diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

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Ausencias reales
El frío

Un amigo saeriano y madrileño eligió, como lectura de cuarentena, revisitar La peste de Albert Camus. Supongo que unos cuantos lo hicieron. Me lo recomendó enfáticamente ya que, me dijo, había encontrado zonas soslayadas en su lectura anterior. Como español (como castellano) él debe poder hacer una lectura de esa peste camusiana que a mí, un argentino, se me escapa. Y si acaso encuentro algunas de esas zonas, temo que sean del orden de la alegoría. 

Como sea, leí La peste hace veinte años en una edición que pedí prestada en una biblioteca popular. No tengo el libro en mi biblioteca. Opté, entonces, por un desvío que, no obstante, estuviera en sintonía con el estado actual de emergencia sanitaria: los Relatos autobiográficos de Thomas Bernhard. No comprendo muy bien la edición, y lo digo como al paso porque esto no es una reseña, solo una curiosidad. Se supone que estos relatos son cinco novelas cortas “reunidas” en un solo libro y figuran en la Red como relatos autónomos (tampoco investigué tanto): El origen, El sótano, El aliento, El frío y Un niño. En efecto, fueron publicados en su primera edición en Salzburgo en años diferentes: Die Ursache en 1975, Der Keller en 1976, Der Atem en 1978, Die Kälte en 1981 y Ein Kind en 1980. No obstante, no pude evitar leerlas como cinco capítulos de una sola novela. Y no solo porque estén en un solo libro (soy un lector muy crédulo): narrativamente, los cinco relatos funcionan como una gran novela, con una temporalidad espiralada, con datos que es importante (aunque no crucial) saber de una para leer la otra. Quisiera imaginar que Bernhard las pensó como un todo y que solamente una necesidad editorial lo obligó (o lo predispuso) a publicarlas por separado. O tal vez, al ser relatos autobiográficos, Bernhard quiso escapar a la totalización que supone un solo relato extenso, a pesar de lo cual los cinco, leídos juntos, se sustraen igual a tal cosa (con lo cual debo descartar esta conjetura, pero dejo constancia de ella como posibilidad novelesca). En fin, esta incomodidad, esta vacilación, de leer una sola novela con cinco relatos autobiográficos (no ficcionales), fue uno de los sabores más intensos de este extraño y hermoso libro.

El origen cuenta la horrible infancia de Bernhard en Salzburgo durante la consolidación del nazismo y el inicio de la Segunda Guerra. El sótano, su adolescencia, cuando deja la escuela, el estudio del violín y del inglés, y comienza a trabajar en una tienda, en la desoladora posguerra de una nación derrotada. El aliento, el comienzo de su enfermedad pulmonar, cuyo origen está en ese mismo trabajo durísimo, en una época en que, no obstante, asumir una tarea material, mezclado con la baja estofa, en un pueblo de proletarios y canallas cerca de la prestigiosa ciudad, dio sentido precario a su vida, además de que le dio de comer en medio de la hambruna. El frío, narra su estadía (espantosa) en un hospital para tuberculosos. Un niño vuelve, en espiral, a la infancia, pero más atrás, a la historia de sus padres, de sus abuelos, en la campiña bávara, empezando por un episodio luminoso y feliz (el único de la novela, que el regusto de la lectura, entre tantos horrores, queda como un brillo intenso, imborrable, eterno). Bernhard odia a Salzburgo con un odio puro, perfecto, orbicular, en cuyo revés no hay ningún amor (el relato es refractario al psicoanálisis), un sentimiento de asco y de desprecio hacia una ciudad que era la quintaescencia de lo burgués, lo rígido, lo autoritario, lo cínico, lo represivo y lo criminal. El narrador es un niño débil y sufrido, con pensamientos suicidas, un bastardo que no conoce a su padre, que ama a su abuelo (un comunista que lo educó en la literatura y las artes, un escritor sin obra, un nómade, un personaje entrañable, uno de los pocos de una historia árida y llena de mierda), que solo puede acercarse a su autoritaria madre cuando el abuelo, patriarca de la familia, muere, una madre que a su vez fallece, después de una larga y atroz agonía, mientras el joven narrador está en el hospital, pescándose la enfermedad de la que huye. Salzburgo, en una Austria que es la quintaescencia de los valores germanos, más alemanes que sus vecinos bávaros, la ciudad de las Artes y el Espíritu, es una trituradora de hombres, una máquina de fabricar dóciles, un monstruo que devora las almas. Bernhard escribe en un tono seco, sin sentimentalismos, sin lloriqueo, en una sintaxis que repite períodos y palabras de modo insistente, una cadencia torturante y sublime que acompaña las espirales del relato (que, yuxtapuestas, componen la gran espiral que es la novela autobiográfica completa, o incompleta). El frío del cuarto capítulo, o novela, es negro y huele a tumba, a putrefacción, a cuerpo en descomposición, y es la inversión exacta del frío dorado y feliz de La montaña mágica de Thomas Mann, esa otra obra maestra sobre la enfermedad, que termina (históricamente) justo cuando el relato de Bernhard comienza.

Aunque la enfermedad del escritor, y sus estadías en hospitales, tiendan anzuelos alegóricos, se trata de un relato alérgico a toda metáfora. La enfermedad es una respuesta a la sociedad despótica, a la guerra, a la pobreza, al nazismo, al filogermanismo racista, a la crueldad de la burguesía. Pareciera que el protagonista quiso enfermarse, rechazó literalmente el ideal ario de Sigfrido de la salud y la normalidad, prefirió ser un paria, un trabajador, un lumpen. Con talento musical, no pudo (no quiso) soportar la disciplina cuasi fascista del violín. Veloz corredor, lo que le permitió salir de su calidad de loser durante la infancia, rechazó que sus logros deportivos fueran vindicados por las Juventudes Hitlerianas (la escuela lo obligó a afiliarse). Se negó a visitar y a pedir ayuda a sus familiares acomodados de la pequeña burguesía salzburguesa. El relato no lo cuenta, pero adivinamos que se fue, se exilió, para volver décadas después y recorrer impávido los lugares de su infancia, sin que ese retorno modificara un ápice su odio. Eligió, por fin, el destino de ese abuelo-padre, un destino literario, convirtiendo su desprecio en obra, sin verter una sola lágrima, sin piedad y sin vanagloriarse de nada, sin creerse mejor que sus conciudadanos, sumergido en el lodo frío y sanguinolento de la guerra, la pobreza, el hambre y el frío, sin victimizarse nunca, eligiendo su destino con toda lucidez.

 

(Actualización septiembre - octubre 2020/ BazarAmericano)

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646