diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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El frasquito o la violencia de los dioses
La entrevista que se reproduce a continuación fue publicada en el suplemento cultural del diario El Día de La Plata, el 13 de octubre de 1996, y realizada previamente en el programa “Otros tiempos” que emitía Radio Provincia de Buenos Aires. La conversación tuvo lugar en el departamento de Luis Gusman en Buenos Aires; antes de iniciarla, los circunstanciales reporteros auxiliaron al escritor a monitorear el aislamiento en una de las puertas de su consultorio (es psicoanalista). Tras varias pruebas, en las que el narrador gritaba para comprobar el grado de absorción del sonido y los visitantes aplaudían modificando las distancias y los niveles de emisión, los tres convinieron en que los carpinteros habían hecho un pésimo trabajo: nítida, la voz del escritor y los aplausos traspasaban sin esfuerzo la puerta examinada.
A primera vista, queda claro que para Luis Gusman (Buenos Aires, 1944) hablar de El frasquito significa hablar de toda su literatura. La vanguardia, el desciframiento, la lucha por el verosímil, la novela política, los enfoques de intervención, son los interrogantes que se plantea a lo largo de la charla. Repasa, también, las conexiones de sentido con sus libros posteriores, realizando un examen rasante de su propia escritura.
En 1996, la editorial Alfaguara reeditó El frasquito, libro mítico cuya circulación fue prohibida en 1977 por inmoral. Era la historia –según las palabras de su autor– sobrepasando los límites de la pesadilla. A 40 años de la edición de su primera novela, BazarAmericano publica esta entrevista, hasta ahora inédita en internet.
Por Mario Arteca y Carlos Ríos
¿Cómo nació El frasquito, bajo qué influencias?
Si hablamos de influencias literarias, sin duda me parece que hay algo de Roberto Arlt, y también de Reinaldo Arenas. Pero me parece que la influencia fundamental era Gombrowicz. No digo en la performa, ni siquiera digo en el tratamiento, sino en la cuestión que planteaba en el prólogo de La seducción o Cosmos, no recuerdo bien, cuando dice una poesía inacabada, una poesía hecha de restos donde nace una mitología vergonzosa. Toda una poética.
Me parece que Gombrowicz está en la manera de armar ya no la novela, sino el relato…
Estoy de acuerdo. A mí me parece que es en relación a lo que decían del desplazamiento. Eso me parece más tematizado en Brillos, porque los brillos son los que van unificando el relato por desplazamiento o alusiones directamente explícitas. Creo que en Brillos se habla de un homenaje a cómo se arma el cosmos, donde un palito, el gorrión ahorcado, donde el alambre, la boca de Lena, son todos signos, no en el sentido de símbolos, sino en el sentido de desplazamiento.
Nos preguntábamos dónde reside el tema, más allá de la temática en general… ¿Qué efecto de violencia tiene El frasquito?
Yo digo que tiene la violencia de los dioses, porque me parece que en El frasquito primero es una cosa archicondensada, y tiene un nivel de mito no en el nivel de los dioses, que andaban unos con otros, eran totalmente incestuosos, promiscuos. Eso se sigue manteniendo. Lo digo un poco en el prólogo nuevo que escribí, donde padre, madre, hermano, hermana, abuelo, abuela, funcionan de una manera muy particular. Y después la otra cuestión es en relación al lenguaje, donde el rezo, la injuria, la crueldad infantil, la magia –pero no en el sentido del realismo mágico, sino de la magia para hacer daño–, como magia negra. Me parece que todo eso se mantiene.
Ricardo Piglia habla, en su prólogo a la primera edición de 1973, del desplazamiento que ocurre en su narrativa. ¿Podríamos pensar que El frasquito, con estos cuentos, se seguirá cargando de sentido, a partir de esos desplazamientos?
Sí, yo creo que en El frasquito aparece un universo narrativo que se va a desplegar en los libros posteriores. En En el corazón de junio aparece ya una cuestión más narrativa de contar, aunque sea de una manera absolutamente fragmentaria. Y después La rueda de Virgilio retoma directamente toda esa metodología anterior, y también los cuentos de Lo más oscuro del río, La música de Frankie, y más tarde, Villa. Me parece que después hubo una preocupación mayor por una estructura más clásica del relato, por lo menos es lo que intento en este libro nuevo. Ahora se hizo una película con “Tennessee”, uno de los cuentos de Lo más oscuro del río. La hizo Mario Levín, con la historia de los pesistas, y trabajaron Lito Cruz y Norma Pons. Entonces, después de eso, como yo trabajé con el cuento, y para hacer parte del guión, le suministré el argumento para hacer parte del guión. Con todo eso hice una novela que se va a llamar Los pesistas. En esta novela, los personajes trabajan de doble de riesgo; son dobles de dobles: es una problemática que a mí siempre me interesó, quizá por mi historia personal. Porque soy gemelo.
