diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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La literatura y sus restos (teoría, crítica, filosofía)
Butler y la revolución retórica

No podemos esperar que el lenguaje muestre con transparencia la verdad de lo que dice, pero tampoco podemos esperar que esa verdad se encuentre fuera del lenguaje.

JB

 

I.

Sabemos de sobra que la principal revuelta política prolongada, radicalizada y global de los últimos treinta años –los feminismos, las agitaciones queer, los movimientos LGBTIQ+ y las luchas contra la asignación cultural de género como opresión a escala mundial– es al mismo tiempo un populoso proceso de trabajo filosófico, teórico y crítico. Supongo que eso es ya muy evidente y no tiene nada de novedoso. Lo que en cambio, y de un modo sorprendente, se omite al punto de parecer casi completamente ignorado, es el hecho de que esas teorías –que forman parte de la “Teoría”, procedente de la “teoría literaria” y cultural y de todas las versiones de la “nueva crítica” literaria– son teorías retóricas. Quiero decir que están en el linaje de la matriz retórica y filológica que, desde Nietszche y los formalistas rusos y durante todo el siglo XX, se expandió a pesar de la sospecha y los ataques de tantos guardianes del saber que se pretende fiable y métrico.

No tanto porque para muestra baste un botón sino más bien para no aburrir ni alargar, voy a restringirme acá al caso de Judith Butler (de cuyos textos no necesito mostrar cómo ni cuánto han dado letra y argumentos a la militancia política radicalizada en todo el mundo).

 

II.

Aunque por supuesto podríamos ir más atrás todavía, el primer nombre de la matriz retórica es la “lectura lenta”, que procede de la célebre descripción nietszcheana del trabajo filológico (en el prólogo de Morgenröthe. Gedanken über die moralischen Vorurtheile de 1881). Lo siguió una copiosa serie de best-sellers: los formalistas rusos y Bajtín, la filología continental en sus principales variantes y firmas (Curtius, Auerbach, Steiner y un largo etcétera), el New Criticism, la narratología y la poética estructuralista en Francia, Roland Barthes, Jacques Derrida, Paul De Man, los estudios retóricos y exegéticos de Giorgio Agamben, Jonathan Culler.

Aunque tome muchas formas y hable dialectos filosóficos y lenguas varias, el rasgo principal de la matriz retórica reside en la convicción de que si hay algo que valga la pena saber, lo sabremos cuanto más nos detengamos en los rasgos verbales, compositivos, tropológicos, figurativos, rítmicos, tonales, escriturarios de los textos. Por supuesto, la matriz retórica es siempre crítica textual pseudo-inmanente, no siempre ha sido “inmanentista” y, muy a menudo, ha desplegado las consecuencias políticas e ideológicas insoslayables de la crítica textual. Por supuesto, en el amplio espacio de la matriz retórica se ubican corrientes críticas ideológica y políticamente conservadoras, como el New Criticism norteamericano, sin dudas inmanentista, que propició el modo de leer conocido como “close-reading”: una lectura “cercana” al texto y a la vez “cerrada” respecto de la politicidad o las dimensiones ideológico-políticas de la literatura. No sé si además de poco serio puede resultar inútil imaginar una tradición de filologías de izquierda, aunque no me resigno a abandonar por completo inventos estrafalarios o pedantes como un-close reading o dis-close reading. Como sea, el caso de Butler sobresale por muchos motivos que casi nadie se ocupa de recordar: formada en un ámbito universitario donde pesaba la tradición del “close-reading” y alumna de Paul De Man, Butler desarrolló, con esas mismas herramientas teóricas y metodológicas (a las que se mantiene declaradamente fiel), es decir desde el corazón de la matriz retórica, la intervención teórica global más disruptiva y políticamente más radicalizada y operante de lo que va del siglo XXI, como dije. Estas líneas suyas a propósito de Kierkegaard exponen de modo bien económico la tesis principal de la matriz retórica:

No es que se debiera considerar primero la forma literaria y la retórica del texto para luego poder entresacar la verdad filosófica. Al contrario, no había forma de liberar el argumento filosófico, un argumento relacionado con la imposibilidad de superar el silencio cuando se tratan cuestiones de fe, sin que se lo llevara a través del lenguaje al momento de su propio hundimiento, donde el lenguaje muestra su propia limitación y donde este “mostrar” no es lo mismo que una simple declaración de sus límites. (Deshacer el género [2004]. Buenos Aires: Paidós, 2018: 335).

 

Algo semejante a lo que había anotado en 1998: “No podemos esperar que el lenguaje muestre con transparencia la verdad de lo que dice, pero tampoco podemos esperar que esa verdad se encuentre fuera del lenguaje” (Butler, Sujetos del deseo… [1987], 2012:13). O, de igual modo, lo que señalaba en una entrevista, en 2010:

Soy profesora de literatura, y prefiero seguir haciendo eso que empezar a dar clase de filosofía. Ser profesora de literatura me permite abordar la totalidad de un texto. El escritor escribe un párrafo, deja un espacio y después empieza otro párrafo. Entonces te paras a pensar en ese espacio. Un filósofo, por el contrario, no se pondría a pensar en el espacio, sino en las enunciaciones concretas del texto, sustrayéndolas a la particular composición de la página… Únicamente valoraría el significado de las proposiciones. Para mí la filosofía es una forma de escribir. Pienso en Wittgenstein, por ejemplo, que utiliza una estructura compuesta por párrafos, pero que ni siquiera sabe usar un párrafo. (Soley Beltrán 2010)

 

III.

