diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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fono/gramas
El prólogo emancipado  

En 1910 P.F. Collier & Son publicaron Prefaces and Prologues to Famous Books, volumen trigésimo noveno de los cincuentaiuno que completarían la notable colección Harvard Classics, antología de la literatura universal dirigida por Charles W. Eliot, rector de esa universidad. Eliot (primo de T. S.) había concebido el plan general de la serie y elegido los títulos, con un criterio amplio pero visiblemente anglocéntrico: casi la mitad del material pertenecía a las literaturas en lengua inglesa, de manera que René Étiemble podría haber imputado, a ese conjunto, no constituir objeto de una literatura verdaderamente general. El cuidado de las ediciones fue confiado a William A. Neilson, especialista en Shakespeare y en el teatro isabelino, que encaró la presentación de cada volumen de manera concisa y certera. El 39º consumaba una operación de primer orden: mezclando memoria y deseo, como proponía The Waste Land, desamarraba el prefacio de Wordsworth a las Lyrical Ballads –suyas y de Coleridge– de su materia poética primaria, para vincularlo a la Introducción a la Historia de la literatura inglesa de Taine, al Proemio a la ambiciosa e inconclusa Instauratio Magna de Bacon, al Prefacio a Cromwell de Victor Hugo. El sistema de irradiación hipertextual posibilitaba un nuevo corpus para la reflexión formal sobre esas instancias liminares: no ya la parte sino su desfuncionalización respecto de la secuencia prevista, para reconectarse con un nuevo objeto incierto, de comportamiento textual múltiple. En su nota preliminar –quizá el primer prólogo de prólogos– Neilson alega que el prefacio es la parte más íntima del libro y hace notar que algunos han sobrevivido largamente a sus obras-sede, con lo cual esa intimidad viajera está lista para reencontrarse con otras, y en otro plano.

Había antecedentes que permitían prever ese rencuentro y el cambio de estatuto. Muy tempranamente en la historia de sus manifestaciones, el prólogo adoptó una tesitura díscola y libertaria. Reconociéndose en una amplia gama léxica que iba de la sinonimia a la antítesis (del exordio y el prefacio hasta el postfacio y el epílogo), burlaba su confinamiento como parte de una totalidad que lo subordinaba (tragedia en Aristóteles, discurso en Cicerón) para reclamar sus fueros. La tendencia debió percibirse cada vez que daba un paso al frente y, ya prosopopeya, hablaba, en el teatro, en nombre de toda la obra, conteniéndola y excediéndola.

Por eso, no extraña que la primera novela moderna recupere la tradición de la profusión de antesalas de sus arcaicas predecesoras para reírse de ella y a la vez prolo(n)garla, dando cuenta al “desocupado lector” de la dificultad de la tarea. Al narrar, esa voz pre/ambular, cómo explica sus tribulaciones a un amigo que entra “a deshora”, ¡pero nunca más oportuno!, el prólogo de El ingenioso hidalgo se realiza en su cuestionamiento, en su discontinuidad, en su interrupción, en su negación. Y cuando, concluida la pieza, la siguen unos tributos que Urganda la Desconocida y otros seres de papel dirigen al libro y a sus habitantes, ya tenemos instalada una circulación de personajes propios y prestados que prefigura los juegos ontológicos entre autor, caracteres y lector-público propios del laboratorio de Luigi Pirandello.

Por entonces, Macedonio Fernández había comenzado a tomar –recuerda Piglia–) “las notas preliminares de una teoría de la novela que (en papeles dispersos, en libretas, en innumerables borradores y en prólogos) ha de crecer y desarrollarse durante toda su vida”. En carta de 1929 a Ramón Gómez de la Serna (citada por Ana Camblong) anticipa: “Veintinueve prólogos tendrá míos mi imprologable novela; ninguno de ajena mano”. Es la rumia de Museo de la novela de la Eterna, cuya publicación (póstuma) ocurrirá cuatro décadas después, casi duplicado el número previsto de prólogos, y con uno al final del libro, sin cambiar su nombre prefijado, que deja la novela abierta y a disposición de quien quiera escribirla. Como prólogo pospuesto, trabaja en dos direcciones: hacia atrás, remite a la inminencia trunca de sus predecesores; hacia adelante, a la inminencia postergada de una obra que será.

