diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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De existir la reencarnación, podría pensarse que Rodolfo J. Wilcock se corporizó en Gary Shea. Así como el amigo de Silvina Ocampo, Bioy Casares y Borges hizo del italiano su lengua y en ella escribió buena parte de su obra, este nacido en Manchester adopta también un idioma foráneo, el castellano, para contarnos, tan magistralmente como lo hiciera el primero, la historia de los (¡oh casualidad!) Wilcock, a través de las experiencias y los recuerdos de su hijo Ben.
Breves cuentos como pequeñas piezas de un rompecabezas van configurando la trama de este libro donde se retrata el universo de una familia de clase trabajadora en la Manchester de comienzos de los 90, la ciudad que años atrás enfrentara con extensas huelgas las políticas liberales de Thatcher.
El libro se inicia con los vagos pensamientos del protagonista durante su estadía en casa de sus padres, de donde partió dos décadas atrás, días antes de su regreso a Buenos Aires. Allí, en esas primeras páginas, encontramos quizás la mejor descripción de esta novela: “Podría decirle que me estoy imaginando una película sobre nuestra familia, porque en las películas uno tiene el privilegio de observar a los personajes cuando están solos. Podría decirle que ya tengo pensadas las escenas. Son instantáneas reveladas fuera de tiempo…” A partir de ese momento, se van hilvanando diversos episodios que marcaron la vida de Ben y de sus seres más queridos. Aflora ahí la destreza del autor que, como si estuviera en una isla de edición, compagina anécdotas, las más disparatadas, y recuerdos, los más variados, logrando representar cabalmente costumbres, rasgos, perfiles de una cultura lejana y a la vez tan cercana; a fin de cuentas, la familia de Ben bien podría ser la nuestra.
Partiendo de las aventuras de la “nana”, su abuela, en sus fugas a las casas de apuestas; siguiendo con su paso escolar tiernamente retratado en su amistad con Jin-Sun, el nuevo alumno coreano de su escuela (capítulo aparte la maestría con que el autor replica la dificultosa manera de hablar una lengua extranjera de la madre del niño coreano); la conmoción que despierta en su madre el contacto con unos vecinos recién mudados frente a su casa que por contraste le hacen percibir lo rutinario de su desgastado matrimonio ya sin lugar para pasiones desenfrenadas; las cenas familiares junto al tío Arnie, allí donde el autor nos dice de su madre: “Sentía lástima por ella. Era como si fuera invisible para el resto de la familia. Invertía todo el tiempo en reunirnos y nadie hablaba”; esa misma madre que un buen día se permite sentirse deseada, cediendo a una pasión pasajera, sin imaginar las consecuencias del breve amorío con su jefe; las relaciones de su madre y su padre, Ray, con sus vecinos; la incursión en la gimnasia artística de su hermana mayor, Helen, que pasa de la ilusión inicial a la resignada aceptación de su limitación genética para dicha práctica; el descubrimiento del oculto intercambio epistolar entre su madre y su abuela; hasta llegar al relato de sus últimas horas en la casa familiar antes de emprender el regreso junto a Mariana, su compañera, rumbo a la Argentina.
Por la potente belleza de cada uno de estos cuentos, bien podría compararse a “¿Qué vamos a hacer con todas estas cosas?” con un collar de piedras preciosas intercaladas por algunos diamantes finamente pulidos que llevan nombres como: “Nuestro idioma”, “El agua mala”, “El método instrumental”, el poético “Las raíces de los gajos”, el demoledor “Volver”. Cinematográficas descripciones, precisos y preciosos diálogos, finales abiertos, sugerentes, enigmáticos, en conjunto, componen una gran novela.
Segundo libro (anteriormente había publicado “Trabalenguas”) de este joven que hace ya bastantes años deja su Inglaterra natal, que acaba recalando en nuestro país, que con obsesiva pasión se sumerge en el aprendizaje de la lengua española, horas y horas, días y días de tenaz estudio, hasta alcanzar un dominio absoluto del idioma.
Un mancuniano que se expresa en un perfecto “argentino” a tal punto que si no lo confesara jamás advertiríamos que no nació en Mataderos, en Almagro o en algún conventillo de La Boca. Un caso particularmente llamativo.
Un lúcido británico que en una entrevista que le realizaran allá por el 2017 en el diario La Nación criticaba la “soberbia lingüística” de su país: “Por primera vez me molestó ser inglés, me molestó que los extranjeros tuviesen que aprender nuestro idioma antes que cualquier otro y, nosotros, ninguno. El hecho de habernos creído superiores durante siglos, imponiendo nuestra lengua allá por donde conquistábamos, nos había vuelto ignorantes”.
Un porteño por adopción que con un eximio manejo y conocimiento del español, capítulo a capítulo, cuento tras cuento, nos acerca al recuerdo de sus vivencias inglesas sin traicionarse, puesto que su escritura no está mediada por ejercicio de traducción alguno, sino que escribe en “su” lengua. Un escritorazo digno de jugar en la Premier League literaria.
(Actualización julio- agosto 2024/ BazarAmericano)