ENTREVISTA DE OSVALDO AGUIRRE*
FRANCISCO GANDOLFO
Francisco Gandolfo nació en 1921 en Hernando, provincia de Córdoba. Vivió en Leones, San Rafael y Buenos Aires, y en diciembre de 1948 se radicó en Rosario, donde fundó la imprenta La familia. Entre 1968 y 1976 dirigió la revista “el lagrimal trifurca”. Publicó: “Mitos” (1968), “El sicópata (versos para despejar la mente)” (1974); “Poemas joviales” (1977); “El sueño de los pronombres” (1980); “Plenitud del mito” (1982 ); “ Presencia del secreto” (1987), “Pesadillas” (1990), “Las cartas y el espía” (1992) y “El búho encantado” (2005). Tiene cuatro libros inéditos.
-¿Como descubrió la poesía?
-A mí lo que más me atrajo, desde adolescente, fue la música. Empecé a estudiar, hice lo que pude y me dí cuenta que no tenía pasta. Lo que más sentía era la música y quise estudiar, agarré un violín un par de veces y después lo tuve que largar porque había perdido el trabajo. Como también me gustaba la lectura, en general, antes de los 20 años esa ansia por la música fue copada por la poesía. Después me tocó el servicio militar, en San Rafael, y ahí empecé a leer mucho, hasta “El Quijote”, y también haciéndome mandar libros por mis hermanos. Tuve la suerte de que me liberé de la fajina y los trabajos pesados; al ver que tenía cierta facilidad para escribir, me pusieron de furriel, que era el que redactaba los partes y las órdenes de los escuadrones, y eso me vino bárbaro. Como estaba el asunto de la Segunda Guerra Mundial, en los cuarteles retenían a los soldados, no los dejaban ir enseguida. Pero ese alargue me vino bien.
-¿Antes hubo alguna lectura que lo incitara especialmente a escribir o que le hiciera proponerse ser un escritor?
-Pese a que nunca me atrajo la política, mi primer contacto con la literatura se produjo a través del Partido Socialista creado por Juan B. Justo, porque dos cuñados míos pertenecían a esa corriente ideológica que fomentaba la literatura a través de diarios, periódicos, libros y bibliotecas. Apenas llegué a la adolescencia, la poesía me tocó mágicamente la sensibilidad, con un poema que le leí a uno de mis cuñados. Y estos versos, que a mí me conmovieron, a él lo dejaron indiferente. Entonces opté por la poesía, por la literatura, respetando aparte todo lo que la política pueda tener de respetable. Por otra parte, creo que no es una lectura sino un mar de libros lo que lo incita a uno a escribir. Y en cuanto a proponerse ser escritor puede ser, porque el mismo Borges expresó que desde niño sabía que esa iba a ser su vocación. Pero no se puede afirmar eso respecto de la poesía, por ser el arte supremo de la palabra. En este caso conviene tener paciencia, dejar que el tiempo dictamine.
-¿Mientras se prolongaba el servicio militar su familia seguía en Hernando?
-Sí. Yo estuve en Hernando hasta los 18 años. El pueblo no me atraía; menos mal que tenía una biblioteca. Estaba trabajando en una imprenta y el dueño decidió irse a Leones. Y en Leones nos fue mal. Tuve que irme y fui a parar a Río Tercero, que me gustó. Después me tocó la milicia. El paisaje de San Rafael me pareció un paraíso. Y ahí empezó el asunto.
-¿De qué manera?
-Cuando terminaba el período de la milicia, uno de los músicos de la banda del regimiento me presentó a un poeta que vivía en San Rafael, porque me hacía falta alguien que me orientara. El poeta se llamaba Juan Solano Luis y acababa de ganar un premio en Buenos Aires. A la vez este muchacho tenía un maestro, que era Rafael Bufano. El tipo escribía en verso clásico: era una copia, pero lo hacía muy bien. Solano me empezó a dar lecturas, sobre todo de poetas españoles: tenía una colección de libros bastante notable para mí, y como era maestro tenía todo ordenado y estudiado. Creo que fueron unos seis meses. En un momento me di cuenta que ya me había dado lo necesario en el arte de la poesía, que si seguía iba a ser una redundancia para mí; y además extrañaba mucho, tenía ganas de volver. Me orientó sobre todo con la poesía española y los derivados.
