diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Editora

Ana Porrúa

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Matías Moscardi  /  Carlos Ríos
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/  Ana Porrúa

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Osvaldo Aguirre
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Cristian De Nápoli
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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
/  Ana Porrúa

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Ulises Cremonte
/  Antonio Carlos Santos

Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

Javier Eduardo Martínez Ramacciotti
/  Fermín A. Rodríguez

Julieta Novelli
/  María Eugenia López

Felipe Hourcade
/  Carolina Zúñiga Curaz

Juan Bautista Ritvo
/  Marcos Zangrandi

Rodrigo Álvarez

Curador de Galerías

Daniel García

Diseño

Ana Porrúa

miniaturas diarias
Primera

En estos días Mario Ortiz está leyendo El Tempe argentino (1858) de Marcos Sastre; descubre ahí los pequeños insectos, las flores, partes de ese cruce entre botánica, zoología y sociología, como él lo describe. Luego dice que Sastre es “nuestro Maeterlinck”. Me causa placer la afirmación y recuerdo que en marzo, Ortiz había recomendado en el blog de Eterna Cadencia La inteligencia de las flores del mismo Maeterlinck. Hay un hilo ahí, podría decirse, una filigrana plausible de desplegar en un argumento: Mario Ortiz lee el simbolismo belga (que no estaba sólo en la poesía sino también en la disposición de la época hacia una ciencia poetizada, una fascinación por las ciencias de la naturaleza para decir que también ese pensamiento científico responde a un sistema de correspondencias), primero en La inteligencia de las flores y luego en Sastre (y ahí toda una conjetura fascinante y una discusión habitual sobre las relaciones entre románticos y simbolistas, incluso entre románticos argentinos y simbolistas belgas). Pero yo, al leer estas dos intervenciones breves de Ortiz pienso inmediatamente en su poesía, en ciertos versos de Cuadernos de Lengua y Literatura I y II, o del VII, el último publicado. Una intuición se corporiza: Tal vez los escritores siempre lean lo que escriben, como si un impulso invisible los llevase a encontrar(se) en cada cosa que leen. Sé que no es exactamente así, pero también sé que muchas veces sucede de ese modo.

Esto, que conversamos de manera rápida, me hizo pensar en la escritura crítica y en el modo en que saltan de manera inesperada, cuando uno lee, ciertas imágenes o figuras, ciertos problemas. No me refiero a problemas esbozados críticamente (pongamos por caso, la subjetividad, o los sujetos en este o aquel texto), menos aun teóricamente (que aparezca la infancia o la imposibilidad de la experiencia en la literatura moderna: cosa bastante previsible, por otro lado, si se empieza por ahí). Me refiero a un momento anterior, a lo que está en los ensayos, en los poemas, en las novelas; a lo que aparece como perseverancia de los textos, no programada por quien lee para un proyecto previo. Se trata de un momento inicial de la escritura  y que sólo puedo describir como la aparición de algo que insiste y se repite en lo que voy leyendo (y no en lo que elijo leer). Entonces leo el libro de un etólogo, Sobrevivir, y quedo prendada del comportamiento ansioso de ciertos animales en la noche, cuando no hay luz y son presa fácil, y vuelve una imagen de Lezama Lima, “La luz es el primer animal visible de lo invisible”, y a la vez releo Saer o Juanele y la luz está siempre como resplandor, reflejo, brillo, y vuelvo a pasar por Gambarotta, voy hacia su primer libro, Punctum (que se reeditó el año pasado y abrió una serie de lecturas relacionadas con la política, con el peronismo), y quedo prendada de esos objetos y esos tipos que se ven pero no, que se ven enrarecidos por luces artificiales; y entonces, está otra vez De Sobremesa de José Asunción Silva y esa primera escena a media luz, con gasas que cubren las lámparas, una penumbra en la que sin embargo se ven con claridad las tazas de té chinas que tienen un resto dorado en el fondo (¡dorado!), y recuerdo que en la etimología de la palabra fotografía están “escritura” y “luz”. Ya sé que este recorrido podría pensarse, en parte, como una serie armada en algún lado (en una lectura crítica, o en lo que leí sobre esos libros por separado). Pero no, hablo de un momento en que los textos parecen imantarse (como se imantan las lecturas de Ortiz que tal vez van a dar a su escritura, o a la inversa). Es una instancia que parecería surgir de cierta distracción o de una atención flotante, una disposición propia, quizás, de la experiencia de leer. Después eso quedará escrito o no; si queda escrito será a partir de cierta propuesta crítica y ahí habrá que sacar unas luces y quedarse con otras; sin embargo esa experiencia inicial suele quedar (o deseo que permanezca) como resto activo. Pero esa ya es otra historia.

 

(Actualización mayo-junio 2012/ BazarAmericano)

 

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646