Tal como ha repetido Jonathan Culler, no sin ironía, el tema no solo del fin de la teoría (sea la Teoría, la teoría literaria u otras variantes) sino hasta el nuevo tópico de “la teoría después del fin de la teoría”, se han convertido en un lugar común de los estudios literarios en lo que va del siglo XXI. Al respecto, me interesa notar que la posición de Culler (quien ni da por hecho fin alguno de la teoría ni, menos, lo lamenta ni celebra) no es la única ni tampoco la predominante (aunque, como es obvio, parezca desde hace tiempo preferible). Podemos recordar las intervenciones de Terry Eagleton por una parte (2003; 2012), por otra las numerosas manifestaciones similares en la crítica cultural académica latinoamericana de pretensión radical. Pues bien, cuando se da más o menos por hecho el llamado “fin de la teoría”, lo que parece darse por perdido o terminado es, más bien, el modo de leer que –de la mano de cierta filosofía, de la filología y de la llamada teoría literaria- resultó característico del pensamiento del siglo XX: por qué sería sin dudas relevante que en 1955, un joven poeta argentino afiliado al Partido Comunista haya quebrado la primera unidad estrófica de un poema elegíaco en endecasílabos con un pie heptasílabo en lugar de no hacerlo (o de hacerlo con un verso final de otra medida). Por qué y cómo tiene una dimensión política insoslayable lo que, desde Rubén Darío, sucede con el alejandrino, su cesura y su acentuación en la poesía castellana escrita en América Latina. Qué sabré, que no supiese antes, cuando advierta cómo están citados Cervantes y Lope en el verso de Darío “Yo soy aquel que ayer nomás decía”. ¿No exagera Barthes cuando se detiene tanto en el barómetro sobre el piano en “Un corazón simple” de Flaubert? No solo cuáles libros sino cuántos se roban Silvio Astier y sus amigos en el asalto nocturno a la biblioteca, se pregunta Ludmer. ¿Por qué la novela moderna insiste en comienzos que ponen a vacilar el nombre propio ante nuestros ojos o lo esconden –Quijada, Quesada, Quijana en Cervantes; “Call me Ishmael” en Melville, Pip sobre Philip Pirrip en Dickens, Burton o Bianco en Saer-? ¿Por qué Jorge Monteleone se tomó el trabajo de calcular que leer la descripción de la costura de un botón de una camisa, en La grande de Saer, demora lo que coser un botón de una camisa? No es solo de eso, pero es principalmente de eso que se habla cuando, más o menos entre los años de 1990 y 2018, se repite el tópico del fin de la era de la teoría. Eagleton lo indica y lo reitera con énfasis, tanto que escribe en los 2000, con declarado propósito escolar y técnico, libros dedicados a reponer una especie de saber retórico-textual propio del “análisis literario” o “de textos”, que hace tiempo habría hasta dejado de enseñarse en las Universidades: tras la enésima denuncia contra la consistencia meramente política de “literatura”, del canon y de todos los modos consagrados por los europeos (o sus esbirros culturales) para estudiarlo y contribuir así a la naturalización de las violencias culturales del poder, lxs estudiantes de letras modernas o de teoría e historia cultural lo ignorarían todo –parece– acerca de temas como la “morfología del cuento” de Vladimir Propp, la hipálage, los metaplasmos, la retórica del excipit o sobre qué diablos sea la cenestesia ni menos para qué sirve saberlo.

En contra de lo que se ha difundido desde los años de 1990 como un sólido sentido común académico de sesgo pretendidamente postdisciplinar, antidisciplinario, antiesencialista y, sobre todo, entregado a una autoatribución de intransigencia política radicalizada (que a mí me da vergüenza ajena, vea)–, en cambio el ejercicio de pensamiento políticamente más desafiante, perturbador, indócil y confrontativo ante el hétero-Poder dominante (el pensamiento aportado a las luchas políticas globales más significativas y operantes del siglo XXI), procede de la matriz retórica y filológica.

