diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
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Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

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Julieta Novelli
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Valeria Sager

Una lección de amor
Con tres heridas yo

Hay alguien que vuelve del pasado. Siempre había pensado con cierta soberbia que para no estar solos, había muchos que después de una separación, acudían al despliegue paradigmático de los amores de juventud. Eso que está en tantas películas en las que recurren a viejas agendas telefónicas (objeto vintage) en las que se espera encontrar en cuál historia de aquellas pudo situarse el momento en el que todo en el amor y en la vida empezó a fallar o el momento en el que todo lo que le pasa al protagonista encuentra al fin una revelación. Así, desde la gran Alta fidelidad hasta versiones malas e incluso políticamente patéticas de lo mismo como Contando a mis ex (What´s your number?), —con Amanda Faris y Chris Evans, estrenada casi al mismo tiempo en el que él se convertiría para siempre en Capitán América—. Hay ahí, en esa serie de episodios, una forma sentimental de la anagnórisis y yo creía que esa búsqueda de una revelación como en Edipo Rey o en Star wars no podía arrojar más que tinieblas, que al fin, era mejor no saber. Esas listas imaginarias o anotadas en las que cada entrada permitiría componer una escena amorosa y un “felices para siempre”, no existía para mí pero decía que entonces, alguien, al fin, vuelve del pasado y no de las navidades como espíritu dickensiano, ni del inframundo. Vuelve sonriendo con esa boca rara que ya tenía, un cuerpo más redondeado y con más pecas pero todavía, o mejor, unos hombros y una espalda blanquecinos y hermosos. Me toma por sorpresa porque la redondez se veía también en el punto en el que se terminaban los dedos. Ahora habla más y cuenta esas cosas de los versos de Miguel Hernández. Las tres heridas porque, después de todo, no hablamos más que de eso, ¿no? La vida, el amor, la muerte. Ya sabemos, ni las conversaciones, ni la literatura tienen tantos temas. 

En el comienzo de “Papeles rotos”, el primer apartado de El último lector, Piglia escribe que lo que busca en ese libro inmenso es una serie de escenas imaginarias de cómo se representa el arte de leer en la ficción. No nos preguntaremos tanto, dice, qué es leer, sino quién es el que lee (dónde está leyendo, para qué, en qué condiciones, cuál es su historia).

Habría en este sentido dos caminos. Por un lado, seguir al lector, visto siempre al sesgo, casi como un detalle al margen, en ciertas escenas que condensan y fijan una historia muy fluida. Por otro lado, seguir el registro imaginario de la práctica misma y sus efectos, una suerte de historia invisible de los modos de leer, con sus ruinas y sus huellas, su economía y sus condiciones materiales. 

Lo que busca componer es algo para lo cual inventa una variación del texto de Levi Strauss (“Una lección de escritura”), llamando a eso que resulta de El último lector, una lección de escritura. Qué pasa entonces si una pregunta como aquella, una lección en el tono en el que oscila esa pregunta girando aun en el aire, la pensamos en el amor. ¿Quién es el que ama/ la que ama en los relatos (dónde, para qué, en qué condiciones, cuál es su historia)? Cuando en el texto de Levi Strauss al que Piglia refiere, el antropólogo le regala al jefe nambiquara, papel y lápiz y el jefe le pide más, una libreta, para estar a la altura de quien le ofrece el regalo; el autor escribe que el jefe “traza en su papel líneas sinuosas” y se las presenta como si él debiera leer su respuesta:

El mismo se engaña un poco con su comedia; cada vez que su mano acaba una línea, la examina ansiosamente, como si de ella debiera surgir la significación, y siempre la misma desilusión se pinta en su rostro. Pero no se resigna, y está tácitamente entendido entre nosotros que su galimatías posee un sentido que finjo descifrar; el comentario verbal surge casi inmediatamente y me dispensa de reclamar las aclaraciones necesarias. 

Tal vez sea así lo que busco, líneas sinuosas. Es que parece que cada libro, cada canción y cada película de amor anota algo inagotable y a la vez mudo; cada escritor que vuelve a acercarse a eso, está otra vez en el mismo punto que Dante, que Petrarca, en el mismo punto que Shakespeare. No hay avance posible, nada que se parezca a un adelanto y sin embargo también cada vez que encuentro una modificación, no diría una variante sino un temblor, algo que dice de una forma que repercute como vibración, me sorprende. Así ocurre, por ejemplo con Los días de la fragilidad de Andrés Gallina. Un poeta mudo enamorado de una goleadora infalible sobre la que escribe porque no puede hablarle. La escritura de amor que suplanta la voz, al revés que lo que le ocurre al hombre que observa Levi Strauss pero que en el libro de Gallina, delante de la mujer a la que el personaje no puede dejar de mirar, se vuelve en el poeta, también sinuosa. En el medio del relato, poema, obra de teatro, los enamorados juegan un partido en la playa, en Miramar, y después de un pelotazo en la nariz y mucha sangre terminan “trenzados” “abrazados en la arena negra como dos santos sucios”: 

¿Qué pasa si después de amarnos
hacemos dos pozos con las manos
y dejamos enterrados los cuerpos
en la arena seca?

¿Qué pasa si ponemos
la pelota arriba del pozo
para que haga de tumba? 

¿Qué pasa si cubrimos las tumbas 
con las casacas de Once Unidos
manchadas con sangre?

¿Qué pasa?

¿Eh?

Una voz que ante los suyos, demostrando poder, presume escribir y disimula la vacilación pero no deja de trazar líneas incomprensibles y entonces mudas en la libreta del jefe que observa Levi Strauss. La escritura sin voz, en el personaje de Los días de la fragilidad. Pero aquí, cuando en el final, algo del cuerpo de ella en movimiento hace que grite como no había podido hacer en el comienzo mientras la miraba jugar; parece decir que escribir lo amoroso precisa el grito. El impulso de lo que no sucedió las primeras veces, puede, en el deus ex machina de la escena literaria deshacer lo que pensábamos con arrogancia solo si produce un estremecimiento, una voz semejante al ardor de la serial killer del gol, “uno de esos temporales”, escribe Gallina, “que en pleno invierno se llevan los balnearios adentro del mar”. 


 

(Actualización diciembre 2022 – febrero 2023/ BazarAmericano)


 


 


 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646