diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
Editora
Consejo editor
Columnistas
Colaboran en este número
Curador de Galerías
Diseño
En estas semanas se me instala un retintín que viene de varios lados: desde el capitán de un equipo de fútbol hasta un conocido epidemiólogo. Son solo cuatro palabras: “Hay que hacer caso”. No me gusta. Sobre todo, porque tienen razón. O sea: los ideales de libertad y emancipación, que el cinismo político global tiende a archivar, han pasado siempre, indefectiblemente, por una etapa de radical desobediencia, bajo su forma civil, y la satyagraha de Ghandi, iniciada hace ya un siglo, no ha sido su manifestación menor. Pero si atendemos a los casos más flagrantes de desobediencia a los mandatos de guardar y guardarse en medio de las pautas de cuarentena, vemos que proceden de grandes necios, gente que se considera ajena no digamos a toda ley, sino a toda noción de solidaridad y de comuna. Y aquí comuna no refiere a ninguna dependencia municipal.
Contra la prédica obediente, me viene una señal fuerte, díscola: “Yo no hago caso”. Identifico el contramensaje. Llega, en la máquina del tiempo, desde la “Posdata de 1947” –contrafáctica, ya que corría, al ser publicada, el año 1940–, de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. Ante la evidencia de la invasión real, física, del otro planeta, “con sus arquitecturas y sus barajas”, que hasta entonces se había presentado como puramente imaginario, el narrador admite: “El mundo será Tlön”, y de inmediato, sin transiciones, la reluctancia, “Yo no hago caso”, seguida de este programa: “yo sigo revisando en los quietos días del hotel de Adrogué una indecisa traducción quevediana (que no pienso dar a la imprenta) del Urn Burial de Browne”. Yo-yo: cuando lo otro ningunea, re-afirmarse.
El cierre magistral del relato se interna, ante lo atroz, en el escepticismo y la melancolía, pero no en la inactividad. La traducción, de la que Borges proporcionó, en otros lugares ya fuera de la ficción, algunos fragmentos, es un gran trabajo intelectual: por lo que supone recrear el texto de Browne, por el sesgo quevediano de la tarea –que es toda una determinación poética y filológica–, por su indecisión a ese respecto, que tensa las opciones en cada frase, en cada palabra. Y trabajar, en las condiciones de invasión o de pandemia, es una pequeña pero eficaz forma de preservación y de resistencia. Puede ser una espera sin esperanza y sin amor, como en el tercero de los cuartetos de Eliot, pero la cosa, todavía, está en la espera: But the faith and the love and the hope are all in the waiting.
* * * * *
Con A.S. le damos duro y parejo al duolecto. Empezó ocasional, casi como una prolongación de esa oda a la errata que mete César Fernández Moreno en Argentino hasta la muerte. Siguió con una rutina imitativa de esos hallazgos. Y fue avanzando. Quizá lo alimentó también el Vademecumnemotecnicusabreviatus de Darío Canton, cuyos procedimientos parecen inagotables en su combinatoria. El duolecto ignora, militante, todos los principios de economía de la lengua. Pero es cierto que la lengua también los ignora, cuando ensaya, en paragoge, lentejuela (por lento) o bizcocho (por bizco). Cultiva sobre todo la metátesis y no perdona grupo consonántico sin invertirlo, aunque su articulación sea artificiosa o a veces casi imposible. Procede por segmentación morfoléxica y ahí opera independientemente con cada parte.
Me están vedados los ejemplos: es una lengua secreta. Pero digamos que si una voz contiene dos componentes morfemáticos, uno puede ser reemplazado –tanto da– por un sinónimo o por un antónimo. Y se sigue por ese camino. El superlativo ayuda, alargando palabras, y es válido sumar las dos sufijaciones de que dispone el español para eso, como amagando su elevación al cuadrado. Otro componente verbal puede derivar en su equivalente en otra lengua. Por el sistema llamado de falsos amigos (¡cuánto realismo!), un idioma extranjero dona, de pronto, una voz idéntica o similar al español (pero nada que ver), y ahí comienza una ruta bifurcada de transformaciones a través del equívoco. La trasposición o vesre hace lo suyo y da lugar a consecuencias insólitas, aprovechables para nuevas mutaciones. /b/ y /v/ son intercambiables. No hay diptongo que no invite a ser dividido, ni sílabas separadas que no puedan confluir en una. Las haches vuelan o aterrizan, según lo aconseje una fusión verbal o un inicio que se creería huérfano de letra muda o de aspiración.
