diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Lo que el cine nos da
3x7 / Un viaje en 21 películas por el cine argentino

En septiembre, Córdoba celebró los 120 años de la primera proyección cinematográfica en la ciudad. Tuve el honor de participar con un curso sobre cine argentino. Fueron dos mañanas completas (y para mí geniales) en el Paseo del Buen Pastor. Para ser exacto: las mañanas del jueves 15 y el viernes 16. Empecé el curso con este texto, que escribí en el viaje desde Mar del Plata. Lo dejo tal cual lo leí. La única diferencia importante es la presentación de las películas y los interludios literarios (el punto 5), que allá me guardé para mantener expectante al auditorio. Otra que Hitchcock. Alejandro Kozza (crítico, programador, docente, dueño del mejor video club del mundo) cometió la imprudencia de invitarme. Me tomo la libertad de agradecerle también por este medio.

 

 

 

 

Y por más que comprendas la función  de los días

te verás colgando de tu suerte”

 

Spinetta Jade, “Camafeo”

 

 

Hacía mucho que no escuchaba Madre en años luz de Spinetta Jade, así que lo cargué en el mp3 y puse play apenas salió el micro de la Terminal Nueva de Mar del Plata (se llama María Eva Duarte de Perón: “Evita”, pero le decimos Terminal Nueva). Conozco las canciones desde hace dos décadas. Las canté mil veces. Hoy (que será ayer cuando lea, o sea ahora) me di cuenta de que Spinetta había escrito un alucinante ensayo pop sobre filosofía de la historia. Es “Camafeo”. Lo primero que canta es esto: “Se traspapelará / se traspapelará la historia”. Y un poco después, esa genialidad que puse como epígrafe y que repito para el que ya la haya olvidado: “Y por más que comprendas la función de los días / te verás colgando de tu suerte”. (Luego, en lugar de “colgando”, dice “pendiendo”). Traduzco horrible: por más que creas entender, por más capo del sentido que seas, por más seguro que estés, por más clara que la tengas, por más esto y más aquello, todo, en última instancia, permanece indeterminado. Es como decir una vez más: “Todas las hojas son del viento”, pero ahora sin excepciones. Puse “Camafeo” como despertador para que me levante en Córdoba y me ponga en situación desde bien temprano. Me parece que lo que dice es cierto. El mundo es pura contingencia.

 

Camafeo” me convenció de que sería bueno decir algo antes de arrancar, así que escribí esto en el micro, para abrir esta reunión que la formalidad obliga a llamar curso. No vale más que para hoy y para mañana.

 

1

 

La divulgación histórica suele trabajar (y tiene buenas razones para ello) con categorías amplias y ejemplos ilustrativos. Así, dice cine clásico, describe brevemente sus características y muestra dos o tres fragmentos indudables, que las hacen evidentes para todos: este es el sistema de iluminación de tres puntos, este es el montaje de plano y contraplano, esto es un raccord. La idea resultante es atractiva porque siempre son atractivas las cosas ordenadas. Uno cree que conoce cuando no se pierde.

 

El problema con este modo de entender las cosas es que es muy poco descriptivo. Las explicaciones que ofrece terminan funcionando como un altar en donde se sacrifica todo desvío, toda falla. Es tan obvio que La diligencia y Notorious comparten algunos criterios como que esos criterios que comparten no constituyen la grandeza de La diligencia y de Notorious. Hay algo en las dos películas que no existe en la categoría que quiere contenerlas, pero no porque las películas se aparten de ella sino porque aún permaneciendo en su interior son únicas. Una gran obra es siempre un mal ejemplo, incluso cuando es evidente su parentesco con otras, su modo de existir comunitario. Singular no es eso que no tiene compañía: es eso que nos obliga a reconocer que su sustitución es imposible. Hay miles de westerns, solo hay una Diligencia. Por eso la unidad fundamental del cine no es para mí el periodo, ni el género, ni la cinematografía ni el autor sino la película. Siempre. Ahí pasan las cosas.

 

(Permítanme moralizar. No es más que un párrafo corto. Un espectador no obediente es aquel que puede reconocer lo singular en lo que se presenta seriado y lo seriado en lo que se quiere singular. Un espectador no obediente no dice jamás como elogio estos lugares comunes de la gente respetable (es decir, de esa gente en la que no hay que confiar): no hay planos y contraplanos, no hay cabezas parlantes, todo está justificado. Un espectador no obediente está abierto a la revelación. Ya está, fin del episodio moralista).

 

Es cierto que una película no existe suelta, que no está desligada, que no carece de tradiciones. Pero en buena medida es porque no se agota en nada de eso que podemos admirar películas que no aspiran a distinguirse. La enorme virtud de Tourneur no es imprimir su personalidad en lo que filma sino borronearse. Un equívoco hizo que la palabra artesano designara en la conversación cinéfila algo menor. Tourneur es un artesano, y no hay muchos directores más notables. Tourneur es Nadie, como Ulises.

