diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

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La literatura y sus restos (teoría, crítica, filosofía)
Teología, filología, crítica: muertos y sobrevivientes

¿La teología ha muerto? Nadie que no tuviese un ánimo polémico extremista afirmaría tal cosa. Fenecido incluso el mismísimo Dios, sigue habiendo no obstante teólogos y, más todavía, exégetas laicos de las sagradas Escrituras, que estudian, escriben, publican y hasta polemizan. Uno diría que mientras no desaparezcan de la faz de la Tierra –por algún fenómeno difícil de imaginar–incontables copias y ediciones y reediciones y traducciones anotadas de la Torá y del Talmud, del Corán y de la Biblia (y un moroso etcétera), la teología de muchas religiones tiene un porvenir asegurado.

Lo que conocemos como crítica literaria no parece correr con la misma suerte: el juicio experto y argumentado sobre la calidad de los libros y sobre el provecho consecuente de leerlos o de, en cambio, no hacerlo e ir por otro, carece ya de lectores. Somos como un cuerpo de bomberos en un mundo sin incendios: las contadas personas que todavía encienden fuego se las arreglan bien y hace rato dejaron de llamarnos (ya casi ni saben que existimos). Incluso puede decirse que las pocas cajas presupuestarias que siguen financiando algo de lo que fue la “crítica literaria” (digamos las Universidades) toleran ya muy poco y a regañadientes el comentario de textos literarios: las personas que se licencian o doctoran en “Letras” o en “Letras modernas” o en “Lengua y Literatura” migran en masa a la geografía metafórica (todo son “cartografías” y “mapas”) o principalmente a la historia social del periodismo, a la sociología del libro y de la edición, a la historia social de la lectura, a los llamados “estudios poscoloniales” o “decoloniales” (cuyo tema, se sabe, no es la literatura), a asuntos hasta hace un tiempito novedosos como la “multimedialidad”, a extravagantes categoremas de temporada (hasta hace un par de años, la exigencia de escribir sobre el “antropoceno” –perdón si hay niñes en la sala- llegaba al extremo de la conminación moral), y sobre todo a la crítica política de las representaciones: lo que interesa en las ficciones y en otros escritos (en la poesía ya casi nada) es lo que digan de modo más o menos inmediato y decidible sobre espacios y territorialidades, sobre biopolítica, gubernamentalidad, género, racismos, migraciones, ecología, animalidad y otros dilemas urgentísimos para la vida real de miles de millones de personas y del planeta mismo. Quedan, es cierto, las reseñas de libros en los diarios y portales, cada vez más esporádicas y más cortas: por lo menos en la Argentina, las escriben tanto periodistas culturales como… investigadores del CONICET. Más allá de la afección gremial o corporativa –o sea más allá de la impotencia remanente o de la melancolía de algunos críticos literarios–, francamente no creo que nadie lamente mucho esa mutación. “La crítica literaria es un género muerto”, sentenció hace poco una de las más agudas y perspicaces investigadoras en teoría literaria e historia crítica de la crítica literaria argentina. 

En cambio, de la filología (usando la palabra en un sentido definido, preciso, es decir acotado) puede decirse lo mismo que de la teología: lo que puede seguir haciéndose con el canon, es decir con el limitado pero vastísimo corpus de los clásicos antiguos y medievales europeos no es infinito pero nos lo parece, y seguirá sucediendo, y eso aún si decretásemos que ya nunca habrá más de esos archi eruditos políglotas como Menéndez Pidal, Leo Spitzer, Ernst Curtius, Eric Auerbach, Jean Starobinski o María Rosa Lida. Estoy seguro de que cualquier profesor europeo informado replicaría que la filología, la romanística y el comparatismo hace décadas han dejado atrás sus días más gloriosos; pero imagino que lo mismo debe suceder con la teología. De hecho, no estoy hablando solo en términos comparativos: la exegética, la patrística, el comentario y la edición crítica anotada de textos antiguos y medievales son contiguos, y los habitan desde hace siglos laicos y religiosos, teólogos y filólogos. 

