diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

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/  Antonio Carlos Santos

Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

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/  María Eugenia López

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Diseño



GABRIELA SACCONE


Diario de la dacha

Una lancha con paseantes, un gran barco mercante
y otro sobre el río que imagino un mar extranjero.
donde a la vera pastan caballos y, más allá,
junto a los pescadores, dos carromatos húngaros.
El bote anaranjado flota sobre una llanura verde,
dos caballos se separan y escapan.
Un perro completamente blanco, mediano,
cruza corriendo, y atrás su sombra,
un perro mediano completamente negro.
Que hable del amor, que hable del dolor, que hable.

Un imprevisto viento sur me quitó el placer
de disfrutar el aire de tormenta a cielo abierto
así es que cuando veo nubes oscuras se me acelera el pulso,
las piernas pierden fuerza, la respiración el ritmo.
Temblor general. Que el amor sea eso,
pánico, fobia al viento que anuncia catástrofes.
La muerte igual efecto. Puedo besar a los muertos, luego.
Puedo sentirlos tibios. Será que de chica
una vecina me llevaba a los velorios del barrio
y, si no alcanzaba por mí misma, me alzaba sobre el cajón
para que besara la frente de los difuntos.
Una emoción se apoderaba de mí
antes de cada visita fúnebre. Y eso era el amor.
Estremecimiento, ahogo, muerte, luego el beso.

Los chicos con un largavista y una guía visual
de aves autóctonas se la pasan identificando especies.
A una calandria que colgaba de las patas en un árbol
le hicieron una tumba. Las estrellas se aquietaron.
Las estrellas son unos pastos que sobresalen del resto,
que al mecerse hacen una planicie de estrellas.
Los caballos, de repente, se ponen a silbar.
El blanco silba más fuerte y mueve la cabeza al son.
¿Cómo se llamaba el caballo que hablaba en la televisión
que yo veía en los 70, pero sería del 50?
Perdí el camino
Las manchas en el cielo
La ruta de un avión.

Que hable del amor, que hable del dolor, que hable.
Mejor no hablo, mejor canto. A veces la música
me ocupa la cabeza. Así hablan del amor axones y dendritas
eligen sonar como una orquesta... pero la voz.
Hora del mutismo, el toldo de los húngaros
se  mueve  con el viento.

Cielo indeciso. Se nubla, se despeja, los barcos
ya no están, los perros, los caballos. Vuelven las moscas,
y las avispas, los chicos y los amigos vuelven.
El viento empuja los pastos y los pensamientos frenan,
se aquietan. Nada cae del árbol: la idea como un fruto,
el detalle que abra el abanico, no cae nada.
Ahora el perro negro sigue a su dueño; éste en bicicleta.

Por el calor se alzaron los pastos alisados
con su carga de tierra seca, pero pasa la iguana
y los chicos atrás y vuelven a ser flecos planchados.
Otra vez,  torpes, espásticos, se crispan como los dedos
de una mano,  en un muerto que resucita. La acequia.
espera sonar igual a un río torrentoso, pero el cielo
se puso verde, viene la piedra.
Se acerca un aleteo, un vuelo rápido, decidido para
sobre un alambre de púas. Los pájaros se avisan:
Primero un trino, un director mostrando cómo
debe sonar lo que se viene, después una orquesta lo imita
y arremete en un apasionado canto. Un benteveo en lo alto
de una rama, un árbol, en la mismísima punta,
se lanza hacia el vacío planeando. Se viene el agua.
Sobre el gris se recorta la casa con su tanque
de agua y sus espigas, dando un aire inglés al campo arroyence.

El  pino no es un pino, es un vendedor de plumeros.
El río no lo es, ni tampoco sé lo que es. ¿Y qué son
esos puntos en el agua que se mueven,
miríada de puntos oscuros que produce el viento
donde se supone está el río?  Avispas, o abejas enloquecidas.
Hasta se puede escuchar el zumbar de la inmensa colmena.
Cambiar el punto de vista.
No miremos el río.
Volvamos al campo.


9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646