 

2

 

Hoy (hoy jueves, quiero decir, cerca de las nueve, en el Buen Pastor, feliz de estar acá) creo que una de las tareas fundamentales de la crítica es proponer vínculos no obvios entre las películas, y respetar su singularidad si es que las películas han sabido ganársela. Voy a permitirme un arrebato romántico.

 

Esto escribe René Char en su genial ensayo Para nosotros, Rimbaud:

 

El bien decisivo y para siempre desconocido de la poesía, creemos, es su invulnerabilidad. Esta es tan completa, tan fuerte que el poeta, hombre de lo cotidiano, es el tardío beneficiario de una cualidad de la que sólo fue el irresponsable portador. Desde los tribunales de la Inquisición hasta la época moderna, nada indica que el mal temporal haya finalmente acabado con Teresa de Ávila o con Boris Pasternak. Jamás nos dirán algo sobre ellos que nos los haga intolerables y que nos impida el abordaje de su genio”.

 

Esta última oración es perfecta. Se puede decir también: ninguna prueba de su adhesión al fascismo reducirá la grandeza de Pound. Nada lo hará intolerable, nada nos impedirá abordar su genio. Dice Char:

 

La acción de la justicia está apagada allí donde quema, donde mora la poesía, allí donde el poeta alguna tarde encontró calor”.

 

Es así. Lo sabe cualquiera que haya leído de verdad. Como Spinetta leyó a Artaud. Hay algo en Rimbaud y en Pound y en todo el arte verdaderamente grande que no se deja decir por los discursos (indispensables) a los que apelamos en general para explicarnos el surgimiento y la naturaleza de las cosas. Ni la psicología, ni la historia, ni la sociología, ni la antropología, ni las teorías estéticas, ni los estudios culturales agotan aquello que pueden iluminar solo parcialmente. Cuando ya dieron todo, el poema (la película) empieza a hablar.

 

3

 

Entonces, la Historia (con mayúscula), que es ineludible, no tiene por qué ser un orden que exige que todas las películas encuentren su lugar, y que el juicio nazca menos de lo que ellas quieren que de aquello que deberían querer. Ahora, ya que me permito tantas cosas (moralizar, ponerme romántico), me voy a permitir autocitarme. Sé que es algo horrible y que por más que me ataje (como estoy haciendo ahora) sonará a petulancia. Pero bueno, viene a cuento, y el micro se mueve, y ya estoy medio mareado. El año pasado escribí para la encuesta de fin de año de la revista virtual Las Pistas:

 

No siempre creo en lo que creen (o declaran creer) las películas que amo. El ejemplo más sencillo: soy ateo y juro por Europa 51, por Historia del último crisantemo, por Pickpocket, por Ordet. Y así mil veces. Odio la venganza y admiro a Tarantino, que se la pasa filmando venganzas felices. No tengo nada bueno que decir del proceso de colectivización forzado de la tierra que emprendió la Unión Soviética en los años 20 pero puedo decir maravillas de Dovzhenko, que filmó para la causa un poema genial. Las grandes películas nacen de todos lados, igual que los bodrios. Su calidad o incompetencia no dependen de cuán cerca están de nuestras ideas sino de cuán lejos son capaces de llevar las que eligen como propias. Lo sabe cualquiera que no busque en el cine ejemplos de lo que hay en su cabeza”.

 

Todavía estoy de acuerdo.

 

Digamos que hasta ahora es el modo más honesto que encontré de decir cómo me acerco al cine. Seguro alguien encontrará un ejemplo inaceptable. Yo contestaré: Soy un espectador garantista: prefiero una mala película libre antes que una buena película presa. Y no cedo nada que me parezca grande.

 

4

 

Noto que la crítica se mueve entre dos opciones. La primera es la Historia (o en todo caso la sociología). Es un mundo de conjuntos, órdenes, desarrollos, periodos, campos intelectuales, relaciones de fuerza. La otra opción es la Literatura. Yo prefiero esta última, porque me parece más aventurera y porque puede incorporar los conocimientos que logran los que eligen el otro camino, cosa que no sucede al revés. Mi problema es este. Quien privilegia la Historia termina en muchas ocasiones convirtiendo la película en síntoma o en un mero testimonio de época. Obviamente lo es. Pero el modo en que existe para nosotros no es equivalente al modo en que existen otros documentos, como la ropa, el parque automotor o el papelerío inmobiliario, que también nos hablan de su tiempo.