A mí me parece que hay más preocupación ahora por una cuestión clásica narrativa. La literatura está pasando por un momento de mucha literatura en clave, o desciframiento, y lo más difícil, me parece, es inventar personajes. Yo ya tenía una cuestión de inventar bastantes historias, eso está claro. Me parece que más bien proliferaban las historias en relación a lo que dicen del desplazamiento. Ahora hay un trabajo más de condensación, de contar historias, y tenía la posibilidad de una escritura que me parecía que era bastante personal. Pero lo que me faltaba era la creación de un personaje que tomara volumen. A mí me parece que lo más difícil es contar una vida, y no digo historias de vida. Si uno piensa en la literatura argentina, no hay muchos personajes. Uno tendría que apelar a Erdosain… y después no sé si los de Puig se recortan, porque en Puig hay una cosa de género. Uno podría pensar en La Maga, pero ahí la ideología del narrador es muy fuerte, se nota mucho la presencia del narrador. Y otra cuestión es que, en lo que había escrito hasta ahora, no había personajes femeninos, y que ya empezó a aparecer en Villa, y ahora en esa novela nueva también aparece mucho más, hay más voces. Me parece que antes era un desplazamiento o un detalle, o algo contado por un hombre.
La literatura, en ese punto, tiene una cosa de mucho desciframiento, mucha literatura de literatura. Creo que esa experiencia la hice con En el corazón de junio de una manera enloquecida, no es nada verosímil. Digo el personaje literario como referencia autorizada para autorizarse, aunque en En el corazón de junio aparece Joyce, aparecía Wilcock, y en ese momento, 1983, nadie se acordaba de Wilcock…
Ahora es un maldito…
Sí, por suerte. Digo, para la obra de él. En ese sentido hay como un despliegue, y es a lo que estoy tendiendo ahora.
¿Con qué puede encontrarse ahora la gente sin la carga de pensar El frasquito en relación a la vanguardia?
Eso es una incógnita. Esa es la dificultad no únicamente de El frasquito, sino de mi situación en la literatura. Me parece que la vertiente crítica se ubica en dos géneros, donde se podría encontrar una vertiente interpretativa, por el lado del que lee y decodifica de determinada manera, y una vertiente más cifrada, de lo que yo llamo “literatura de la literatura”. A mí me parece que a libros como Villa es más difícil aplicarle un aparato teórico. Es literatura. Lo mismo sucede en ese sentido con Beckett. En Beckett, primero, es muy difícil hacer un análisis formal, por lo tanto las interpretaciones de Beckett fueron generalmente existenciales o por el lado del ser, y en los mejores de los casos también por el resto. Si uno agarra una novela de Graham Green como El revés de la trama, El americano impasible, ¿qué aparato le aplica? Es literatura. Yo estoy de acuerdo que El frasquito quedó más del lado de la vanguardia. En el corazón de junio no llegaba a encajar en relación a una literatura del desciframiento, porque era muy fragmentaria. Personalmente creo que la literatura, que se nutre mucho de ese polo, tiene que ver con los mejores. Con Perlongher, por ejemplo. Pero si uno no está situado en un lugar como el de Perlongher, o una vertiente más interpretativa respecto a la literatura de literatura, es más difícil situarse. A diferencia de otros escritores, lo que yo siempre he cuidado es que no aparezca la ideología del narrador. Por eso Villa, como novela política, es diferente a otras en que rápidamente aparece la ideología del narrador y también aparece la moraleja.
Vos en el 83 publicás En el corazón de junio. Casi un símil de El frasquito, porque para lo que se estaba narrando en el 82, 83, En el corazón de junio era un novela distinta…
Estoy totalmente de acuerdo con eso. Ahí hay, no sé si llamarla una estrategia explícita, no sé si tampoco es la mejor. Lo que digo es que a veces se puede volver reactiva. Ahora que se decidió que no hay novelas políticas, por qué no se puede contar de otra manera, como en esa novela excepcional que es El caso Tulaiev, de Victor Serge, donde se puede relatar toda una cuestión sobre un asunto político en Rusia sin renunciar a la literatura. Yo traté de no renunciar nunca a eso. Por eso ahora estoy empeñado un poco a seguir esa historia y ahora quisiera contar algo más del orden posterior al 70 y pico, que fuera de los 80: qué pasó con los quebrados, no en el sentido de la delación, los que dejaron de militar, la caída de los ideales, ¿qué sería un personaje así?
La entrada al pragmatismo…
Por un lado, la entrada al pragmatismo, y por otro me parece que es tocar un tema delicado, que para mí ya viene de la tragedia griega, que es la venganza, que no es lo mismo que hacer justicia por mano propia, para decirlo de alguna manera. No hubo una sola venganza personal, ni siquiera se podría decir que lo que pasó con ese médico Bergés* fue una venganza personal, lo cual a mí me plantea un enigma interesante para poder pensar.
¿Qué te sugiere juntar Villa, que es una novela más expositiva en el sentido político, con El frasquito, que a nuestro modo de ver se centraría más hacia la interpretación de lo político?
Yo los juntaba en principio por un universo en común, o lo que Barthes llama “la mitología del escritor”. Si los tuviera que juntar por otro lado, me parece que en El frasquito hay una política de la lengua. Y en ese sentido, sería irrenunciable a eso. No sé cómo se lo leerá ahora, si a los pibes les causará gracia. A mí me parece que sigue siendo denso; no sé si se parece a las letras de los rockeros, de los bluseros, o de los Redonditos de Ricota. Me parece que por ese lado tendría que ir para mi gusto.
* Se refiere a un atentado de la autotitulada ORP, que el 4 de junio de 1996 baleó al médico y represor, durante la dictadura, Jorge Antonio Bergés, dejándolo lisiado. Según testimonio del agresor, Bergés usó como escudo humano a su propia esposa.
(Actualización mayo – junio 2013/ BazarAmericano)