Un objeto directo hace enroque, desinencia mediante, con el verbo conjugado, y en retribución, el verbo se sustantiva para fungir de objeto. Se propicia el intercambio de letra/sonido inicial de dos partes de una construcción nominal.
* * * * *
Lo que agrava la neurosis de cuarentena: los opinólogos, los filósofos que sacan libros pandemia, los repetidores, los publicitarios que inventan gestas contra un enemigo invisible, traicionero, modelado a imagen y semejanza de las campañas antisubversivas, el imaginario de guerra, la épica barata que replica la de los mundiales, donde en cada partido se juega la argentinidad y un viejo jugador carismático (modelo del liderazgo al que se inclina el establishment mediático) da vuelta el corazón y la cabeza de 50.000 hinchas que pasan del malhumor a la adhesión total (otro modelo: el de la masa sumisa y arriable deseada por quienes fraccionan y envasan el producto). Apelan a lo peor, al estilo de “Los argentinos somos derechos y humanos”.
Leo en Ñ, de un corresponsal en Europa, que, puesto que ha habido sepelios online o se han dado condolencias virtuales, estaríamos en la era postorgánica. Soberana pavada, en la que las ceremonias sucedáneas de lo presencial se usan para enmascarar la contundencia orgánica del leitmotiv de la hora: el virus. Y el prefijo post, favorito de profetas del pasado y de chantas, acude a maquillar la ignorancia, en vez de asumirse, franca y humildemente, lo poco que sabemos de la maldita cosa.
* * * * *
Quería hacer unos apuntes sobre el lenguaje inclusivo, pero desistí. ¡Si nunca voy a publicarlos! Pero eso, ¿no alienta a seguir llevando el apunte? No, no: para qué. Es crearse problemas. Solo para no olvidarme: rebatir esa idea de que se trata de una movida retórica (Kalinowski en debate con Sarlo). Nada que ver. Hay que focalizar la cuestión en donde ella misma se coloca: en la intervención morfológica. Bien o mal, es eso.
Hasta tanto me decida, una lateralidad. ¿Alguien reparó ya (porque pude haberme distraído) en el brutal hegemonismo e imperialismo sexista aplicado sin excepción en todos los diccionarios de la lengua, empezando por el benemérito DLE de la RAE, cada vez que dan cuenta de un adjetivo de dos terminaciones?
En esas obras gobierna un principio absoluto y universal: el orden (o el desorden, como lo llamó el joven Borges, que entendió de entrada el problema) alfabético. No hay voz que no se le someta. Salvo, decía, los adjetivos de dos terminaciones, en los que ese principio es sistemáticamente sacrificado por única vez (pero reiterada en sus miles de ocurrencias) en aras de la prioridad del masculino sobre el femenino. Atómico, -ca, Brumoso, -sa, Característico, -ca. Pero, ¿qué es esto? ¿En qué habíamos quedado? De pronto, una jerarquía de géneros verbales previamente adoptada sin examen –pura tradición de las gramáticas, repetida acríticamente– se encarama y desbarata un esfuerzo alfabetizador de siglos. Algunos cambios demandarán décadas. Otros no se darán nunca. Otros, cuando ese sujeto inasible que es la lengua misma termine asimilándolos. ¿Pero esto? ¡Esto no puede seguir un minuto más! ¡O habrá orden alfabético para todos o no habrá orden alfabético para naides! Es un grito de corazón: de montonera igualitaria morfológica, y no hay barrera alguna que pueda oponérsele. Con tantos combates de resultado incierto, supuesto que valgan la pena, este no puede perderse.
