuse con dudas). Le di las gracias y la razón. Así surgió la aburrida parodia de Steiner.
Otro detalle animal me importa en Saer, también, que yo sepa, inadvertido. Me lo reveló mi profesor de teoría literaria, Hugo Echagüe. Podría haber un paralelismo entre los asesinatos de caballos en Nadie nada nunca y la matanza de animales en La pasión de Ingmar Bergman. También la idea parece difícil de probar: pero cuando me la dijo adherí inmediatamente a ella, sobre todo porque considero que lo bergmaniano en Saer está todavía por desentrañarse. Es extraño que con tantos estudios interdisciplinarios y tanto que se ha escrito sobre esta obra y el cine, a nadie se le haya ocurrido investigar esto. Aunque a lo mejor no es lo suficientemente significativo. Yo siempre quise que la relación entre fascismo y carácter reptil (general de Lo imborrable, padre de Leto en Glosa) fuera de prosapia bergmaniana, hasta que Miguel Dalmaroni me dijo que era un lugar común de larga data. En la edición crítica de Glosa-El entenado de Premat, se recoge la siguiente anotación manuscrita: “Para el militar del intrigante: ‘la forma exacta del perfecto reptil (Bergman”. El intrigante era el primer título de La grande y el militar es Mario Brando. ¿La frase es una cita de El huevo de la serpiente? ¿O solo una alusión? No lo sé.
Y ya que estamos: no recuerdo si en su otro libro Premat edipiza los animales de Saer. Porque a mí me gustan más bien los deleuzianos: la tropilla de caballos salvajes en La ocasión, las mariposas en La pesquisa, la estampida en Las nubes. El múltiple. De nuevo: las arañitas que salen despavoridas cuando el Gato aplasta a mamá-araña. Animales más herzogianos que bergmanianos: las ratas de Nosferatu, los monos de Aguirre, los cangrejos de Cobra verde.
No significan nada: fascinan, como los caballos a Bianco.
* Jean Ricardou pasa por alto la sutileza del número de patas cuando alude al “insecte” de La jalousie. Ver Le Nouveau Roman, Paris: Du Seuil, 1973, p. 112.
(Actualización julio-agosto 2012/ BazarAmericano)