diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Editora

Ana Porrúa

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Matías Moscardi  /  Carlos Ríos
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Osvaldo Aguirre
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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
/  Ana Porrúa

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Ulises Cremonte
/  Antonio Carlos Santos

Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

Javier Eduardo Martínez Ramacciotti
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Julieta Novelli
/  María Eugenia López

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Rodrigo Álvarez

Curador de Galerías

Daniel García

Diseño

Oliverio Coelho

Pólvora y chimangos
Las afecciones

Hace unas semanas, en el VI Argentino de Literatura, en Santa Fe, participé de una mesa cuyo tema era “Las lecturas, las influencias y el texto preferido”. Aunque en su momento preparé, en vez de una ponencia, un mapa para no perder el hilo, con los días el tema retornó, porque algo de lo que me encontré diciendo en realidad excedía la preocupación inicial y contenía, más bien, una de esas divagaciones literarias que si no van a parar a la entrada de un diario, deben encarnarse en breves columnas de opinión.

Si la pregunta por la influencia presupone una situación de identidad, entonces se le estaría preguntando al escritor, un poco impunemente, “¿con quién te identificás?”. Así se estaría despejando a la escritura como asunto, y se estaría poniendo al “yo” en un primer plano.

También la pregunta podría estar orientada hacia otro punto: la posición subjetiva del escritor ante esa fatalidad necesaria que es la influencia. En este caso, el problema sería distinto, podría pensarse como un accidente involuntario, sobre el cual el autor, por ser el sujeto de ese accidente, no puede dar cuenta.

Tiendo a pensar que hay escritores que transfieren cierto amor por la lengua. Son traficantes de ese amor maximalista. Cuando uno se encuentra con una lengua diferente, no con la influencia de un escritor –a esta altura la influencia es una expresión de deseos, una ilusión del crítico–, entonces el deseo de escribir es irresistible, porque esa lengua de otro afecta la lengua propia, no en el sentido de que la influye o la condiciona, sino en el sentido de que la anima y la desaliena.

Una escritura que afecta vence en realidad la resistencia innata al acto de escribir. Exorciza la inercia primordial que condena al escritor a esperar y a esperar –toda una moral–. Escribir no es otra cosa que una puesta en acto de ese goce dual –resistencia/ afectación–, un momento de transformación que pasa de una escritura a otra, a través de la lectura. Como si en el fondo todas las escrituras formaran parte de una única escritura universal.

De modo que para un escritor es imposible determinar fehacientemente quién lo ha influido y cómo –esa es la tarea de la crítica–. En cambio sí puede detectar a sus donantes, a los que lo han afectado por un hecho simple: le han heredado la pregunta por la escritura. Aira no ha hecho otra cosa con sus lecturas de Copi y de Osvaldo Lamborghini.

Una vez heredada la pregunta, cualquier escritor interpreta las señales de su propia contingencia, aprende a anecdotizar, aprende a novelar, y adopta el sueño de traficar la pregunta, que vendría a ser lo más parecido al anhelo de una poética. Claro: ahí ya no hay una ilusión de influencia, sino lo que queda: ilusión de contagio.


(Actualización octubre-noviembre 2010/ BazarAmericano)

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646