diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Editora

Ana Porrúa

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/  Alfonso Mallo

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/  Ana Porrúa

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Osvaldo Aguirre
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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
/  Ana Porrúa

Carlos Battilana
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Ulises Cremonte
/  Antonio Carlos Santos

Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

Javier Eduardo Martínez Ramacciotti
/  Fermín A. Rodríguez

Julieta Novelli
/  María Eugenia López

Felipe Hourcade
/  Carolina Zúñiga Curaz

Juan Bautista Ritvo
/  Marcos Zangrandi

Rodrigo Álvarez

Curador de Galerías

Daniel García

Diseño

Ana Porrúa

miniaturas diarias
para Adriana Astutti

1.

Releo ahora las columnas de Adriana Astutti para BazarAmericano  y pienso en ese ir y venir en su escritura: una escritura distraída, pienso, interrumpida pero también, me digo, una escritura concentrada en cada punto hacia el que va. Donde pone el ojo ilumina (aún para decir lo que no ve). En “stick lavable”, todo es escritura de lo que le pasa y aunque la conmoción esté silenciada o reducida a un frase, todo la interpela, desde las corridas de Moreira y el temor de llevarlo a ciertos lugares hasta el abrazo de una pareja, “No son jóvenes, no son viejos, no son flacos”, o la noticia de una muerte; desde el spelling de las películas norteamericanas al scrabel, el cine de Cassavetes o La flor pisoteada, “un libro irónico, ligero, cortesano, prístinamente traducido,” de Ronald Firbank. Random, movimiento aleatorio es la primera figura que aparece y coincide con esas animaciones con muñequitos de palo (infantiles, de línea) en los que el scketch es diminuto, despojado, los random stick. Y sin embargo la idea de aleatorio no dice del todo qué hacía Adriana cuando escribía su columna. No iba sólo de una cosa a otra, del presente al pasado, y las uniones podrían ser casuales (lo que barre el ojo, lo que emerge con el movimiento del cuerpo, en la intervención de otro que le habla, lo leído) pero específicas, precisas; así los que miran el río pueden ser poetas que fueron al Festival, pero también la mancha que sólo ve cuando un tipo le dice “Acá se mató uno” es “una raja de sangre de casi un metro, levemente romboidal, como una concha”. Una mirada propia porque lo que ve, rápidamente, deja de ser algo meramente visto para convertirse en su modo de mirar. Y además, una mirada hacia adentro, que se separa, como cuando lee un fragmento de la novela de Firbank y “todo alrededor, los parques, el sol, el maíz y el centeno, los muertos del día, los poetas y los perros, se vuelve irreal…”.

 

2.

Hace unos días volví a leer un ensayo de Astutti (yo le digo Astutti) que adoro: está en Andares clancos, su único libro, y es sobre la ensoñación en Prosas profanas de Rubén Darío. Ahí Adriana escribe sobre poemas de Darío, pero a la vez, va hacia Borges, Aira, los hermanos Grimm, Sueño de una noche de verano de Shakespeare, Bachelard y termina en Puig. Y cuando digo que va hacia tal o cual texto, o cita, no me refiero a los trayectos de un texto académico sino a ese ir, aleatorio, hacia el lugar preciso. La ensoñación es el hilo, es cierto, pero la ocurrencia, la que lanza el hilo de plata que une a Darío y a Puig es ella. Y entonces Darío vuelve en el tono de la conversación de dos viejas, en la forma de decir, en la forma de una voz. La escritura del ensueño (esa suspensión del afuera, puro adentramiento, que lee como gesto de resistencia política de Darío) y la voz del ensueño. No la cita modernista en Puig, un poco irónica, distanciada, sino el momento en que Darío se hace carne en Puig, empieza a sonar. Cuando me enteré de la muerte de Adriana me angustió la posibilidad de perder su voz, era lo que quería guardar en una caja, en una bolsa que fuese para acá y para allá, que me llevase a la forma de la conversación, a una conversación con ella. Luego pensé (o sentí) que en lo que escribió está su voz. Desde la identificación máxima, como cuando dice en una de las columnas “Dos mujeres se ejercitan con una bolsa roja en la espalda, ¿pesas?, qué ganas…”, hasta ese momento en que acierta, a partir del elogio de Germán García sobre la revista Idilio (en la que Grete Stern publicaba sus fotomontajes deliciosos, acompañando una columna pseudo psicoanalítica de análisis de los sueños descriptos en cartas de lectoras) en un talón de Aquiles: “la revista no se incluye entre las lecturas de los personajes de su primera novela de 1968, mujeres de clase media, contemporáneas en la ficción a las de la revista, y que como las de Idilio aspiran a la movilidad social” (en su artículo “Grete Stern: mujeres soñadas”). ¿No suena como si se lo estuviese diciendo a Germán García en una especie de charla? Y a la vez el descubrimiento, ¿no parece el resultado de una inteligencia aleatoria, que va de la literatura y el arte a la vida y viceversa?

Porque para Astutti, enemiga de la pose intelectual (de cualquier impostación diría, de esas que barría o desmoronaba con una frase, o con su risa) la literatura, el cine, la lectura no están por sobre el paseo de Moreira por el parque, o un video de Capusotto, o la música de Manu Chao. Tampoco abajo; están interconectadas, radial y vitalmente.

 

3.

Hace unos años (no sé cuántos, no tengo memoria cronológica) cruzábamos el playón de una plaza de Rosario para entrar al Congreso del que participábamos después de un café. Un pibe de unos 15 años se nos acerca (a un metro más o menos, el grupo de pibes amigos que se reían a carcajadas), muestra su muñeca, tatuada con el nombre de una chica y pregunta, excitado: “¿No que dice Cyntia?” (creo que ese era el nombre y esa su ortografía). Yo le digo, sí, dice Cyntia, y él le grita a los amigos “¿Ven que dice Cyntia, la señora lo leyó y dice Cyntia” (aclarándonos enseguida a nosotras que ellos le decían que le habían tatuado otro nombre). Astutti estaba perpleja, como si algo la hubiese sacado del tiempo, del mundo. No porque no supiese que hay pibes que no saben leer, sino porque no relacionó esa forma de la educación con la lectura, que era muy otra cosa para ella. No se imaginaba (no pudo entender) que alguien esté fuera de la lectura, de ese mundo que era parte de la vida (la evidencia de esta sensación era, a su modo, el pedido del pibe). Porque la lectura, la literatura, para Adriana Astutti, escritora, editora, traductora, era el lugar en el que se respiraba, en el que podíamos conversar.     

 

 

 

(Actualización marzo – abril 2017/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646