-¿Alguna lectura le impactó en particular?
-Sí, primero me dio los clásicos. El que más me atrajo fue Góngora. Y después Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca. Para el final había dejado a Antonio Machado; ahí me di cuenta de qué era el arte. Todas las semanas yo le llevaba algo escrito y en un momento él me dice: “esto ya está bien orientado, yo lo voy a llevar a ver a Bufano, para que lo conozca”. Bufano tenía un premio nacional: en realidad con ese poeta no pasó nada, porque no hacía más que imitar a los clásicos.
-¿Qué le gustaba de Machado?
-Todo lo de él me pareció auténtico.
-¿Lo motivó para escribir? ¿Cuáles eran los temas de sus primeros poemas?
-Y, me había puesto de novio, así que la tenía loca con mis versitos a la que llegó a ser mi señora ( risas ). Al final, cuando le mostré unos poemas, Solano me dijo: “esto es lo mejor, de aquí en más hay que ver lo nuevo que va saliendo”. Ahí la poesía ya estaba en mí para siempre.
- ¿Por qué la poesía y no la narrativa u otra forma literaria?
-Me di cuenta que nací lírico. Lo que llevaba adentro era la lírica. Ya no pude dejar más la poesía.
-¿Cómo fue su etapa previa? ¿En la infancia apareció ese interés?
-En nuestra familia éramos seis hermanos: tres mujeres y tres varones. Nos quedamos sin padre temprano. Mi vieja, italiana, no tenía estudios. Mi padre tuvo la desgracia de ser naturalista y murió a los 40 y pico de años: en esa época era tal la exageración de vivir con las cosas elementales, de eliminar la carne y demás, que mi viejo se vino abajo, empezó a sentirse mal y murió. Vino de la alta Italia a trabajar, puso un comercio donde vendía de todo un poco y le iba muy bien. Pero cuando murió nos quedamos en la vía. La casa que teníamos nos la quitaron los mismos parientes y menos mal que mi hermana mayor ya había empezado a trabajar en una casa de ramos generales: nos salvó un poco eso. Tuvimos que salir a trabajar todos los hermanos, e incluso mi vieja. Fue muy triste. Y muy interesante. Ya no era la cosa servida, tenías que ir haciéndote. Yo empecé a los 10 años, vendiendo diarios. La primera vez me fue bien. Mi vieja se entusiasmó. Para qué: después yo me gastaba la plata, compraba golosinas. Hasta que empecé a odiar los diarios, los tiraba, o los escondía. No quería hacer eso. Así que me metieron en una imprenta. Ahí empecé con un oficio que está relacionado en cierta manera con la poesía. Pero como tenía que trabajar, no podía ir a la escuela: sabía leer y escribir, pero no podía continuar.
-¿Como se inició en ese oficio?
-Teníamos la suerte de que Hernando era un pueblo con muchos socialistas, que estaban en la escritura, en la lectura, y entonces había trabajo para una imprenta. Me pagaban muy poco, hasta que llegó un tipo de afuera que puso una imprenta y me ofreció trabajar con él por el doble de lo que ganaba. Era un chanta, lo que quería era que trabajara otro así él podía ir a jugar al billar (risas). Yo sabía parar un texto, manejaba una máquina a pedal: dale que dale con un pie y, cuando se te cansaba, con el otro pie. Y al cambiar de imprenta, ya era a electricidad el asunto.
-¿En ese momento dejó el pueblo?
-Al chanta este se le ocurrió ir a Leones. Yo me podría haber quedado en Hernando si encontraba una chica que me gustara. Pero no me gustaba ninguna. Así que fui a Leones.
-¿Como siguió la escritura después de su paso por Mendoza?
