diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
/  Ana Porrúa

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Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

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Julieta Novelli
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Diseño

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Columna Barrofón
Todá (Pablo Katchadjián en Jerusalén)

El 5 de febrero último (este año es el 2015), en la librería “Adrabá”, de Jerusalén, y pasadas las ocho de la noche, yo leía este texto en hebreo ante unas cincuenta personas que habían concurrido a la presentación del libro Toda, traducción al hebreo de Gracias, de Pablo Katchadjián, quien estaba sentado a mi derecha. Pablo seguía el texto en castellano, en una copia que le facilité, y que es el mismo que ustedes leerán a continuación. Detrás nuestro, detrás de un mostrador, si mal no recuerdo, de pie, escuchaba estas palabras Uriel Kon, editor de Todá, fundador de Editorial Zikit, y argentino-israelí. Algunos ya habían leído el libro (se vende bastante bien), otros no. Todos, muy sorprendidos. Era la Feria del Libro de Jerusalén, pero de eso me enteré después. 

 

Algo huele a podrido en el estado de Dinamarca.

En Gracias, la novela del autor argentino Pablo Katchadjián que hoy se presenta en su traducción al hebreo, la podredumbre, el olor nauseabundo, que por momentos hace vomitar o desmayar a sus personajes, es un estado dominante, tanto que la decisión de acabar con él no hace sino empeorarlo todo, podrirlo todo para siempre.

Y, como en Hamlet, el rey de Dinamarca shakesperiano, cuyas últimas palabras son “A mí ya sólo me resta el silencio”, el héroe de Gracias, casi al final de la novela se queda sordo, sólo que al final-final se le destapan los oídos.

Este héroe es un esclavo, cuyo nombre no se revela nunca, que, tras matar a su amo, y por influencia de los efectos alucinógenos de una raíz, se convierte en líder de una rebelión de esclavos, cuya fuerza y ferocidad proviene de esa misma raíz que consumen por indicación de su líder, al que proclaman  Rey. La ficción transcurre en una isla, que no sabemos en donde queda pero que recuerda a la isla de Saint Domingue, hoy Haití, en la cual los esclavos, liderados por el ex-esclavo Toussaint L´Ouverture,  y ayudados por rituales vudú, se levantan contra los esclavistas, queman las plantaciones, matan a todos los colonos  y declaran su independencia; la isla queda en ruinas. Y, lo mismo que Toussaint, que se hizo experto en plantas medicinales, el héroe de Gracias se aficiona a raíces exóticas, rarísimas: de allí saldrá tanto la revolución como su perdición.

En la isla de Gracias, anda dando vueltas Voltaire, y también Rousseau. Todos los personajes, sobre todo en la primera mitad del libro, hablan  con candidez, todos parecen buenísimos, hasta el más malo parece bueno en el trato, aún cuando realiza maldades imposibles de describir. Todos se saludan como buenos vecinos, cómo estas, bien, ¿y vos?, vení que tenés que hacer la tarea. Se llaman con nombres sosos, comunes, como si el esclavo fuese Yosi y el amo Moti. Se dan besos en la mejilla, se abrazan. Dialogan como si fuesen integrantes de una barra de adolescentes, personajes de una telenovela juvenil, chicos y chicas, celos y recelos, y el efecto es muy cómico, y  hacen recordar los espectáculos de los Melli, un dúo cómico de fines de los 80 y principios de los 90. Este uso del lenguaje es uno de los puntos fuertes del libro. Mezcla de vaguedad y giros coloquiales, con toda su carga de imprecisión, que Katchadjián maneja como un crack.

Los personajes son como dibujos que se mueven muy bien, que exageran, que tienen exabruptos, pero nunca llegan a poseer, como en los sueños,  verdadera carne. Parecen por momentos criaturas de Carroll que han perdido el alma y se recitan a sí mismos de memoria. Pero, de repente se zafan y pasan al delirio y descontrol, como en la antológica escena de la expedición de caza de Aníbal con su esclavo.

La trama  progresa por sumatoria, o como si se estuviera improvisando cada paso, las cosas y las situaciones van apareciendo como por arte de magia o de droga. O, lo que es parecido, en un azar onírico.  No se sabe en que época se sitúa la aventura: castillos,  esclavos, sirvientas, animales y plantas inverosímiles coexisten con autos y motocicletas. Entonces, el héroe del libro tiene una plegaria, la única que se aprendió de memoria en su vida.

