diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Quien busque, en el Martín Fierro, la voz buey, no la encontrará. Si intentara agotar todas sus grafías posibles (como lo hace el personaje Bioy en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” con “Ukbar, Ucbar, Ookbar, Oukbahr”), llegaría tal vez a la forma güey. Y comprobaría que esa variante recurre seis veces en el conjunto que forman la Ida y la Vuelta. Tampoco hallará el objeto buey, sino en forma muy mediada. Objeto, acá, supongo que se entiende, no es cosa. En el cancionero criollo y aun en el tango urbano con olor a pampa, los bueyes son individualizados con hermosos nombres que combinan lo pictórico, lo temperamental y lo afectivo: Barroso, Colorao, Perezoso, Pajarito, Manchao, Chiche, Overo, Cachaciento, Picaflor, Zaraza, Golondrina. Los de Hernández apenas si llegan a la dignidad de los de Esopo, La Fontaine, Iriarte o Samaniego. No tiran, no aran, no cornean, no pastan, no rumian, no se lamen. Lo que hacen es sentenciar, digo, participar del discurso sentencioso: integran frases incorporadas como dichos o refranes al repertorio de la lengua. No funcionan de ninguna otra manera.
Ya desertor, ya criminal, Fierro se queja, en el canto VIII de la Ida, porque –dice– el gaucho que llaman vago
Tiene la suerte del güey—
Y dónde irá el güey que no are.
La pregunta parece, y en buena parte es, retórica. Sin embargo, el refranero de Francisco de Espinosa, del siglo XVI, completa el octosílabo con otro, que cierra el dístico en clave de adivinanza cantada: “sino a la carnicería”.
En la Vuelta, el célebre consejo de Vizcacha al hijo segundo, eso de hacerse amigo del juez, se ilustra con esta imagen:
Allí sentao en su silla
Ningún güey le sale bravo-
A uno le da con el clavo
Y a otro con la cantramilla.
Seguimos con la Idea platónica del vacuno, no con este o aquel, no con Barroso o con Golondrina. Y seguimos con un imaginario del espoleo duro sobre el lomo manso: tristemente, el clavo y la cantramilla son picanas.
No menos sentencioso es el güey corneta del relato del hijo segundo que cuenta en la pulpería del reencuentro la enfermedad y la muerte de Vizcacha. A tal punto, que el mote recae sobre el entrometido que, desde la puerta, corrige con desprecio su modo gaucho de hablar.
“Cuerpo de güey”, en curioso sentido ponderativo, tiene la moza a la que requiebra Picardía, para celoso disgusto del oficial al que llaman Ñato. Y como última queja, el hijo de Cruz dice que los gauchos
Andan lo mesmo que el güey,
Arando pa que otros coman.
El impacto, en esta mansedumbre de la desgracia de güey, viene cuando leemos, en el canto V de la Ida, este desafío:
De naides sigo el ejemplo,
Naide a dirigirme viene-
Yo digo cuanto conviene
Y el que en tal güeya se planta,
Debe cantar cuando canta
Con toda la voz que tiene.
Fierro se planta en la güeya, en el camino, Mansilla habría dicho: en la rastrillada. Palabra rica, efecto-causa-efecto insinuante de caos secuencial, desmontadora de construcciones mentales y verbales: el paso constante del ganado hace güeya, rastro, y ese rastro hace camino, y por ese camino, habilitado por la güeya, vuelve a pasar el ganado.
Así, por obra de esta grafía, güey (allá lejos y hace tiempo, bos-bovis) y güeya (del latín vulgar fullare, pisotear), de procedencia diversa, convergen inesperadamente en una nueva etimología popular. En el medio, un largo proceso fonatorio que fue de la articulación anterior bilabial (bos) o labiodental (fullare) a la posterior velar (gu-).
Al plantarse en la güeya, y en un contexto verbal de güeyes, Fierro asoció güey con güeya, y no Hernández, sino la lengua con la que trabajaba Hernández, replicó un acercamiento de dos vocablos de historia disímil, una iluminación: la misma que tuvieron los carreros cuando, en diálogo desde el pescante con el animal de tiro, entonaban, entre silbido y silbido: “A la güeya güeya, güey”. Y que la canción criolla y el tango, en la voz de sus oficiantes –Gardel, Corsini, Magaldi, Razzano, Ada Falcón, Nelly Omar, Edmundo Rivero, Victoria Morán, Brian Chambuleyron–, han prolongado y estilizado.
Los dos puntos de la diéresis punzan, como la picana, la superficie del papel. Las letras de güey y güeya surcan la página como el güey, al arar, surca la tierra. Trazos. Marcas. Incisión. Escritura. Será por eso que la presencia del buey es constante y perseverante en la paremia de distintas lenguas. Y será por eso que el nacimiento de la escritura alfabética tributa a la ideografía pictórica originaria del buey por partida doble: en el trazo, que sintetiza el esquema de la cabeza del bovino, y en la voz alp ? aleph, que en las viejas lenguas semíticas parece nombrarlo. A la grafía, a la escucha:
A la güeya güeya güey.
Surcos
Arturo de Nava y José Carrilero. El carretero.
Alberto Laporte y Mario Trongé-Alfredo Lagazio. Huella buey.
Carlos Gardel y Alfredo Le Pera. Apure, delantero buey.
José Servidio-Luis Servidio y Francisco García Jiménez. La carreta.
Alfonso y Benjamín Tagle Lara. Zaraza.
Cátulo Castillo y José González Castillo. El aguacero.
(Actualización diciembre 2021 – febrero 2022/ BazarAmericano)