-Uno de mis hermanos me hizo entrar en la fábrica militar de Río Tercero. Eso me resultó insoportable y me fui a Buenos Aires. Tenía ganas de seguir la poesía. Entre los poetas que me había dado Solano Luis, estaba Rafael Alberti: había leído “Marinero en tierra” y me enteré que él vivía en Buenos Aires. Fui a Losada, pedí la dirección y lo fui a ver con un par de sonetos. Uno le gustó, pero en serio: lo había escrito en Leones (risas). Con el asunto de tener un oficio, conseguí trabajo enseguida. Y así como lo conseguí lo perdí. Después entré en una imprenta grande. Ahí me pagaron mejor y pude empezar a comprar libros. Pero Buenos Aires me sofocó. “¿Qué hago ahora?”, pensé. Agarré y volví a San Rafael. Pero el maestro mío ya no estaba ahí, lo habían trasladado con un ascenso a otro pueblo. De todas maneras seguimos conversando, y a través de Solano comencé a leer a Neruda. Me entró enseguida, fue una cosa fuera de serie. En ese momento, los poetas argentinos eran casi todos clásicos, no se movían de ahí. Y los españoles estaban en la misma.
-¿Qué le impactó de Neruda?
- Residencia en la tierra . Ahora, cuando lo releo, me hace reír a veces, por la potencia que tiene.
-¿Lo influyó en la escritura?
-Felizmente no, porque los que se iban metiendo con Neruda terminaban por imitarlo. Yo tuve la suerte de que no imité a nadie. Tenía problemas porque era despectivo en ciertas cosas: “qué me vienen con eso”, decía, pero me había tragado toda la poesía. El más grande para mí, el que más me llegó de los españoles, que todavía lo sigo leyendo, fue Góngora.
-¿Usted escribía también verso clásico?
-Andaba por ahí. En cierto punto quise dejar; aunque ya había hecho bastante con la poesía, quería pintar en lugar de escribir. Me dí cuenta que era brava la literatura. Al punto de decir “esto ya me tiene podrido”. Tuve ganas de librarme de la poesía, pero en un momento, con el apoyo de Elvio, el mayor de mis hijos, me dije que tenía que seguir. Ya estaba en Rosario, donde llegué en el año 50.
-¿De qué manera siguió su escritura?
-Recuerdo que Jorge Vásquez Rossi me pegó un sacudón y entonces me animé. Empecé a tomar la poesía como una creación, y como una creación original, algo que nadie hizo antes. Y tenía la ventaja de que Elvio ya mostraba en la adolescencia su capacidad literaria. Había muchas cosas que yo no podía leer, y yo tampoco tengo la facilidad de lectura de Elvio. Tengo que ir como meditando, eso te lo marca la misma poesía, como una retardación.
-¿ Cómo escribió “Mitos”?
-Salió de un poema, creo que el primero. Ví que estuve en condiciones de largarme, sin pensar “uy, esto a la gente no le va a gustar”. Me dí cuenta que eso era moderno, ahí empecé a engranar y salió el libro. Cuando te viene el asunto de largarte, hay que jugarse entero. Antes había hecho un par de libros, aunque ni fu ni fa. Pero estaba cambiando. Y con Elvio se me facilitaba la cosa. Él compraba todo y decía, por ejemplo: “esto no vale la pena que lo lea”. Para que no perdiera tiempo, porque yo tenía que dirigir la imprenta, entonces nos beneficiábamos ambos, porque él también me preguntaba.
-¿En qué momento escribía?
-Cuando podía. A la noche, cuando se habían acostado los chicos. Tenía un par de horas. A veces me pasaba y a la mañana siguiente, en la imprenta, atendía a la gente con los ojos desorbitados.
-En sus poemas se asocian elementos a veces incompatibles como el sentido del humor y un complejo juego conceptual. También suele recurrir a elementos en principio ajenos a la poesía, como el psicoanálisis y la filosofía. ¿Cómo llega a ese trabajo?
-Creo que esto se origina en mí como reacción a un período muy largo de dedicación a lo que podríamos llamar poesía clásica, porque yo seguía siendo reacio a lo moderno. Cuando comprobé que esto era un retraso, decidí superarme, actualizándome me animé a leer “Cantos de Maldoror”, insistí con Neruda, penetré en “Trilce” de Vallejo, en Baudelaire y Rimbaud, abordé a Pound, Eliot, los surrealistas, releí a Whitman, Emily Dickinson y Edgar Lee Masters, y me puse al día con los poetas actuales argentinos, latinoamericanos, franceses, etcétera. Y el humor cordobés que llevo en la sangre se me comenzó a infiltrar a través de ese complejo juego conceptual que acabás de observarme y que deriva de mi atracción por la filosofía y la religión también, a través de lecturas como la Biblia. En cuanto al psicoanálisis y a la filosofía no los considero como elementos ajenos a la poesía. Los surrealistas echaron mano al primero y Dante a la filosofía en la “Comedia”. La poesía no puede prescindir ni ser indiferente a cualquier expresión del espíritu.