 

“Por favor, Dios, ayudame a superar las incongruencias”.

Una de las formas para superar las incongruencias es la utilización del recurso del copy-paste, un chiste, una descripción, una situación recurrente, que se repite con variantes: “Al otro día, me desperté y vi el desayuno en la mesa de luz. Acerqué la mano a la pava y noté que estaba caliente. Me levanté y abrí la ventana. El día era agradable, ni caluroso ni frío, y el puerto estaba en plena actividad”. Y etcétera, etcétera, variaciones sobre esa escena, los modos de transposición limitada de Olivier Messiaen, que sirven para que la historia, el texto, literalmente, avancen.

Este estado de cosas se trastoca cuando el protagonista, guiado por una niña salvaje, conoce en el bosque los efectos de raíces alucinógenas, que harán desencadenar  la rebelión y el tole-tole.

La primera raíz, de aspecto extraterrestre, saca, literalmente, y da fuerzas descomunales a quien la come, y de este modo, el protagonista mata a Aníbal, y luego, los esclavos liberados conquistarán los castillos de los esclavistas y masacrarán a sus habitantes.

La segunda raíz, que aparece tras la conquista del primer castillo es parecida, marciana como la otra, pero diferente. Es como un potente LSD que divide en dos a quien lo consume, y lo sumerge en largos periodos de nada, agujeros negros, durante los cuales se actúa, pero de los cuales se emerge sin saber qué ha sucedido.

De este modo, el Rey prueba estas raíces-hongos y se bifurca en sí mismo y su doble, igual pero diferente, hace todo tipo de cosas mientras que el “otro está en el agujero negro”.  Parece, o es, la continuidad, o el desarrollo en otro ámbito, del presupuesto de la novela precedente de Pablo Qué hacer, que comienza así:

 

Estamos Alberto y yo enseñando en un aula de una universidad inglesa cuando un alumno, con tono agresivo, nos pregunta: cuando los filósofos hablan, ¿lo que dicen es cierto o se trata de un doble?

 

Entonces comienzan a suceder cosas como las que les suceden al Rey y a Hugo luego de comer la raíz azul. Se está en un lado, se aparece luego en el otro.  Aquí, la novela se desata, y la vida, que es un automatismo para la mayoría, un automatismo aburrido, se convierte en un delirio frenético, por obra y causas de la raíz azul. La vida se desmadra, y es un antes, la vida automática y aburrida, y el desmadre, después. Todos los caminos llevan, o al aburrimiento, o a la destrucción. Al final, sólo queda el rey para contarlo.

Esta es una novela pos-posmoderna, Gracias desmitifica la desmitificación de todo.

El tema es, ¿cómo pasar de la nada a la acción? ¿Como pasar del letargo al movimiento? ¿Cómo escribir desde un agujero negro? La respuesta parecería ser que para lanzarse al vacío hay que comerse una raíz azul, una pepa, un hongo, un acto tras el cual, o te matás, o seguís vivo para ver cuál es el próximo paso, y así.

Pablo, escritor joven, es la joya de la vanguardia experimental argentina de estirpe armenia, cuyos referentes son tres escritores, tres poetas de la llamada generación del 90, Sebastián Bianchi y los hermanos Ezequiel y Manuel Alemián. Pablo tiene más de una afinidad con ellos y con sus referentes, materiales y predecesores que los inspiran y sustentan: Kafka, las vanguardias soviéticas, Alfred Jarry, los modos de la transposición imitada del músico francés Olivier Messiaen, Vladimir Nabokov.  Pero, también, el núcleo duro rioplatense, que conforman autores uruguayos como Felisberto Hernández, Mario Levrero, Leo Masliah, Jorge Lazaroff y, del lado argentino, Witold Gombrowicz, el gran novelista y dramaturgo polaco, quien vivió en la Argentina por más de veinte años, en donde fundó un ala no borgeana de la literatura argentina, de la cual es tributario Katchadjián.

El brazo armenio-argentino de la vanguardia experimental puede  narrar novelas, con tramas que aparentan o no argumentos, pero piensa en forma algebraica y gusta de recursos que podemos llamar algorritmos. En forma explícita, como sucede en los primeros libros de Pablo, El Martín Fierro ordenado alfabéticamenteEl Aleph engordado, o en forma más sutil y compleja, como en Qué Hacer,  la novela del  sueño recurrente que precede a Gracias y, por supuesto, en Gracias.

 

 

(Actualización julio – agosto 2015/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646