diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

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Osvaldo Aguirre

Movimiento creciente
La búsqueda y el error

Edgardo Zotto se consideraba un poeta tardío. Cada vez que lo decía completaba la frase con una sonrisa que le agregaba un sentido irónico. En principio hacía esa reflexión a propósito del momento en que publicó su primer libro. Tenía 51 años cuando salió Memoria de Funes; pero uno puede acordarse de muchos otros casos similares en la poesía argentina y el dato en definitiva no tiene demasiada importancia, como no importan por lo general las vicisitudes que pueden pasar los poetas para la lectura de sus textos. “Llega sin apuro, como buen poeta”, decía Francisco Gandolfo a propósito de Rubén Sevlever, otro escritor no tardío pero sí retirado casi hasta el ocultamiento, y esa frase puede ubicar el momento justo de un poeta.

En Mayo del 68, uno de sus libros póstumos, Zotto incluye un poema que se llama “El artista tardío”. Contra lo que puede sugerir el primer verso –“Ni la frescura ni la fuerza de la juventud”– el poema convierte las defecciones de la vejez y la extrañeza que se asume ante el campo literario en posibilidades de escritura, en una poética: “Más allá de la mitad de la vida/ olvido los conceptos,/ confío sólo en lo que nace/ de la búsqueda y el error./ Ningún plan,/ ninguna clara idea previa./ Sólo el deseo inquebrantable de seguir…”.

Ese deseo se aprecia claramente en Diario del regreso, el otro libro póstumo, que compuso “en estado de escritura” en el período final de su vida. “Durante varios meses él siguió escribiendo y trabajando en los poemas sin detenerse, excepto por aquellos momentos en los cuales su dolencia lo llevaba a lugares remotos”, dice Sonia Scarabelli en la nota introductoria. Bajo el título “tarea del día”, Zotto dejó una nota en la que se exigía “leer, escribir, imaginar, idear, pensar en lo que hace falta”: básicamente, continuar. El poeta tardío, tal como se asumía, no tiene un proyecto ni un lugar en sentido literal. Nunca alcanza a despejar las dudas y los interrogantes, pero esas vacilaciones, que acentúan de una manera particular la poesía de Zotto, no son síntomas de debilidad sino, al contrario, de la plenitud de una obra en curso, la conciencia de un trabajo que se afirma con el impulso del deseo. En “Nunca tuve un cuarto propio”, la falta se transforma, una vez más, en condición propicia: “escribo mejor en la inestabilidad,/ en lugares incómodos,/ en la belleza del rincón inesperado”.

Zotto se jactaba de sus olvidos, porque en las fallas de la memoria encontraba inspiración para la poesía. Por eso es sorprendente, también, el origen de Mayo del 68. El libro surgió del poema que le da título y que refiere, no al acontecimiento histórico, sino a un suceso familiar, la muerte del padre. A partir de ese episodio, despliega en otros textos del libro una especie de reconstrucción de la infancia en la zona sur de Rosario y de búsqueda de los ancestros en Italia. En ese retorno sobre el pasado hay una reconciliación con la figura del padre y al mismo tiempo (o como efecto de la reconciliación) un desplazamiento en el que está en juego la construcción de la propia historia como escritor. Las alusiones a otros poetas, a través de epígrafes, glosas, homenajes y diálogos intertextuales es una marca constante en la poesía de Zotto; en Mayo del 68 escribe por ejemplo sobre un encuentro con Juan Manuel Inchauspe, sobre una lectura que presenció de Aldo Oliva, sobre un diálogo telefónico con Néstor Sánchez. Las citas y las anécdotas parecen mínimas, pero hablan acerca del poeta tardío, el que busca a tientas su camino. Zotto reencuentra un punto de partida en la historia familiar, donde quizá menos lo esperaba: en el abuelo materno, “lector apasionado de la Biblia” y de las cartas que recibían los paisanos analfabetos desde Italia, que por otra parte debía responder por escrito, y en la madre “quien contará la pequeña historia a su hijo menor,/ que la escribirá en una siesta pesada,/ tantos años después”. El padre, escribe Zotto, está presente como un fantasma, y la filiación que se trama a través de los poemas del libro es un modo de apaciguar lo que podría interpretarse como un reclamo, o al menos como aquello que quedó abierto: en su lecho de muerte, el padre dijo unas palabras que el hijo no supo cómo interpretar. Zotto dice que viene a contar y a contarse; en esa narración acompaña de un modo nuevo al padre, descubre que en su retorno obsesivo por ciertos lugares rehace un recorrido que cumplía con él, continúa sus pasos.

El poema “Mayo del 68” tiene su reverso en el texto que le sigue, “Otro mayo”, donde Zotto evoca su participación en el Rosariazo y asoma, en germen, aquello que durante muchos años lo alejará de la poesía. La asociación que plantea la secuencia reinstala la voz familiar en el origen de la escritura. Sin embargo, más que el relato de un recuerdo o la diáfana recapitulación de una historia Zotto expone los blancos de esa memoria, su sorpresa ante lo que irrumpe, la necesidad de reparar ciertos hechos (por ejemplo, la ausencia de la madre en una fotografía familiar lo lleva a plantearse interrogantes y después al poema “Reivindicación de una madre”). Lo conocido retorna bajo otra luz, una luz de cierta irrealidad, y permite observar al presente como algo más fantástico de lo que surge a primera vista. Es también esa otra mirada de la que habla en Diario del regreso, la del que posa sus ojos sobre un mundo al que no creía volver, una mirada compasiva. “¿Qué le habré dicho a mi padre esa mañana?”, escribe Zotto en un poema; “No sé qué pensaba mi padre de ese tema”, en otro. Mayo del 68 es todo lo contrario de un libro de memorias, es un libro de “alguien que ya nada recuerda” y solo así puede comenzar a escribir.

 

 

(Actualización marzo-abril 2016 / Bazar Americano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646