diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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La crónica es desde hace tiempo un género prestigioso. No es periodismo, es literatura, literatura bajo presión, como se suele decir según la fórmula de Susana Rotker. Algunas de sus versiones han sido muy estudiadas en la historia de la literatura latinoamericana. Es bien conocido, por ejemplo, el proceso de incorporación de los poetas modernistas a la prensa de difusión masiva en la segunda mitad del siglo XIX y el modo en que esos escritores definieron algunos de los rasgos definitorios de la crónica, cómo importaron recursos y preocupaciones de la poesía y construyeron una forma literaria que se define en su tensión con las circunstancias que rodean al trabajo del periodista: la escritura contra reloj, la hora del cierre, la presión de los lectores y de los empresarios, el horizonte de expectativas en el que se inscribe un texto periodístico.
Pero hay otras páginas de la crónica que escapan al auge del género, que no son recogidas en las antologías, que no son exhumadas en nuevas ediciones, que no forman parte de los estudios. Son las crónicas policiales. Y en particular las crónicas de la prensa sensacionalista, una gran tradición que cubrió más de cincuenta años en la prensa gráfica argentina y que todavía sigue siendo desconocida, cuyas colecciones no se encuentran disponibles en bibliotecas, que no gozan de ninguna entidad como objeto de estudio académico y que contienen, sin embargo, notas y entrevistas extraordinarias.
Joaquín Giannuzzi perteneció a esa tradición a partir de 1953, cuando ingresó al diario Crítica. También fue periodista de Así, el non plus ultra del sensacionalismo, entre otros medios. Pero no hay crónicas de Giannuzzi. No podríamos recopilarlas en un libro, porque hasta donde sabemos no firmó sus notas. ¿Cuál fue el trabajo de Giannuzzi como periodista? ¿Por qué no firmó sus notas? ¿O firmó algunas y no lo sabemos? Es difícil que podamos averiguarlo, dado que Así, por ejemplo, no forma parte hasta ahora de ningún acervo público.
Giannuzzi hizo una valoración ambivalente de su experiencia como cronista. Por un lado decía que mucha gente subestimaba el trabajo periodístico considerándolo perjudicial, menor en relación a la literatura. “En mi caso, el periodismo me ha dado mayor fluidez. Hay en esto algo muy importante, lo que llamo el camino directo de la expresión. Uno pone la vista sobre el objeto y la visión es directa, no hay vueltas para llegar a él. Ese es el procedimiento periodístico que yo quise aplicar a la poesía”, dijo en una entrevista con Jorge Fondebrider.
Hay algo formal, entonces, que decanta de la rutina periodística y que lo conduce además “hacia una poesía de significados explícitos”. Pero en otra entrevista, Giannuzzi se pronunció con más reserva al respecto: “En cuanto a lo literario, el periodismo no me ayudó para escribir poesía, para nada –dijo–. Son lenguajes distintos. Pero el poeta es un testigo de su tiempo y el periodismo también te obliga a ser testigo. Son dimensiones distintas: el periodismo mira, pero la poesía ve”. La mirada periodística convencional tiene sus límites, como lo señala en el poema “Noticias”; por muy curiosa que sea, su objeto es lo extraordinario, lo que sale de la sucesión, y lo que pierde de vista en esa búsqueda, los mínimos episodios cotidianos y sus resonancias secretas, son materia de la poesía.
En otro pasaje del mismo reportaje, a propósito de la llamativa cantidad de poemas de tema policial que hay en su obra, dijo: “No es que sea una obsesión de mi parte. Hay una sencilla razón: la policía es uno de los protagonistas cotidianos de nuestro tiempo. La presencia policial es explícita y evidente, en nuestra vida y en la sociedad. La policía, por supuesto, aparece en función de instalar un orden, como custodia de un orden, que es injusto pero que de todos modos ahí está; y uno debe abrir la puerta y exhibir los documentos. Además en todos nosotros siempre hay una especie de terror a la policía, no sé si por complejo o por sentimiento de culpa”.
La policía aparece literalmente como agente del orden en los poemas de Giannuzzi. Un agente burocrático y amenazante, cuya presencia viene a reponer la rutina alterada por el suceso imprevisto: “La policía se abrió paso/ y procedió con pocas palabras”, dice en “Crimen en el barrio”; cada vez que se produce una fisura en ese orden, “la policía acude para saber quién es quien en este mundo”, dice en “Café y manzanas”; un matrimonio muere por un percance doméstico, en “Informes policiales”, y ahí está la policía, no tanto para averiguar qué pasó sino para contener las irradiaciones de los hechos, su potencial subversivo en tanto emergencia de lo siniestro, y por eso, si no fuera suficiente, “después llegó el juez y reordenó/ el curso de las cosas”.
Las crónicas de Giannuzzi están en sus poemas. “Crimen en el barrio” podría ser leído como el relato de un femicidio; “Informes policiales”, como lo que los diarios llamarían un trágico accidente. Pero el poema no se despliega como un comentario o una versión de lo que en otro registro se cuenta con más detalles. Es más bien lo contrario. Giannuzzi abstrae las circunstancias concretas –si es que escribe el poema a partir de un suceso puntual–, de manera que solo subsiste aquello que en una crónica permanece habitualmente velado, y al mismo tiempo avanza en dirección contraria al del relato periodístico: si un crimen es el origen del discurso en el relato periodístico, el punto de partida de investigaciones, conjeturas, reconstrucciones, en el poema funciona como el núcleo de sentido al que debe despojarse de cualquier comentario adicional. “¿Qué podría agregarse/ a la mujer con un balazo en la cabeza/ y al hombre estupefacto/ rechazando la realidad de su propia obra?”, se pregunta Giannuzzi en “Crimen en el barrio”. Nada, porque “los hechos son la única/ materia universal que compartimos” y “lo demás es un susurro, casi un mito”, como escribe en “Paro cardíaco”.
No hay tampoco indicaciones de tiempo ni de lugar. Es generalmente la noche, por un lado, “cuando el mundo/ acrecienta su miedo y su necesidad”, y es la época, sin más precisiones. Pero la falta de datos es necesaria para que aparezca lo otro, lo que el poema revela. El periodismo procede al revés, no le interesan las revelaciones sino la construcción de lo enigmático. Lo policial, en los poemas de Giannuzzi, parece en cambio insignificante desde un punto de vista periodístico: un hombre que cae muerto en la calle, otro al que le da un paro cardíaco, un disparo perdido en la calle, alguien que se arroja al vacío. Pero lo que ve Giannuzzi, a través de la poesía, es lo que declara en “Noticias”: no hay sucesos pequeños. Y si el poema habla de personas anónimas es porque esas personas no cuentan en tanto individuos sino como representantes de la especie, y sus historias vienen a cuenta como variaciones de una historia común, “la tragedia de las relaciones humanas”. Lo que Giannuzzi señala en un suicida es aquello que nos hace apartar la vista ante un cuadro semejante: “Nuestras obras son ruinas como estas/ estrelladas contra el pavimento” (“Nuestro suicida”). Un accidente callejero, que merecería apenas unas líneas en una crónica, es un episodio que revela la naturaleza bestial del universo. Y en la emergencia al desnudo de lo perecedero, en la degradación del cuerpo, aquello que manifiesta el suceso policial, Giannuzzi calibra también su concepción de la belleza. El punto donde el mundo tal como lo conocemos comienza a desestabilizarse, porque “ningún crimen es una verdad aislada”.
(Actualización noviembre 2015 - febrero 2016/ BazarAmericano)