Galería de: Max Gómez Canle
Max Gómez Canle nació en Buenos Aires en 1972. Se especializó en pintura en la Escuela
Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Trabajó como carpintero, realizador
escenográfico, restaurador, cocinero, artesano, marquero, letrista y videasta entre otras
cosas. Copió pinturas de todos los estilos, y todavía lo sigue haciendo como parte del grupo
Amigos del Siglo XX. Fue premiado en el concurso “50ª Aniversario del Fondo Nacional de
las Artes” y en el Salón Nacional de Rosario. Recibió el 2º Premio en el certamen “10 años
de Bola de Nieve” votado por artistas y el premio “Ignacio Pirovano” al artista joven del año
2007 otorgado por la AACA/AAICA. En 2009 fue seleccionado para exhibir su obra
“Ventana” cubriendo la fachada del Edificio Del Plata sobre la avenida 9 de Julio en Buenos
Aires. Obtuvo la beca arteBA-FLORA para viajar a Colombia y ganó el Premio Andreani en
2013. Muestra habitualmente en Buenos Aires y en San Pablo, y esporádicamente en otros
lugares del mundo.
Sabemos, pero a veces hace falta recordarlo, que una pintura no es solo una imagen.
Posee unas dimensiones determinadas, un relieve, una textura. Su presencia material es
relevante, el cuadro es un objeto. En sus relativamente pequeñas obras, Max Gómez Canle
refuerza este carácter objetual mediante diversas intervenciones. Juega con los formatos,
con los marcos, con incisiones en la superficie de la tela. Sus cuadros, como las
invenciones que pueblan los libros de Raymond Roussel, son extraños artefactos,
mecanismos de relojería ensamblados con la frialdad de un científico y la precisión y
delicadeza de un joyero. François Piron, hablando del escritor francés, dice algo que
podríamos aplicar a nuestro artista: sus obras son “lugares solitarios, apartados del mundo;
museos donde el tiempo ha quedado detenido”.
Como sucede con la obra de Roussel, la producción de Gómez Canle es una peculiar
mixtura de academicismo y de cultura popular, plagada de ideas, referencias, guiños y citas
que fluyen, como la pintura, de cuadro en cuadro generando una red en la que el
espectador es atrapado. Y sin embargo, los paisajes –que comparten un aire de familia, a
pesar de que sus referentes abarcan más de cuatro siglos de pintura europea, mediatizada
por la “Pinacoteca de los genios”– están completamente inmóviles. El agua no discurre (a lo
sumo se arremolina, formando unos extraños ojos), las sombras son extáticas y las aves, en
el cielo, nunca detendrán su vuelo. El tiempo se ha densificado. Ya no fluye, o tal vez lo
hace de otra manera, no lineal sino sedimentaria. Porque cuando miramos sus cuadros
comenzamos a distinguir, amalgamados por la pintura, los diferentes estratos, las caras en
los paisajes y a percibir el humor, y las referencias a otros pintores, o video juegos, o
dibujos animados. Sus pinturas suelen estar invadidas por inquietantes y geométricas
presencias, tan enigmáticas como los monolitos negros de 2001 Odisea del espacio.
Daniel García