diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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1/ La máquina que hace verde con dinero
De pronto verde por derecha e izquierda, verde que asciende y cae, se hunde, y se derrama en todo sentido, incluido el olfato. Este verde sale caro, pero esta zona lo puede pagar, estamos en la ciudad de Kfar Saba. Verde como coches poderosos, césped como geriátricos de lujo, que más que asilos son barrios cerrados donde cada anciano tiene un departamento dos ambientes, controlado las 24 horas. Personal especializado que cuida de cada propietario, hasta el mínimo detalle: talleres de arte, cursillos de historia en donde se enseña que los aztecas eran ingenuos, conferencias, recitales. Y la obligación de reportar cada día que antes de las 10 se amaneció, y se respira, y se está en pie o sentado. Pasada esa hora, a lo mejor alguno murió, y ya no respira, y yace horizontal. Esto no afecta al verde que, al contrario, gana intensidad, y ese exceso otros están dispuestos a pagar. Detrás de la escena, o del telón vegetal que alimenta una trama de mangueras, caños y cañitos, hay un ejército que pone la bala para que el verde de los ricos no amarille. No tan detrás, los soldados se ven en todas partes, y los cuarteles están a la vista.
2/ La costumbre hace al verde
Cuando parece que todo seguirá así por las vidas de las vidas, se descubre que las raíces que alimentan el verdor no existen como se presumía.
Por debajo había otra cosa, que conecta con otro lugar, o no conecta con nada.
Se descubre un subsuelo aleatorio, que sufre un grave problema mental o, más bien, una mente atomizada. En todo caso, ese suelo es cualquier cosa menos la madre del verde.
De un día para el otro, un olor fétido se apodera del aire, burbujas que explotan y liberan ácido sulfídrico (huevos podridos) y un verde sin relación con la clorofila y la savia se apodera de todo. Es verde contra verde.
Uno es verde “vivo”, el otro es anaerobio.
3/ El amarillo paja yace bajo la alfombra
La alfombra que hasta hace muy poco era mullida y bien provista de agua y fertilizante, ahora es una sábana de hule, que deja ver todo lo que cubre, y a través de la cual asoman por los agujeros que se abren a diario en su trama, muestras del país sumergido.
Camellos que estaban secos recobran energía.
Chacales que estaban a punto de morir, o ya habían espichado, vuelven a retozar con esperanza al ver a la polilla con hambre hacer su trabajo.
El escorpión emerge de su hogar de roca, su veneno redivivo hierve de ganas de inyectarse y matar. El puercospín pura paja se eriza y aporta púas-lanza al paisaje.
Lo que queda de un perro cimarrón de Canaán marca el terreno y huele polvo del aire.
El erizo y la zarza asoman, tan parecidos el uno al otro ahora mismo, tiesos pero alerta.
La arena misma no se distingue del cielo, y allá arriba, el Sol, quema a todos parejo.
4/ El verde como alucinación
Ignorante de su destino, que se manifestó con pelos y señales a quien esto escribe, mientras abría y cerraba los ojos en la avenida Weizman, la ciudad de Kfar Saba se atraganta con pizza, sushi, falafel, cerveza, vodka, café: todo tiene el mismo gusto a arroz inflado, porque Kfar Saba es un muñeco inflado que no se vuela porque se ha invertido una fortuna en el mantenimiento de sus anclas.
5/ No hay más rojo que el que anuncia inflamación
No hay ciego que no quiera ver.
No hay ciego que pueda mirar.
No hay más mudo que el que muerde su lengua.
No hay más sordo que el que no tiene cabeza.
No hay más muerto que el que pierde la piel.
No hay más vivo que el que espera agazapado.
(Actualización julio – agosto 2016/ BazarAmericano)