Otra cosa bien diferente son las lecciones de la filología, todo lo que aprendimos con la filología en el sentido clásico, que es el nietzscheano y a la vez el académico, universitario y tradicional. Es una lección semejante y contigua a la que extrajimos –de modo selectivo, parcial, incluso tendencioso y no siempre responsable– de todas las escuelas críticas que alguna vez fueron impugnadas como “inmanentismo” o “formalismo”: los formalistas rusos, el círculo de Bajtín, el close-reading, la “ciencia del texto” En esta misma columna propuse que Judith Butler es una de las últimas firmas eminentes de ese recorrido, que en su caso es el de la deconstrucción: Derrida, De Man. También lo es el retorno a la sofística como literatura y a la retórica como rasgo definitorio del lenguaje y de la política que Barbara Cassin ha desarrollado mediante un trabajo filológico y filosófico enorme y ejemplar.

Por supuesto, el campo universitario está repleto de profesores que llaman “filología” a muchas cosas: edición de manuscritos de autores vivos y más o menos jóvenes, trabajos de “crítica genética”, crítica literaria lisa y llanamente… Si no es por el comprensible deseo corporativo de prestigiar prácticas de investigación que carecen aún de credenciales institucionales suficientemente sólidas, no veo dónde reside la necesidad de llamar “filología” a tareas que se le parecen en algo. Utilizar dispositivos, procedimientos o recursos de los métodos filológicos puede ser a menudo útil, conveniente y provechoso… pero no hace de cualquier trabajo que los emplee un trabajo de “filología”.

En su ensayo sobre María Rosa Lida y su “pulsión americana” (recopilado en Desplazamientos necesarios, de 2020), Nora Catelli advierte contra eventuales expectativas respecto de “un renacer filológico imposible” en el Río de La Plata o en Argentina. Cuando durante la presentación de su libro en mayo pasado, alguien la mencionó como erudita, Catelli aclaró que, si hablamos de “nuestra tradición”, preferiría descartar “la erudición”. “La crítica erudita […] –explicó- trabaja necesariamente con algún instrumento de la filología, en el campo que sea, desde la ecdótica hasta la etimología o las fuentes clásicas”, algo que Catelli cree que no hacemos por acá, o que ya hace tiempo hemos dejado de hacer tanto como de saber hacerlo. Cuando le pregunté seguidamente por ejemplos o casos posibles de “eruditos” latinoamericanos, Catelli respondió: “El único campo donde ahora podría haber un trabajo erudito, en el sentido de que se incluya un trabajo filológico, es decir lo que hizo Lida” es “el campo de los estudios poscoloniales” donde “puede haber en este momento una forma de erudición que va a tener que instalarse porque se encuentra con un cuerpo (al que yo nunca voy a tener acceso), que es el cuerpo de la nueva relación con las lenguas americanas. Y eso tendrá que incluir un dispositivo de erudición, que no será el de mi generación, en absoluto. Supongo yo que ahí sí surgirá algún tipo de erudición, para la que de algún modo hay que prepararse”. 

La idea de Catelli merecería un debate más detenido y documentado que lo que pueden proponer estas notas. En realidad, hace mucho que en la Argentina y en América Latina hay apasionadxs, rigurosxs y tenaces estudiosxs de las lenguas de los pueblos originarios, aunque se trate de investigadorxs que no proceden de los “estudios poscoloniales” ni se dedican a ese campo. Ignoro cómo son las cosas a este respecto en lugares como México o Perú. En la Argentina, por lo que sé, lxs “eruditxs” actualmente más importantes en “lenguas americanas” existen desde mucho antes que el mignoliano neologismo “decolonial”, y son lingüistas de profesión (no importa con cuánta apertura se muevan respecto de otros saberes y disciplinas aledañas a la lingüística que practican; uno de los que conozco, por ejemplo, es experto en lenguas de pueblos originarios patagónicos y a la vez profesor universitario de griego y de historia de la lengua; y en ese caso tanto como en varios otros, se trata siempre de activxs militantes en políticas, colectivxs y luchas culturales y lingüísticas).


NB: estas notas dialogan con las reflexiones de Nora Catelli durante la presentación de su libro Desplazamientos necesarios. Lecturas de literatura argentina (Buenos Aires, EDUNER, 2020), en mayo de 2021, en una reunión organizada por el Instituto de Literatura Hispanoamericana de la UBA. El evento completo está en https://www.youtube.com/watch?v=lf38WEQd-7k 


(Actualización julio – septiembre 2021/ BazarAmericano)


 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646