diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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SCRIPTUM. Tercer libro de Alfonso Mallo (Mar del Plata, 1975), País de detalles es una miscelánea textual de sesenta entradas escritas a lo largo de dos años. Básicamente, configuran el testimonio inacabado de una mudanza de país. Textos breves agrupados en tres zonas definidas, las cuales piden ser leídas “sin género” por el autor –la idea de lo “abstruso” define el libro, entendido como el trayecto de una espesura verbal que escarba lo recóndito y en paralelo hace el recuento de los grados de dificultad de tal emprendimiento. Se trata, en suma, de un “diario improbable” emplazado en un lugar reservado a otros libros por escribirse para dar cuenta de “los matices que generan la diferencia y la separación”. Una insistencia que tiene como ejes centrales la pérdida de la lengua, su reemplazo por otra vagamente familiar, la irrupción de los recuerdos bajo un esquema de referencias nuevo y la disolución o descarte, bajo estas tensiones, de los impulsos literarios, por ineficaces.
Escribe Mallo un libro “por encima” de la experiencia literaria y registra para “buscar la forma de que ciertas circunstancias de la vida –que es mucho más amplia y abarca mucho más de eso que ‘simplemente pasa’– queden en el medio de una tensión, en la franja difusa que separa la realidad de aquello que solo suscita”. Bajo la apariencia sencilla de un observatorio melancólico –esa cualidad necesaria para que exista una escritura literaria–, la singularidad de este libro radica en el modo de trabajar esa tensión, en cómo registra aquello “que desaparecerá pronto y, claro, asumir que la mutación será elegida por las cosas para extinguirse y volver a ser, ya no las mismas sino el recuerdo cambiado de lo que fueron, es decir, su evocación”. Este propósito, alojado en el “Scriptum”, encuentra al menos dos elementos que dificultan el éxito de la operación: la travesía de la lengua y la elección de esos “detalles” que conforman un tercer país. Propósito, proyecto que, reconoce el autor al final del libro, se ha transformado al hacer pie en lo invariable.
Decir que el libro es sólo esto –el montaje de lo invariable– sería cometer una injusticia. Cada texto representa una inscripción temática multiforme, cuya prosa puntual sorprende por el grado extremo de observación, la noticia de una vasta experiencia enraizada en una memoria cuya madeja comenzó a gestionarse mucho antes y que escarba con obsesión, con la certeza de que ahí hay algo que no puede escaparse. Al mismo tiempo, la disposición de los textos “por tema” afecta la temporalidad aglutinante del diario íntimo. Trastornar esa base genérica de registro determinada por la sucesión produce un gesto estético, el de interrumpir el decurso natural de la historia para ver qué pasa; en definitiva, se trata de someter las muestras de pasado en un laboratorio menos frágil que complejo, en un presente “sin cambios notables”.
EXTRAÑEZA. Esta primera parte del libro reúne textos que giran alrededor de la traducción inevitable que surge de plantar bandera en otro país, un territorio donde las cosas se nombran con otras palabras. Los textos trabajan la experiencia que surge entre una palabra conocida y su equivalente en otra cultura (“acá” se dice así, “allá” de otra manera), ese desajuste más o menos parcial al que cualquiera puede acostumbrarse, por voluntad de adaptación o integrándose por demanda o imperiosa necesidad. Allí aparecen, en boca de un peluquero, las preguntas sobre “el origen, el acento, la permanencia y las impresiones básicas del cambio”; el extranjero es “ese” al que las cosas que le pasan le resultan extrañas, hasta en la intimidad. En la ciudad desconocida, basta un sonido para que se active, bajo la forma prismática de recuerdos astillados, la continuidad que se ha perdido. Este es el momento –ocurre muy rápido– donde el libro abandona el propósito de ser un recuento de memorias puestas en un presente: las palabras de un país complejizan la recuperación de las escenas del pasado; acá el libro se hace grande, justo en el momento en que se registra la obturación de la experiencia, la imposibilidad de mover hacia la “nueva lengua” aquello que el autor vivió en su país de origen.