 

Para escapar de las presiones de la Historia, pero al mismo tiempo para reencontrar su pasión, me parece importante buscar modos alternativos de recorrer el tiempo ya larguísimo del cine. Por eso se me ocurrió probar con series chicas. Ir a los saltos, libremente, y correr el riesgo del capricho antes que el de la ilustración. Agrupé las películas por distintos motivos, algunos obvios, otros un poco menos. No juzgué la sustancia histórica de las series sino su interés conversacional. Lo único que sé es esto: las series no deben responder a un método: tienen que ser capaces de mostrarse atractivas. Lo que quiere decir también: tienen que ser escritas. Su felicidad depende de la literatura, a veces enteramente.

 

5

 

Las series son siete.

 

1) Viajeros. Prisioneros de la tierra (Mario Soffici, 1939), La tentación desnuda (Armando Bó, 1966), Jauja (Lisandro Alonso, 2014). 2) Pampa. Pampa bárbara (Hugo Fregonese y Lucas Demare, 1945), Donde comienzan los pantanos (Antonio Ber Ciani, 1952), Historias extraordinarias (Mariano Llinás, 2008). 3) Tinayre. Bajo un mismo rostro (1962), Extraña ternura (1964), La Mary (1974). 4) Peronismo. El camino hacia la muerte del viejo Reales (Gerardo Vallejo, 1971), Los traidores (Raymundo Gleizer, 1973), Pulqui, un instante en la patria de la felicidad (Alejandro Fernández Mouján, 2007). 5) Estrellas. Besos Brujos (José Ferreyra, 1937), La casa del ángel (Leopoldo Torre Nilsson, 1957), La ciénaga (Lucrecia Martel, 2001). 6) Gallos. El reñidero (René Mugica, 1965), El romance del Aniceto y la Francisca (Leonardo Favio, 1967), Fango (José Celestino Campusano, 2012). 7) Pozo. Gente bien (Manuel Romero, 1939), Las aguas bajan turbias (Hugo del Carril, 1952) Pizza, birra, faso (Bruno Stagnaro e Israel Adrián Caetano, 1997).

 

Y hay también tres interludios literarios.

 

1) Borges y Saer para la serie de los viajeros. 2) Leónidas Lamborghini y Roberto Santoro para la serie del peronismo. 3) Horacio Quiroga, Nicolás Olivari y Raúl González Tuñón para la serie de las estrellas.

 

6

 

Escribir es un riesgo. Mejor equivocarse por probar algo poco seguro que triunfar por decir lo que ya todos sabemos, y que nos hará razonables, y que tal vez ayude a nuestra respetabilidad. Es triste y puede observarse: en un lugar en el que se comparten supuestos la mejor manera de caer bien es decirlos, porque son nuestra contraseña, y olvidarlos enseguida, no sea cosa que pasemos por advenedizos.

 

Ya son demasiados los que esperan que otro les diga que lo que piensan está bien. Contra la tentación de ser aceptados se escribe.

 

7

 

Las comparaciones mejores son aquellas que muestran en lo que se presenta afín la diferencia y en lo que se presenta diferente lo afín. Es decir: las comparaciones mejores son las que permiten el descubrimiento. Si tomo dos películas evidentemente alejadas solo para mostrar cuán alejadas están no conseguiré más que decir lo que ya está a la vista, y en todo caso fusilar una con la otra. Digamos: someter Historias extraordinarias a Campusano o Fango a Llinás. Nada habrá sino consignas. En cambio, si soy capaz de encontrar lazos entre Pasolini y Sirk (por intermediación de Fassbinder, por ejemplo), o diferencias entre películas que nuestra costumbre juzga hermanas, tal vez consiga una pequeña maravilla: dejar a la vista algo que estaba ahí, en la superficie, pero no éramos capaces de notar. Es difícil. Pasa muy de vez en cuando. Pero cuando pasa es genial.

 

Lo mejor que nos puede pasar cuando recorremos la historia con voluntad de perdernos es encontrar lo singular ahí donde no lo esperábamos, y volver a los órdenes y los procesos con ojos capaces de ver todo lo sensual que hay en una película, y que el estudio histórico suele escamotearnos. Está muy bien reconocer las innovaciones que La casa del ángel trajo al cine argentino. Mejor todavía es el estremecimiento que puede provocar su último plano, increíble, y que hoy sostiene la película ante nosotros.

 

8

 

Además de la incertidumbre, y la redención, y vaya uno a saber cuántas cosas más, Spinetta canta en “Camafeo” la fe de los que aman: “Y siempre habrá un don / en el aire”, dice. La historia está siempre por descubrirse. Si la buscamos con menos solemnidad, tal vez nos diga cosas que antes no dijo, o que dijo en voz baja. Tal vez no nos diga nada, y estará bien también así, si fue bueno el viaje.

 

Amamos, y por amar conocemos.

 

Así dice la cinefilia.

 

Y ahora, ya es tiempo de empezar.

 

 

 

(Actualización noviembre 2016 – febrero 2017/ BazarAmericano)

 

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646