diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
/  Ana Porrúa

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/  Antonio Carlos Santos

Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

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Julieta Novelli
/  María Eugenia López

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Ezequiel Alemian

Mis encuentros con René Char, 1


Hay algo de lustroso en algunas librerías: algo demasiado prolijo y bien diseñado, acogedor y agradable. Es como los libros que hay en ellas: brillantes, novísimos, tan seductores que todos parecen haber sido hechos especialmente para este momento de nuestra vida. Supongo que los textos que incluyen esos libros participan del mismo universo. Me cuesta imaginar un texto desprolijo y sin lustre, fuera de timing, en un libro presuntuoso y obediente. No sé: a lo mejor es porque mi calidad de vida es muy mala que pienso que el hedonismo no será nunca parte de mi filosofía de vida.

Debe ser por eso que Purr es una de mis librerías favoritas. Ahí los libros son fanzines mal abrochados y sin tapa y los textos son lo que a cada instante se le iba ocurriendo al que lo escribió, o lo dibujó. En Purr compré mi libro favorito: 16 páginas con una foto en cada impar. Nada más. Ni título ni autor ni imprimatur. Las fotos parecen escenas de un relato con algo de corporativo y final místico, difícil de definir. Me encanta porque no me dice qué es lo que va de una foto a la otra ni qué es lo que va de la realidad a la imagen y viceversa. Nada parece justificar la existencia del libro. Así y todo, o precisamente por eso, desde entonces sus imágenes flotan en mi fantasía, inagotables, alentándome a pensar que mi mente puede llegar a ser un campo del cual es posible extraer la fuerza gravitatoria.

Bueno: Char. René Char. Nunca lo leí. O si alguna vez lo leí, no lo registré. Ubico su nombre, al que emparento con el de Paul Eluard, poeta al que tampoco, de cualquier forma, tengo demasiado registrado. Lo que leí de él, no me gustó, y no insistí.

De un tiempo a esta parte, sin embargo, la figura de Char se ha empezado a cruzar en mi camino, por cuestiones que no sé a qué atribuir. Hace unos días fue en un artículo de Horacio González: “Batalla de Agincourt” (Página/12, 3 de marzo). El artículo promovía, de alguna manera, en la actual coyuntura política, el resurgimiento de un discurso de la emoción, de un arrebato épico, de una epopeya de los exhaustos y alicaídos, que casi desde la nada pudiera “desarmar el enorme equívoco detrás del que corre una parte sensible de la sociedad argentina”.

Dice González: “Los poemas de René Char en sus cantos de la resistencia francesa retomarían el tema bajo el nombre del ‘tesoro perdido’, pues el recuerdo de un fervor desaparecido seguía siendo una nostalgia fecunda. Eran esos hombres comunes que en un momento de sus vidas toman sobre sí una tarea extraordinaria. Creaban la hermandad de los resistentes desprovistos de fuerzas materiales. Sólo poseían su convicción, su pensamiento o su gratuidad militante”.

Me gustó esa manera de leer la figura de Char. Es una lectura casi esencialista, que pasa por encima de cualquier aspecto textual de su trabajo. El comentario bien podría haber servido si Char hubiese sido novelista, ensayista, dramaturgo o director de cine. Y no lo digo con ánimo de relativizarlo. Al revés. Creo que siempre se puede hacer una lectura esencialista. Que una lectura esencialista puede parecer muy sencilla de hacer, pero que resulta de las más complejas. De alguna manera, resume y combina todo el resto de los abordajes posibles y liga el proceso creativo con sus verdades últimas.

También es una cuestión de riesgo. La complejidad tiene que ver con una ejercitación, pero el riesgo está más cerca del campo de las actitudes. Y la actitud, supongo, tiene que ver, también, con la perspectiva. ¿Qué perspectiva adoptar para hacer una crítica esencialista? ¿La de la inmediatez? ¿La de una distancia que permita ejercer un desprendimiento?

Ahora son más los editores que los escritores, y el trabajo del escritor se parece cada vez más a un ejercicio de incorporación de las formas de concebir la literatura que tienen los editores. Para no perder el tren, con un amigo que hace antologías solemos fantasear con los libros que podríamos hacer juntos.

Hace unos meses, tortillas de papas de por medio, le propuse armar una selección de textos antikirchneristas. Los mejores, los más “crispados” textos antikirchneristas. Desde antes del ballotage que no fue, hasta... Podría ser una antología cronológica. O podrían ser capítulos temáticos: el ojo desviado, la fortuna del matrimonio, la ropa de ella, el campo, la independencia del Banco Central, Moreno. O una mezcla de ambos: ir siguiendo los temas a medida que aparecen. También se podría antologar por autores. Probablemente muchas plumas hayan alcanzado lo mejor de su expresión en estos ejercicios de época. Hay cientos, miles de piezas elegibles: tienen sus figuras propias, su propia retórica, sus lógicas argumentativas. Constituyen un género en sí mismo.

Pragmático, mi amigo finalmente desestimó la idea: no es un buen momento, me dijo. Falta perspectiva. Ya el mercado está inundado de libros anti k mucho más directamente denuncialistas, catárticos, y difícilmente alguien fuera a tomarse en serio un volumen que no se tomara en serio lo que se escribe sobre el matrimonio presidencial. El argumento no me convenció demasiado. Además, pensé, si ahora no hay perspectiva, menos la habrá más adelante, cuando el escenario político termine de virar hacia la derecha.

Pero bueno, tampoco me gusta obsesionarme con estas cuestiones. Soy de “decisiones imaginarias rápidas”, como decía Aira en la contratapa-manifiesto de Ema la cautiva. Pero a mí me da mucha pereza llevarlas a cabo. Por eso tampoco me gusta la moda de la literatura de los listados, de las enumeraciones caóticas.

A lo mejor es también una cuestión de actitud. Cuando leí la nota de González, llamé a una amiga, colega y vecina, con la que, diarios en mano, hasta cierto punto conversamos sobre estas cuestiones. Le pedí que también la leyera. Como al cabo de varios días no recibí ningún comentario suyo, le mandé un mensaje por celular preguntándole por el asunto. Su respuesta me resultó decepcionante. El mundo es siempre al revés de como vos lo entendés, me puso.

En fin: mientras escribo estas líneas leo en el diario de hoy una reseña de Susana Cella sobre la antología de Poesía Buenos Aires que hizo Rodolfo Alonso. Resalta Cella que para los escritores aglutinados alrededor de esa revista, René Char fue seguramente el poeta más emblemático.

¿Hablará eso a favor de cierta vigencia de Char, o de su anacronismo?

 

(Actualización abril-mayo 2010/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646