diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Llama la atención el sencillismo compositivo en los “Cuentos reunidos” del noruego Kjell Askildsen. Con escenografías austeras, casi sin vestuario y descripciones reducidas a la mínima expresión, sus frases se remiten a dar cuenta de los movimientos físicos de los protagonistas y, en combo, a reproducir sus locuciones. Para decirlo de otro modo, es como si leyésemos relatada una escena teatral en la cual las acotaciones del guión y los diálogos viniesen fusionados y macerados por el pulso narrativo, lo más práctico posible. Las secuencias de sus frases establecen la misma impronta económica que el teatro, sin que sobre o falte nada (Habría que precisar esta marca como un efecto saludable de la contaminación entre géneros, habida cuenta de la condición de traductor teatral del escritor noruego).
Es este mismo sentido los cuentos de Askildsen –tan parecidos entre sí, y tan singulares a la vez– cultivan su marca distintiva a través de un mecanismo de “concurrencia”, se interesan antes que nada por hacer foco en el encuentro de los actores. Son muchas veces escenas puntuales (aun cuando se dilatan en el tiempo) donde los personajes se reúnen y sostienen una esgrima velada, en la que ajustan cuentas o se conducen a partir de sus impulsos y deseos (ortodoxos y no tanto), a menudo sin mucha versatilidad ni distancia consigo mismos. En ocasiones el peso de la historia recae sobre un protagonista, quien exhibe los pliegues de su subjetividad no en un proceso de autoexamen, sino siempre a cuenta de la relación con los otros. La interioridad es, en tanto encuentre su exposición interpersonal; será su puesta en acción la que dispare a fin de cuentas los sentidos.
Frente a este mundo de sensaciones escandinavas vivimos los relatos como si nos absorbieran sus “duelos”, esas contiendas donde emergen las cuentas pendientes y se sacuden las intimidades. En la mayor parte de los casos con el antecedente de un vínculo familiar; o a lo sumo entre personajes que nunca son del todo extraños: en Askildsen la familiaridad es la premisa vinculante, brota como forma de ligazón aun entre supuestos desconocidos. A partir del vínculo, en sus estrategias no siempre deliberadas, y en el acto presente que escenifica los lastres personales (el pozo ciego del pasado: el término “duelo” es aun más competente en este sentido) obtiene su materia prima esta narrativa. Y son duelos sin futuro, sin vencedor-vencido, duelos por el sólo hecho de serlos, porque nadie a partir de allí dejará de ser un doliente… La radiografía de estos intercambios que propone Askildsen es recia, aunque tiene poco de visceral; un protocolo gélido opaca los comportamientos, que no son gran cosa, sin atenuar las intensidades emocionales. Con la rusticidad de una mirada por completo ajena al patrón psicoanalítico, la literatura del noruego es un hábitat propicio a disputas, malentendidos y desencuentros entre padres e hijos (con su saga de enconos y rencores), indiferencias y heridas en los matrimonios, tentativas incestuosas entre hermanos, una deriva de violencias coyunturales y expansivas, que hacen girar ese mundo al que están “afectados” sus personajes. Imposible sospechar que los vínculos impliquen un plus amoroso; son formas de relacionarse de una estructura que se ha heredado y donde hay que moverse, dialogar -o no-, hay que entrar y salir de casa, regresar y salir de nuevo. La vulgata de lo doméstico, su industria pueril (viajes en autos o en trenes, la cerveza y los licores a la orden del día, el cuerpo asolado por la vejez, los interiores de las viviendas y afuera sus terrazas y huertas, el telón de fondo climatológico) arman la escenografía de un cuento que en la impresión lectora se repite, como si todos se atuviesen a una horma. El ojo del lector no se va a sorprender con episodios imprevistos; lo suyo será más bien padecer el desasosiego que produce a partir de este juego de experiencias primarias el talento artístico de Askildsen.
Absorben los relatos del noruego, interpelan con crudeza nuestro modo de construirnos el mundo. No es necesario disponer un conflicto narrativo para el cuento: alcanza y sobra con dejar relacionarse a los personajes en escenas casi de rutina, ligeramente conmovidas por un giro insignificante. Nos impresionan, sin dudas, los efectos entrañables de su realismo primario, insondable, patente. Y lo disfrutamos como algo que nos ha producido, con herramientas que conocemos –y que no nos resultan tan lejanas–, un hechizo familiar y extraño al alcance de la mano.
(Actualización marzo – abril 2014/ BazarAmericano)