- La lectura de Machado reaparece en el epígrafe de “El sicópata”. Con este libro pasó algo curioso: se agotó rápidamente, ¿no?
-Y, eran 500 ejemplares. El libro le cayó bien a la gente. Parece que más o menos agarré bien el asunto de la psicopatía, para expresarlo.
-¿Cómo apareció el personaje?
-Fue una mezcla. La milicia me vino bien porque era un mundo nuevo. Acostumbrado a la calle y a la cosa directa, de pronto te encontrabas con un montón de temas; llega un momento en que sentís que es no digo un disparate, pero... Busqué la manera, y la que mejor me parecía era tomarlo como una especie de enfermo mental. De eso la milicia tiene bastante. Y aparte todas las experiencias de ser un padre con seis hijos, que manejaba una imprenta. Imaginate, todo lo que tenía que hacer, no daba abasto con la imprenta y encima llevaba adentro la poesía. Tenía que esperar hasta la noche para escribir, los chicos se acostaban y no había gente que molestara. Precisamente llegó un momento en que me surgió “El sicópata”. Tomando la realidad concreta que todo el mundo maneja, pero llevando a la vez una poesía con cierta potencia. La potencia poética no me la daba el manejo del negocio; al contrario yo buscaba otra cosa, estaba haciendo algo que me repelía, pero yo lo necesitaba porque tenía que alimentar a los hijos. Y yo ya me había embalado en la poesía. Me dije: “no, esto vale más que todo el trabajo”; pero el trabajo había que hacerlo, había que morfar. Era una especie de locura la que yo tenía. La poesía, lo más lírico, chocaba con lo concreto que le llaman del negocio. Entonces, dije, “¿cómo hago para no enloquecer? Bueno, ¡haciéndome el loco!” Al mismo tiempo, me preguntaba: “¿cómo puedo expresarme de una manera que tenga potencia?”. Y surgió este loco. En general, me sirvió después para seguir con otros temas, donde ya no se trataba de la locura sino del arte poético con más libertad. Incluso me animé a seguir expresándome con cierta locura, bien manejada.
- La “locura” reaparece en El sueño de los pronombres. ¿Este libro tuvo que ver con una lectura de Freud?
-Totalmente. Yo sentía y quería expresar todas las vivencias comunes que hay entre hombres y mujeres. Creo que las vivencias son poderes internos del hombre, que te llevan a hacer cosas. Con mayor razón si uno se ha metido en algo como la poesía. Y hay que manejarlas de acuerdo con el nivel de la poesía. En ese sentido, a través de un montón de detalles, en “Mitos” funciona la religión. Como tipo de sangre italiana, yo llevaba la religión adentro, en serio. Por eso, de pibe, una vez me cascotearon. Empezamos a leer en casa la Biblia, y eso me impactó. Entonces quería actuar de acuerdo a la época de Jesús (risas). Y entre los 10 y los 12 años empecé a tener pibes, seis o siete, que yo los adoctrinaba, como mis discípulos, para hacerlos religiosos. Ya me había metido en algunas cosas pecaminosas, como joder a alguien, o robar una moneda, porque no tenía para comprar un juguete. Y cuando los de la barra brava, con los que andábamos siempre jugando a la pelota, se dieron cuenta que nos hacíamos los religiosos (risas), nos corrieron a cascotazos. Entonces eso se acabó completamente: a ser reos otra vez, a jugar a la pelota, a pelearse. Pasado el tiempo, yo llevaba todavía la religión. Imaginate, con todo ese merengue viene y se me presenta la poesía con algo que yo tenía que ver a fondo, o sea, el psicoanálisis. Llegó un momento en que dije: “ahora tengo que leer a Freud”. Leí dos o tres libros y ninguno me convenció para la poesía. Después llegué a “El malestar en la cultura”. Leí la mitad y me dí cuenta que eso era lo que me faltaba, porque yo llevaba algo adentro que no podía expresar como poesía. Dejé el libro en ese momento: a donde había llegado me bastaba. Y aparte tuve un sueño. Había terminado de leer, me acosté, dormí y me despertó un sueño: algo sobre tensiones de mujeres y hombres. Enseguida me levanté y lo escribí, para que no se fuera. Y ahí comienza “El sueño de los pronombres”. Entonces se me formaron los personajes, todos sin nombres propios: el ello, el otro. Los empecé a manejar con muchas ganas, a sentirlos como una vivencia personal. Ahí hice poesía las vivencias que antes me habían llevado a la religión o que había tomado en forma religiosa, como en “Mitos”. Entonces pude crear no digo un mundo pero sí una expresión con el nivel de la poesía.