* * * * *
Por momentos, las imágenes del mundo, desde la gayola, coincidían con las fotos de Enrique Ahumada, con predilección de ángulos o rincones desolados, muebles abandonados, vidrieras, paredes descascaradas, vidrios rajados, estructuras desnudas y minimalistas, andenes desiertos, afiches. En todas partes, rastros del uso humano, sin agencia humana identificable, o apenas, fugazmente. Casi lo mismo que diviso, ahora, desde mi ventana. O las de Marc Guillorel, recopiladas en Horas tristes. Agentina 1989 (Éditions du Square Doré, 2018), un testimonio originalísimo de la crisis, desde la lente de un visitante al que todo sorprende, y que nos devuelve la sorpresa hasta desconocernos.
* * * * *
El alejamiento forzado con A.S. impone mensajes de texto, correo electrónico, guasáp. El duolecto crece en sus instancias gramatológicas, impronunciables, en las que signos como la diéresis aspiran a una mayor presencia ornamental donde menos se la esperaba. Pero la oralidad resiste, no se entrega fácilmente, produciendo las distorsiones que solo ella sabe provocar en las vanidades de la letra. (Anotar para el inclusivo: ojo con todas las fórmulas en las que vuelve un belletrismo de élite, tramos de una lengua impronunciable, exclusivamente escrita.) Al final, ambas se asocian y colaboran en la disolución de todo sentido previo, de todo intento de fijación.
* * * * *
¿Y la banda sonora de la cuarentena? Hacia atrás, Conversations with myself, de Bill Evans, que ya lleva más de medio siglo, donde efectivamente, y gracias al overdubbing, juguete nuevo por entonces, se desdobla y hace dialogar a sus interpretaciones, pista sobre pista: fascinante autocontrapunto. Avanzando la escucha, no se sabe ya (porque no hay tal) cuál es la línea principal sobre la que giraría un comentario. El tema está en el todo: va y viene, y se puede recomenzar privilegiando una línea, otra, siguiendo los encuentros y desencuentros de las superpuestas intervenciones del pianista. Ejemplar la versión de “Round Midnight” de Thelonious, donde al timing increíble del tema Evans suma su propio fraseo.
Después, una inmersión en los llamados estribillistas, sobre todo en los años 20 del siglo pasado. Eran los cantores de orquesta, antes de la época de oro del tango. Francisco Canaro (a) El Modesto, sostiene en sus memorias que el cantor de tango es un invento suyo. Fue cuando se le ocurrió complementar sus grabaciones instrumentales con un toque vocal breve. A ese intérprete lo llamó “elemento” (sic). Es evidente que, entonces, como confesión de parte, no inventó al cantor, que no es nada asimilable a eso, y que en los cuarenta habrá de ser figura central de/con la orquesta típica. Atención a las excepciones, como Ada Falcón primero con Fresedo y después con Canaro. Pero se trata de registros discográficos, no de una ceremonia consagrada en el centro de la sociabilidad del género. Los estribillistas fueron en general grandes voces: Roberto Ray, Fernando Díaz, Roberto Maida, Alberto Gómez, Carlos Viván, unos cuantos más. Pero (me explica Omar García Brunelli), por la índole de su presencia en el surco, tenían perfil bajo y moderaban su potencial expresivo. Una serie de circunstancias fortuitas me llevó, en estos días de prisión domiciliaria, a las grabaciones que un extraordinario coleccionista japonés había subido en los últimos años, con temas muy poco conocidos, y algunos casi del todo ignorados, de esta etapa del tango.
Ahumada me recuerda que, en la agencia de publicidad, llamábamos “vaca: vaca” al concepto chato de ilustración, en que la correspondencia palabra/imagen resulta obvia, redundante, sin gracia. Es una tendencia muy habitual entre quienes suben canciones a YouTube, un estilo PowerPoint básico, y son como primos hermanos de los que difunden letras (lyrics, paroles), casi siempre mal oídas y llenas de tontologismos inauditos, con títulos como estos: “La llorona, de Julio Iglesias”, “Sabor a mí, de Luis Miguel”, “Acuarela do Brasil” de Daniela Mercury. En cierto sentido, no estaría mal: después de todo, qué es un intérprete sino alguien que se apropia del tema: no habría canción sin esta incautación. Pero convengamos en que, entendida así, la llamada muerte del autor es todo lo boba que fue siempre.
