diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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La noche de neblina parecía ese camino que seguía a Elefant and Castle.
Pero estaba en Jujuy. Nombre extraño de origen remoto.
Ciudad de frontera, de cruce de lenguas. Profunda en la andina América símil.
Salgo para ver saber la noche, aprehenderla.
Toca Mujer Cebra, una banda de rock oriunda de la mismísima Capital Federal, de las tierras sudamericanas, en donde mejor se desarrolló el rock y sus derivados.
Tocan tres bandas, un venezolano que dijo: “Gracias Jujuy, siempre quise decir eso.” El grupo jujeño de stoner rock puso una base del Niño Proletario de Osvaldo Lamborghini junto a sus melodías y pidieron por la Universidad Pública y Gratuita.
Cuando vuelvo al terruño después de diez años de navegar por los mares del mundo, compro una revista Rolling Stone que me lleva a otra. Necesito saber que pasó después de que me fui. Ahí es en donde veo una nota sobre ellos.
Los Mujer Cebra tienen personalidad, la voz del cantante, las guitarras, las canciones propias son melodías que pueden ser covers populares para la nación, opino humildemente si alguien me preguntara.
Ver algo nuevo deja atónitos a los que no lo escucharon antes, y llena de gozo a los que ya saben lo que viene. Benditos los que llegan antes en materia de arte, a los que están atentos a lo que sucede en su contemporaneidad.
Cuando miraba a la juventud en un pogo fuerte agresivo y cuasi salvaje para mi pero armónico en su forma y en su experiencia, mientras tocaba la banda, pensaba en cómo había pasado el tiempo. Una banda de gira tocando en una carnicería en el dos mil dos. Los géneros estaban más enmarcados. Hoy, veinte años después, la música es un total de géneros contenidos en una forma, personalidad, del artista.
Quedo satisfecho con el recital y con ganas de más, de seguirlos en la gira para entender mejor las letras, para bailar al ritmo otra vez pero vivo, no sentado como quedé ese día planchado por los años. Una jornata particulare. Una noche en el Zeppelin bar de Jujuy.
Creo que solo vale el artista que rueda las rutas y que en la memoria queda del público eventual y sus fans y nuevos fans. Llegar a las fronteras, juntar seguidores.
Voy caminando y cruzo el Rio Chico aka Xibi Xibi. La niebla espesa confirma una jornada típica del otoño jujeño, parece Lima Perú bajo el aguacero. Tierra de valles, pocos valles hay como este en la cordillera de los Andes, así con estas medidas, de esta forma. Merida, en Venezuela.
Voy por la calle en donde el año pasado hubo trifulcas entre el pueblo y los mandatarios del gobierno, recuerdo insanos en la memoria de la historia, ¿o acaso memoria e historia sean lo mismo?
Camino aturdido, quiero volver a sentir esas guitarras en vivo.
Veo que en un auto de policía pasa de acompañante un hombre que escribió sobre mí. Me siento observado. Me mira. No lo quiero ver. Lo veo. Se esconden, se van.
Hay olores profundos en la calle, orina, mierda, el olor de la latinoamérica profunda, el olvido del municipio, el crecer de las necesidades, de un baño público, de un circuito de calles en civilidad, saber como mear. Me recuerda casualmente a Bogotá, una vez que veía su vieja terminal detrás, en ese caso, de una ventana de colectivo, así que sin el olor directo pero sintiéndolo con lo que veía. La ciudad crece, llegan esas bandas modernas que le hacen a los chicos tan bien, bien, bien.
La banda sigue tocando en mi mente. Voy a escucharla de vuelta para ver saber mejor sus letras.
Garúa. Al otro día sale el sol.
(Actualización julio- agosto 2024/ BazarAmericano)