Además de escribir más o menos regularmente según los dispositivos de la crítica literaria, Judith Butler ha declarado, insistido y recordado con frecuencia que de ese ejercicio se trata –y no de otra cosa– su trabajo a la vez textual, teórico, filosófico y político. Pero la cuestión clave aquí reside en el hecho de que en casos como el de Butler, el efecto político radicalizado de sus trayectorias no es una autoatribución ni –menos– un dispositivo de autofiguración corporativa. A diferencia de lo que sucede de modo ya crónico con la nano minoría de la “crítica académica” (la fantasía de cuya politicidad o eficacia política anhelada le interesa –fuera de la propia “academia”– a casi nadie), las asignaciones nunca cerradas de identidad política emancipatoria a personas como Butler proceden de “las calles”, es decir de los colectivos políticos asamblearios globales y locales más activos en las luchas por la radicalización de la democracia. Anoto, apenas, un síntoma conocido: Butler es un nombre pero también un cuerpo reiterado en las primeras filas del combate global no solo contra los neofascismos europeos y contra las políticas de la administración Trump en USA; además lo es contra las políticas de Bolsonaro en Brasil y contra la llamada bolsonarización de liderazgos en el resto del mundo. Hay que pensar ese síntoma en medio de un encuadre sin solución de continuidad: de la filología hegeliana (el tema de su tesis en 1987), a la agencia directa de políticas disidentes.

 

En este contexto, resulta por lo menos llamativo que la cultura política universitaria haya omitido casi por completo el hecho –sin dudas algo incómodo o por lo menos curioso– de que Judith Butler, el nombre ineludible y repetido siempre que se habla de las teorías en que se apoyan las principales luchas políticas contemporáneas, sea una declarada ex alumna de Paul De Man, que enseña literatura (no filosofía) y que muestra con meridiana claridad metodológica cómo construye pensamiento (sobre lo que fuese), leyendo literatura: desde las primeras páginas de su tesis doctoral, Butler comienza siempre por –como ella misma repite– “leer”, es decir, detenerse en las formas, las elecciones sintácticas y hasta paragráficas, la enunciación, la narrativa, los tropos, la poética. Las posibilidades e imposibilidades del pensamiento, de la responsabilidad y de la culpa –los problemas políticos y éticos, en fin– que Butler estudia en Primo Levi (siguiendo los pasos del narratologismo de Hyden White) son del mismo tipo de los que indaga más de veinte años antes en la Fenomenología del Espíritu cuando elige “la ficción”, la “narración” y “las oraciones hegelianas” como el objeto-problema de su estudio; los dilemas del sionismo y del antisemitismo que interroga en Walter Benjamin son considerados del mismo modo que lo que ella describe en detalle como una “poética de la no-llegada” en las ficciones y parábolas de Kafka. Otro tanto puede decirse de las preguntas que Butler dirige a la Antígona de Sófocles (y a la de Hegel), a Simone de Beauvoir o a Toni Morrison, como de las que plantea en Foucault, en Derrida o en Lacan. El campo académico “radical” omite estos ineludibles lazos entre literatura, teoría de matriz retórica (“inmanente”, “textualista”), y política radicalizada, en un típico episodio de lo que debe caracterizarse, lisa y llanamente, como eso que De Man llamó “resistencia a la teoría”.

Francamente, es una suerte para los contemporáneos –para nosotres, en fin– que la moda de despotricar –so pretexto de nobleza ideológica– contra la literatura, contra las artes, contra el amor exegético por las escrituras y contra los efectos políticos de la crítica textual vaya ya quedando arrumbada en el galpón sombrío de los rancios trastos viejos.

 

Nota: agradezco a Javier Gasparri, Cristian Molina y Mara Glozman, que en los últimos tiempos me han orientado y ayudado –cada cual a su modo– para ponerme a estudiar y pensar los temas de esta columna.

 

 

De Judith Butler

Subjects of Desire. New York: Columbia University Press, 1987.

Gender Trouble. New York: Routledge, 1990.

Bodies that matter. New York: Routledge,1993.

Antigone´s Claim: Kinship Between Life and Death. New York: Columbia University Express, 2000.

Undoing Gender. New York and London: Routledge , 2004.

A quién le pertenece Kafka. Palinodia: Santiago de Chile, 2012.

Soley Beltrán, P. “De literatura, mitos y estrellas. Entrevista con Judith Butler”. Minerva 13, Madrid, Círculo Bellas Artes, https://www.circulobellasartes.com/revistaminerva/articulo.php?id=375&fbclid=IwAR3Tbh9B1SHmELIc5gwuoDVgjLWm2gJgwPvt3suVNC_juSmTUn8JlIaI7bY

 

De Jonathan Culler

The Literary in Theory. Stanford: Stanford University Press, 2007.

Afterword: Theory Now and Again”. The South Atlantic Quarterly, 110(1), 223-230, 2011.

Critical Theory Today”. Theory Now: Journal of literature, critique and thought, (1). http://revistaseug.ugr.es/index.php/theorynow/article/view/7605/6802, 2018.

 

De Paul De Man

Aesthetic ideology. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1996.

Allegories of reading. New Heaven: Yale University Press, 1979.

Blindness and insight. New York: Oxford University Press, 1971.

Critical Writings, 1953-1978. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1989.

The Resistance to Theory. Minneapolis: University of Minnesota Press, 2002.

 

De Terry Eagleton

After Theory. London: Penguin / Basic Books, 2003.

How to Read a Poem. Oxford: Blackwell Publishing, 2007.

The Event of Literature. New Haven: Yale University Press, 2012.

How to Read Literature. New Haven: Yale University Press, 2013.

 

(Actualización diciembre 2020 – febrero 2021/ BazarAmericano)

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646