-¿Escribió otras veces a partir de sueños?
-Sí, me ha servido. Pero sobre todo el que tuve esa noche. Hacía un tiempo que no escribía poesía, me faltaba tema, no podía concretar. Me daba vueltas en la cabeza algo que tenía que expresar y no encontraba la manera: se me formaba un asunto interior que tenía que largar y llegué a eso con el sueño.
-Pese a que su infancia y adolescencia fueron muy duras, en su poesía hay mucho humor. ¿Como surgió ese ánimo tan alegre?
-(risas) Bueno, yo era el más llorón de la familia. Y el más jodón. Por ahí, de pibe, llevaba la joda a una cosa insoportable. Pero eso tiene que salir de alguna manera y a mí se me dio felizmente a través de la poesía. Cuando uno se da cuenta que está diciendo algo, no que está jodiendo y nada más, uno se anima a largarse. No me puedo sacar de encima el humor, empezó en el vientre de mi madre y sigue. A veces se hace medio ácido, pero hay que animarse, porque si lo querés suavizar sale una cosa medio chirle.
- La infancia aparece como tema en varios de sus textos. Por ejemplo, en `El jugador´ (“Poemas joviales”) se habla de voces del pasado que todavía suenan. ¿Se trata de anécdotas de la memoria o son hechos de ficción?
-No, en ese poema es algo concreto. Yo andaba en la calle y cuando ya me pudrieron empecé a tirar los diarios.
-Otro tema insistente es el amor.
-Y, es un tema de la poesía, agarrálo a Dante nomás. El amor es lo principal (aparece Evelina, la esposa de Francisco, con un mate) ¡Uno de los temas más ricos de la poesía! ¿Qué mirás para allá? (risas) Gracias a ella, llegué a esto: a hacerme el loco, totalmente. (a Evelina) Vieja, sabés que es para toda la vida: así que dejá que me haga el loco (risas)
- Incluso dice en un poema: “yo necesito estar enamorado/ para escribir mis versos”.
-Eso forma parte de la vida. Se necesita estar enamorado. (Lee el final del poema): “así que haré/ lo que me canten las pelotas”. No hay que quedarse corto: si ponés otra cosa, no vale la pena. Con eso también había que pelear. Hay que poner lo auténtico. Eso lo aprendí de Neruda, en “Residencia en la tierra”.
-¿ Destacaría a algún poeta argentino ?
-El primero que me llegó fue el “Martín Fierro”. Y después no muchos más. Borges me gustó, como cosa para empezar.
-¿”Presencia del secreto” fue su primer trabajo en prosa ?
-Pero es más poesía que prosa. Son todas vivencias, que aparecen cuando uno se enfrenta en serio a la poesía y llega un momento en que tenés que expresarlas. En “El sueño de los pronombres” tuve que esperar un sueño para que salieran. Otras veces se juntan otras muchas vivencias y sintetizás lo que para vos es mejor. De joven, en el ejército, tuve un montón de vivencias, muy potentes; pero las pude escribir treinta años después, más o menos. Eso te ha golpeado, te ha llegado profundamente, y entonces lo largás en la poesía. Al final creás un mundo, cuando estás en forma para escribirlo, pero a lo mejor pueden pasar veinte o treinta años.
-Después siguió escribiendo en prosa.
-Sí. Siempre me clavo (risas).
-¿Qué significó la poesía en su vida?
-Yo renegué mucho con la poesía. Quería ser músico y viene y se me cruza la poesía. Y cuando quise darme cuenta me había metido en serio, tenía que seguirla. Así son las cosas, a veces salen de un shock. El desquite fue la poesía.
*Esta entrevista fue publicada parcialmente en el diario “La Capital” de Rosario. |