diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
Editora
Consejo editor
Columnistas
Colaboran en este número
Curador de Galerías
Diseño
1
Los perros están confundidos; un murciélago del tamaño de un cuervo cruza la avenida en dirección al maxiquiosco. Hay un olor en el aire que nos recuerda algo que no acertamos a dibujar. Debe ser el excesivo calor, y si no es el calor, si esto continúa con el frío, y sigue adelante por encima de nos, criaturas pasivas, que miran desde la ventana, y ya no distinguen dónde comienza y dónde termina qué: ya nos vemos como restos de una salsa, acá cebolla, allá un pellejo de tomate, en tanto que el plato que nos contenía ya fue comido, está en proceso de digestión, perdimos nuestro espacio, y ahí vienen los chacales.
2
En este verano no vemos a los escorpiones, tampoco nos preocupamos por ellos, aún a sabiendas de que están, que pueden picar un pie que calza sandalias o, peor, a nuestra perra a quien sacamos a pasear.
Se multiplican unas babosas que miden 15-20 centímetros, que no hacen daño, pero afectan el paisaje.
3
Los erizos, tan populares hasta hace poco, ya no se muestran, no sabemos si están. Una lectura de infancia que siempre está presente, nunca se borra: Colmillo Blanco, todavía cachorro, se topa con un erizo. Se acerca al animalito para ver qué pasa. El erizo se hace una bola, pero Colmillo Blanco, que aún no entiende de qué se trata, arremete y las púas se clavan en su trompa. Llorando, se retira. Al día siguiente se repite el encuentro con el erizo, pero esta vez el mitad lobo, mitad perro, se las ingenia para darlo vuelta con el hocico, ponerlo de espaldas y hundir sus dientes en el vientre blando.
4
Hace una era, siete meses atrás, antes de que la pandemia reorganizase el espacio-tiempo, mientras paseábamos detrás del edificio en donde vivo, encontramos mi perra y yo, mezclado con basura seca, tierra y hojas, un cuarto trasero de gato. Color gris oscuro o negro, parecido su estado a las alas de las palomas que cazan los gatos y abandonan cuando ya no les interesa. Le contamos al veterinario el hallazgo, le participamos nuestra sospecha de que los chacales son responsables. Para el profesional se trataba de un resto de gato que ya estaba muerto cuando lo descubrió el chacal, el cual llega a la ciudad en busca de restos de asados y carroña, “¿pero quienes actúan así no son las hienas?”, “los chacales también”. Y dio por cerrada la charla.
5
El cambio de situación puso las cosas en otro lugar, la vida pasó a ser un mar contenedor de islas, un sinfín de situaciones de cultura diaria perdieron sustento de un día para el otro, y el mundo, que ahora se reduce a nosotros, se dio cuenta de que el veterinario mentía. Una madrugada, desde el ventanal que da al patio vecinal, fuimos testigos de esta escena: un chacal se paseaba con una gata tricolor colgando de sus fauces. A la madrugada siguiente volvió a suceder y dos noches más tarde tres chacales juntos, cada uno con su gato sujetado por la nuca, cruzaban la avenida camino al desierto. En los días siguientes encontramos, mezclada con piñas de pino y piedras, un cráneo, y luego un espinazo con cuero. El camino que pasa por las canchas de tenis del country está tapizado de caca de chacal. Los gatos de mi casa que alimenta Luba, una vieja dama de Leningrado (le decimos “la condesa”), se vengaron en una paloma que descuartizaron en la puerta de casa. En la vida de los gatos, y del barrio todo, tomaron carnadura todos los dichos que se asocian con el lobo. Te come el lobo. Caer en la boca del lobo. Hambre de lobos. El chacal de aquí, el chacal dorado, canis aureus, es un verdadero lobo. Aquí mismo, detrás de un arbusto, se esconde por las noches uno con quien nos cruzamos miradas. Un par de veces pasó al lado nuestro, como si no existiéramos. Otra, en cambio, se detuvo para estar seguro de nuestras intenciones. O de las suyas. No es bueno que la fiera se confunda con nuestros ojos. Una mirada puede domesticar. Cuando nos encontramos de frente, tratamos de no sostener la mirada, desviamos la vista. Además, estamos frente a Anubis, el dios egipcio que transporta a los muertos y es guardián de sus tumbas. En el antiguo Egipto los gatos eran dioses domésticos. Se les rendía culto, se los protegía, era preferible dejarse matar si de este modo se salvaba el gato. Sólo los chacales, que eran los mismos allá en Lúxor que aquí en Arad, les estaba permitido llevarlos . Entraban a las ciudades a cazarlos, tal como lo hacen en nuestro barrio, y no había forma de impedir que esto suceda. Porque eran dioses, debían ser dioses, para llevarse al otro mundo los bichos que habíamos endiosado.
6
“Los gatos, aún menguando, siguen su vida como si la amenaza no existiera”, oigo que alguien comenta. ¿Cómo saberlo? ¿Tienen un sentido de la fatalidad? ¿O saben todo pero su esencia y constitución les impide expresarlo? ¿O lo expresan y no los comprendemos? ¿O los comprendemos y hacemos la vista gorda? Como el veterinario, que a nuestra consulta respondió “hay que cuidarse, hay que tener cuidado”, sin dar detalles, en abstracto, para sacarnos de encima.
(Actualización septiembre – octubre 2020/ BazarAmericano)