DESPROLIJIDAD. “En el recuerdo/ la infancia/ es una cosa desprolija” escribe Sandro Penna y Mallo abre la segunda secuencia de textos con este epígrafe, escrito en italiano. Esa “parcela de infancia que elegimos perpetuar” donde aparecen padres, hermanos, las marcas de la orina en un jardín, el destino de un gato muerto, una niña en la calle, los sonidos del sueño, el guardapolvos impecable, un viaje en auto, los príncipes privados, el mar y una ciudad de arañas, compone un set de escenas fijas cuya multiplicidad sirve, “apenas, para entender unas pocas cosas que a nadie le interesan”; se trata de elegir las escenas menos riesgosas y a la vez que eviten “perderse en la estúpida repetición de los mismos detalles”, aunque el mecanismo predilecto de la infancia sea la repetición. ¿Qué hacer con la infancia? En ella, en sus rituales “de otra vida”, nada puede ser conjurado, observa Mallo. ¿Qué será capaz de “recordar o reconocer” el hijo que crece en ese otro país? Como un señalamiento radical, emerge en el libro la certeza “de que nunca habrá dos cosas exactas para dos sitios distintos de este mundo”. Sí un mapa de versiones, el remedo “burlón” de un recuerdo que apenas puede enunciarse desde un nuevo presente, si es posible organizar los hechos desde una doble distancia y distinguir la “música” de la “astilla”, a cientos de kilómetros de aquellos probables escenarios infantiles.
WORKING CLASS. Regresar al sitio exacto donde surge una idea, como sugiere el epígrafe de Aira, una misión imposible que establece el trayecto del último conjunto de textos. La condensación de la experiencia por sí misma, como operación que despliega la escena sobre el lenguaje, ¿es inevitablemente literaria? Mallo admite que en otra época quiso ser poeta y en su libro corrige ese deseo con una utopía más terrenal y productiva: trabajar, bajo la mirada vigilante del patrón, en una estación de servicio o bomba de bencina. Convertirse en un ser predecible y feliz. Sin embargo, el teatrillo de anteponer las necesidades materiales a la figura del poeta es fugaz, pues no tardará en surgir la sensación de vacío similar a la que leemos en un poema central en la obra de Joaquín Giannuzzi, cuando percibe “entre gotas de lluvia y aceite quemado/ una intención de belleza y de formas cumplidas/ bajo la maloliente oscuridad”. A la vez, el trabajo de editor en el país vecino reproduce un esquema de trabajo, el del escritor que por razones laborales se inclina “con fervor reverencial” sobre esos papeles ajenos y sufre el efecto –como un repertorio de disuasiones–, al inclinarse sobre los papeles propios. En esa tensión modifica los modos de leer, arma una nueva biblioteca y traduce, bajo riesgo de sumar errores a los siglos de “opciones equivocadas”. En otro país, dar cuenta de la “desprolija simulación de un presente eterno” detona una disimulada desconfianza en el artificio de la lengua, aunque la recuperación de un neologismo abra un destello en la experiencia de lectura gracias a un poema donde el recurso de las vírgulas sirve para “separar cosas que naturalmente van juntas”. Para que este libro –compuesto de pasajes fatalmente extraordinarios– sea posible, tuvo que ocupar el sitio de los otros, limpiar la mesa de aquellos que estaban por escribirse, y tal vez ya no se escriban. En su insistente letanía es noticia de los programas remotos donde la literatura estaba asociada al trance de una expectativa; la noticia de su inexistencia y, al mismo tiempo, de su liberación.
POSTSCRIPTUM. Ahí está el libro, escrito en la grieta donde el país de origen empieza a ser extraño, ofreciéndonos una perspectiva que opera como una nostalgia inválida –y en este sentido pienso el epígrafe de Proust que abre el libro, donde se manifiesta la tensión entre el pensamiento que traslada su inmovilidad y “el espíritu en conmoción” que los hace girar–; imposible recuperar, imposible trasladar esos recuerdos hacia el presente, como si fuesen el mobiliario de una casa encantada. En esa negatividad se juega la huella del libro, más bien aceptándola para que en su desarrollo surja lo otro, el espacio visible, la grieta de sentido que permita el pasaje de mundos en los bordes de una apariencia a punto de desvanecerse.
Un libro que comienza a escribirse en Santiago de Chile y se consuma en Santiago del Nuevo Extremo –recordemos la insistencia en los matices que propone Mallo–: dos lugares en uno, y el segundo como cierta representación de ese desplazamiento radical –y literario–: hacia un extremo nuevo la fundación de un cotidiano, en el país de los detalles.
(Actualización marzo – abril 2013 / BazarAmericano)