Galería de: Carolina Raquel Antich
Carolina Raquel Antich nació en Rosario en 1970. Fue becaria durante 1994-95 del Programa de perfeccionamiento para jóvenes artistas, dirigido por Guillermo Kuitca, Fundación Proa, Buenos Aires. En 1998 participó del Corso Superiore de Arti Visive, Profesor visitante Hamish Fulton, Fondazione Ratti, Como, Italia.
Ha participado en numerosas muestras colectivas, en Europa, Estados Unidos y Argentina.
Entre ellas: el Premio per la giovane arte italiana en el Pabellón Italiano de la 51ª edición de la Bienal de Venecia (2005); Girlpower & Boyhood, Solvberget, Talbot Rice Gallery, Edimburgo, Escocia, Kunsthallen Brandts, Brandts, Dinamarca (2006), Stavanger Kulturhus, Noruega (2007); Quadriennale di Roma, Italia (2008); Bloom, Galleria Doppia V, Lugano, Suiza (2010) y Extranjeros, Galería Distrito 4, Madrid (2013).
De sus últimas muestras individuales destacamos: Si salvi chi puo, Prometeo Gallery, Milan (2006); Rio Negro / Black River, Florence Lynch Gallery, New York (2007); Into Flower, Gimpel Fils Gallery, London (2008); Capricci, AB23, curated by Stefania Portinari, Vicenza (2010); One Day, Art – U- Room, curated by Hiromi Kurosawa, Tokyo (2012); The moon is about to fall, Volta N Y, New York y De pronto sentí el río en mí, Lynch Tham Gallery, New York (2014).
Fue finalista del Illy Prize, en Art Rotterdam 2006 y del Premio per la giovane arte italiana en la 51ª edición de la Bienal de Venecia (2005).
Vive y trabaja en Venecia.
Las obras de Carolina Antich nos presentan la puesta en duración de un instante. Un momento fugaz que el ojo, atrapado por su belleza, no quiere dejar transcurrir. Aparecen ante nosotros como visiones provocadas por la luz de un relámpago. O, mejor, como ocurre cuando, de pronto, en la noche impenetrable, la temblorosa luz de una linterna sorprende, en la espesura, la actividad de la naturaleza.
Pinturas delicadas, maravillosa y sutilmente pintadas. Frágiles, a punto de desvanecerse como sueños. Pero que, como los sueños, pueden afectarnos profundamente. Mudas, silenciosas, pequeñas escenas que parecen surgidas de la luz de una linterna mágica. Su reino es el mundo de la infancia, y recordemos que Infantia era la palabra latina que designaba la incapacidad de comunicarse en público. Un mundo de silencio, entonces, un mundo de soledad. Los personajes de Antich, cuando no están abstraídos en sus juegos, cuando miran hacia nosotros, no intentan comunicarse. Permanecen impasibles, fantasmas conscientes de la distancia infranqueable que nos separa.
La inestabilidad de una imagen a punto de desaparecer es recreada en la fragilidad del material: sus pequeñas esculturas son como recuerdos congelados en porcelana. Estamos solos, parece decirnos Antich, niños abandonados en una naturaleza –el bosque, el río recurrente- que claramente no nos necesita, y que puede ser tanto nuestro fin, como promesa de refugio y salvación.
Un aura de melancolía suele nimbar sus obras, pero varias de ellas, y aquí tenemos como ejemplo las imágenes de Contro corrente o Little girl with trunks, evocan las palabras de Emily Dickinson:
I can wade Grief–
Whole Pools of it–
I’m used to that–