Nadie más ajeno al empleo del método vaca: vaca que el japonés, que firma SanTelmo54. Pero no digo más, porque lo retomaré en otro lugar.
“Mi paso ha retrocedido” de Jorge Sad Levi, en la interpretación del cuarteto Contra viento y madera, ha sido mi droga contra la claustrofobia: mi autorización para salir, correr, saltar, atravesar las paredes, siguiendo la marcha sinuosa, ágil, traviesa, convergente y divergente, continua y picada, de los cálidos timbres de las maderas. Los dibujos que trazan los instrumentos son cantables y bailables, y el tanteo que uno imagina en ese baile hace pensar en avances y, como lo sugiere el título, retrocesos, vías experimentales abandonadas y retomadas.
La trompeta de la canadiense Lina Allemano: descubrimiento tardío que debo al covid-19. Recuerda, en sus búsquedas e improvisación, al saxo de Ornette Coleman. Sola o en grupo, con el trío Ohrenschmaus, y ahí “Very Dirty”, excelente mugre en la imbricación con el bajo eléctrico (el noruego Dan Peter Sundland) y la batería (el alemán Michael Griener). O con su propio cuarteto, interactuando con saxo alto (Brodie West), contrabajo (Andrew Downing), batería (Nick Fraser). Copio nombres que, si no, no retendría, porque todos son buenos músicos y uno quisiera poderlos escuchar aquí, si vuelven el festival de Buenos Aires, los vuelos, la sociabilidad, los encuentros, esa forma de vida. Como hasta no hace mucho. Puta madre.
* * * * *
Con cada extensión de cuarentena, el duolecto ha ido por más. Incorpora nuevas técnicas, presupone otros códigos, se cita a sí mismo, enloquece las tildes, se extraña y enajena; amalgama y escinde, insinúa rebus: módicos jeroglíficos que arman las letras, los signos, algún emoticón que reemplaza una a o una y griega.
* * * * *
Se me ha ocurrido recolectar parte de lo diseminado acá para contar en un video la historia de mi huida exitosa y frustrada del monotematismo de pandemia. Uno termina encontrándose, fatalmente, con aquello de lo que escapa. Pero la huida (lo ha explicado Herni Laborit) tiene su dignidad. Y sus revelaciones. Así armamos Buenos Aires, Japón, con los aportes de Sad, Ahumada, la edición de Juan Martín Hsu. Fue estimulante la idea de la Biblioteca Nacional y su Diario de la peste, entre cuyos testimonios subrayo la indagación sutil de Guillermo Saavedra, que en medio de los silencios del encierro nocturno aguza el oído en busca de la nueva dimensión que han adquirido sonidos antes desapercibidos; y la evidencia, en María Sonia Cristoff, de la creciente importancia de los balcones, lo que la lleva a un rastreo de cuatro obras en las que se manifiestan las delicias que deparan los viajes imaginarios.
Compruebo, al escuchar mi audio, ¡como si hiciera falta!, las traiciones de la lectura en alta voz a las elecciones de la escritura. Reacciono y me pliego, ahora, al bando grafocéntrico. Donde había caracterizado, a la cámara del nipón, como inquieta y tranquila (y que se diera como hecho prepotente la compatibilidad de ambos atributos), la voz disciplina, mal: “inquieta pero tranquila”. Habría que prohibir los adversativos. O su mal uso.
* * * * *
Estamos contentos, con A.S. Comprobamos los progresos admirables que ha hecho el duolecto. Cada vez nos entendemos menos.
Para la relación nada casual entre la atmósfera del cuento de Borges y el refugio en el Urn Burial, remito al impecable ensayo de Mercedes Blanco “Arqueologías de Tlön”.
https://www.borges.pitt.edu/bsol/documents/1503.pdf
Diario de la peste. Guillermo Saavedra
https://www.youtube.com/watch?v=RwiuofLd0P8
Diario de la peste. María Sonia Cristoff
https://www.youtube.com/watch?v=EU5piyU5tro
En cuarentena. Buenos Aires, Japón
https://youtu.be/iPKbfpLhGxU
(Actualización mayo-junio 2020/ BazarAmericano)