diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Editora

Ana Porrúa

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Matías Moscardi  /  Carlos Ríos
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Osvaldo Aguirre
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Valeria Sager
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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
/  Ana Porrúa

Carlos Battilana
/  Adriana Kogan

Ulises Cremonte
/  Antonio Carlos Santos

Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

Javier Eduardo Martínez Ramacciotti
/  Fermín A. Rodríguez

Julieta Novelli
/  María Eugenia López

Felipe Hourcade
/  Carolina Zúñiga Curaz

Juan Bautista Ritvo
/  Marcos Zangrandi

Rodrigo Álvarez

Curador de Galerías

Daniel García

Diseño

Valeria Sager

Una lección de amor
Una emanación de lo real en el pasado 

Ni hablar, acostado
el cielo óxido se envuelve a sí mismo y todo lo que aparece:
la materia que se reduce
a unos manchones de luz diluidos
moviéndose delante o detrás
por un fondo inmóvil que se retrae y
desacelerando, desaparece
de la pantalla nevada de su mente […]

Martín Gambarotta. Punctum.

 

Esto sería el revés de “Las babas del diablo” o de “Apocalipsis en Solentiname”: no hay nada de lo real que se revele en la foto, nada que en lo real estuviese oculto y se haya revelado en la foto cuando la escena hubiese dejado de ocurrir. Es más bien lo que la foto deja en mí cuando ya no la miro, algo como lo que escribe Barthes en un fragmento de La cámara lúcida

Nada de extraño, entonces, en que a veces, a pesar de su nitidez, solo aparezca después cuando, estando la foto lejos de mi vista, pienso en ella de nuevo. Sucede algunas veces que puedo conocer mejor una foto que recuerdo que otra que estoy viendo, como si la visión directa orientase mal el lenguaje, induciéndolo a un esfuerzo de descripción que siempre dejara escapar el punto del efecto, el punctum

Lo que se da a ver que me interesa es el punto en el que se tocan el Esto ha sido, del que habla Barthes, algo que está en la foto solo como prueba de existencia y lo que se me aparece ahora como epígrafe de una imagen en un papel viejo que guardaba en mi caja de recuerdos. La única imagen que tenía de una escena y que perdí.  Es que había una foto en la que yo desenvolvía un paquete, un regalo de cumpleaños en medio de la fiesta en casa de mis padres, en el borde del plano se veía aparecer entre la gente su sonrisa rara, como de rayita, de esas que los niños dibujan con un lápiz rojo. Estaba la sonrisa, es cierto, pero ese gesto —al que vuelvo en estos días para entender aquel evento y  aquellos años o, en general, el tiempo— me deja ver que esa certeza no estaba en la foto y tampoco en los labios cuyas comisuras se aplanan como si no quisieran dirigirse hacia arriba ni hacia abajo, solo a los lados. La certeza, entonces, es absolutamente retrospectiva y abrumadoramente conjetural y consiste en convencerme de que esa línea llana, apaisada y extraña que se dibuja en esa cara que recuerdo detrás de mí y de mi regalo, me cautiva todavía de un modo más duradero y sostenido que ninguna otra en el mundo. Y que a pesar del reconocimiento del momento que indica el íncipit de ese embrujo amoroso y más allá de la extravagante falta de inclinación de la sonrisa; es cierto que no hay, en los pómulos, en los ojos ni en los hombros que asoman alrededor del gesto, nada en realidad que sea sublime. 

No es, entonces,  que recuerde la foto como si revelara algo de la esencia de ese ser único que ha sido fotografiado como la foto del invernadero de la que habla Barthes, es que busco algo que hubiera podido captarse como flotando en el aire, en el espacio que hay entre mi primer plano abriendo ese regalo y su cuerpo detrás de mí a la distancia, un poco recortado entre la gente y sonriendo. Pero reviso la caja redonda de las fotos y esa se ha perdido. Si existió, sin embargo, solo habrá sucedido la presencia, eso que Barthes llama el noema de la fotografía, el Esto ha sido que indica, a diferencia de otros sistemas de representación, que hubo una cosa necesariamente real colocada ante el objetivo sin la cual no habría fotografía. ¿Pero cuál sería entonces el noema del embrujo amoroso? ¿No estaría en la evidencia incontrovertible de que lo que ahora recuerdo de ese cuerpo —que estaba detrás de mí y que yo en el momento en el que mi padre sacó la foto, no veía— era lo que producía ese gesto que encuentro como la cosa colocada ante el objetivo sin la cual no habría este amor? 

Hay una escena de una novela reciente en la que vengo insistiendo porque también me ha capturado que toca el borde de esto mismo, de lo que queda ausente o flotando de algo que sabemos real pero que ya nadie recuerda o del recuerdo de lo que verdaderamente nunca tuvo lugar, cuyo único rastro o prueba se ha perdido definitivamente. Se trata de la imagen brillante de lo que puede  un gesto que aparece en Herodes de Damián González Bertolino (Entropía, 2022). Montiel, el protagonista de la novela vuelve a Buenos Aires de paso, después de haberse instalado con su hija en Punta del Este y se encuentra con un amigo en un café. El amigo le cuenta por primera vez un recuerdo: Un día, cuando estaba estudiando en la facultad, en medio del aplastante verano porteño, salió a caminar y al pasar por una heladería, vio salir a una chica que estudiaba con él. Ese mismo día se habían cruzado en el aula pero ella no había llamado especialmente su atención. 

Es cuando sale de la heladería que me fijo en ella de una forma diferente. Fue un detalle, en realidad… Con la mano libre suelta una servilleta en un tacho de basura. Eso. Nada más, ¿entendés? Pero llena de gracia, como en las películas de antes cuando las minas soltaban el pañuelo para que se lo agarrara un gil. Después empezó a caminar tomándose el helado y la perdí de vista entre la gente. Y no la vi nunca más. Ahora… Lo que me pasó es que, no me preguntes por qué, jamás en la vida me pude olvidar cómo tiró la servilleta, se sacudió los dedos y empezó a caminar. 

Después de eso, cuenta que treinta años después vuelve a encontrarla y que cuando conversan sobre aquel episodio de la servilleta, la respuesta de ella fue que no le gustaban los helados. La posibilidad de encontrar aquella foto que yo había perdido sería así el hallazgo de un rastro material de un acontecimiento ocurrido pero el personaje de Herodes tampoco había conservado la servilleta y después de todo, como lo que me sucede a mí con la sonrisa recta o aplanada, lo que lo punza no es la materialidad de un objeto sino la forma y el temblor de un gesto. 

Lo que busco entonces no es aquella fotografía que guardaba en papel y de la que debe haber habido alguna vez un negativo pero ya no. Lo que quiero saber es qué hay en ese gesto que ahora encuentro de nuevo, delante de mí, del que he perdido su prueba de pasado y del que hasta ahora no me pude olvidar pero que solo entiendo cuánto me había impactado cuando vuelve a suceder por un instante  y ya no hay rastros de su historia ni de su anterior ocurrencia.     

 

(Actualización mayo – julio 2023/ BazarAmericano)

 

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646