Así, la independencia que reivindicaba Neilson en 1910 crecía para adoptar la forma de un avance decidido sobre el logos novelístico. Y al liberarse, proletariado de las letras, el prólogo habilitaba la liberación de la novela –de toda la literatura–. Al mismo tiempo, por un camino distinto pero convergente, iba madurando otro proceso, esta vez por el lado del prólogo “de ajena mano”, no autoral, mejor dicho, muy autoral, pero de autor otro –alógrafo, con Genette–. En una ininterrumpida labor de prologuista, Borges iba subrayando, en los textos de Nora Lange y Carlyle, Bioy Casares y Swedenborg, Gibbon y Carriego, Almafuerte y Henry James, Wilkie Collins y Hernández, Sarmiento y Kafka, Macedonio y Cervantes, Melville y Dabove, sus itinerarios de lector, su camino de escritor. Cuando en 1975 recogió parte de esa producción en Prólogos con un prólogo de prólogos, que no tardó en ingresar a sus Obras completas, anotó al final de algunas piezas sendas posdatas de 1974 (o sea, redactadas durante la preedición de la misma antología) que establecían una distancia, completaban una insinuación, abrían otra línea. Pero es en el “Prólogo de prólogos” donde, discípulo extraviado de Macedonio, Borges da una vuelta de tuerca sobre el género y establece una nueva marca de discursividad. Retomando el principio constructivo del Sartor Resartus de Carlyle (que ya habría ejercitado diversamente en “El acercamiento a Almotásim”, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” y “Examen de la obra de Herbert Quain”), propone: “El libro que ya estoy entreviendo es de índole análoga. Constaría de una serie de prólogos de libros que no existen. Abundaría en citas ejemplares de esas obras posibles. Hay argumentos que se prestan menos a la escritura laboriosa que a los ocios de la imaginación o al indulgente diálogo; tales argumentos serían la impalpable sustancia de esas páginas que no se escribirán”. Y arrima alguna prescripción: “Convendría, por supuesto, eludir la parodia y la sátira, las tramas deberían ser de aquellas que nuestra mente acepta y anhela”.

Ese libro entrevisto se había escrito y publicado en Polonia apenas un año antes, de modo que ya había adquirido sustancia palpable. Pero, como en el caso del prólogo ulterior del Museo…, dislocaba la cronología: su precedencia al proyecto de Borges no era la de un precursor sino la de un discípulo. Se trata de Magnitud imaginaria (1973) de Stanislaw Lem, que atendiendo a la enseñanza del maestro, fundamentaba en su “Prólogo” (¡dónde, si no!): “La reflexión nos indica, pues, que además de las Introducciones a las Obras, existen Obras-Introducciones […]. El país de los Prólogos es incomparablemente más vasto que el país de la Literatura”. Enseguida, la deuda argentina de Lem se sesga, en regreso polaco, con Witold Gombrowicz: “Él nos explicaría las cosas de este modo: No se trata de que a la gente, a mí, por ejemplo, la idea de liberar a los Prólogos de la Materia que anuncian nos guste o no nos guste, ya que estamos sometidos sin apelación a las leyes de la Evolución de la Forma”.

Magnitud imaginaria es la continuación inequívoca de otra obra de Lem, tributaria de Almotásim y de Herbert Quain: Vacío perfecto (1971), colección de reseñas de libros no escritos. Enseñanza adicional: aun en su diferencia genérica, prólogo y reseña podrían asumir roles permutables (el comentario de Borges, en Sur, en 1944, a la recién publicada Las ratas fue reciclado, medio siglo después, como presentación de la novela de José Bianco). Tan permutables como sus agencias: Niebla de Unamuno (1907-1914) empieza con un prólogo de personaje; el umbral-dedicatoria de las Memórias póstumas de Brás Cubas (1880-1881), de Machado de Assis, contiene su cifra narrativa y su tiempo muerto: “Ao verme que primeiro roeu as frias carnes do meu cadáver”.

Por su condición liminar, como lo entendió Derrida en La diseminación y La verdad en pintura, el prólogo pone en crisis la noción de obra. Por eso, su emancipación permite leerlo todo en clave prologal.



(Actualización mayo – junio 2018/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646