diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Se puede leer novelas o se puede encontrar lo novelesco. Paradójicamente, a veces lo novelesco no abunda en muchas novelas. Del mismo modo, el no-novelista encuentra lo novelesco: le pasa cada tanto a Freud. Quizás el acercamiento de la narración al ensayo se deba a que puede ser el ensayista quien extraiga lo novelesco de una suerte de enredo entre el pensamiento y la experiencia. El ensayista puede devenir novelista cuando, moviéndose dialécticamente entre “el texto” y “la vida”, desapropia uno y otra.
En Origen de la dialéctica negativa, Susan Buck-Morss combina la erudición filológica y el rigor filosófico con el impulso narrativo. Uno puede leer el ensayo como la tragedia de dos amigos, Theodor Adorno y Walter Benjamin, cuyo final desencuentro (en la teoría y en “la realidad”) tiene catastróficas consecuencias no solo para sus personas, sino también para la dialéctica negativa como último gran avatar del pensamiento materialista. La tesis del ensayo es que la dialéctica negativa de Adorno le debe su singularidad al misticismo benjaminiano y el consiguiente esoterismo de su lenguaje. El origen de la dialéctica de Adorno hay que buscarlo en la compleja combinación de surrealismo, misticismo y marxismo de su amigo y maestro. Esa es la tesis filosófica. La tesis novelesca es que Adorno podría no haber sido del todo inocente de la muerte de su amigo. En realidad, lo novelesco no está en la historia trágica, sino en el modo en el que Buck-Morss entrelaza el análisis filosófico con las hipótesis biográficas. Lo novelesco es esa chispa, esa “constelación”, que se produce en el encuentro explosivo de la “vida” y de la “obra”.
Claro está que este encuentro es posible solo porque Adorno y Benjamin eran verdaderos ensayistas y, como tales, no hacían una distinción muy clara entre vida y obra, como no la hacían entre sujeto y objeto. Dicho de otro modo: fueron radicalmente coherentes con lo que pensaban y por esta superposición de vida y obra las cosas terminaron mal, sobre todo para uno de ellos. Todo esto que digo es parte de la ficción de Buck-Morss (o de la ficción que yo me hago a partir de la lectura de su libro), pero por eso mismo tiene un encanto suplementario: como si fuera posible extraer de ahí una noción del ensayista (no del ensayo, indefinible por definición) como aquel que se mueve dialécticamente entre vida y obra, manteniendo siempre una abierta gracias a la interrogación punzante de la otra.
El objetivo ensayístico de Buck-Morss es la obra de Adorno, más precisamente sus escritos de juventud (no hay análisis de las dos grandes obras del autor: la Dialéctica negativa y la Teoría estética). El correlato narrativo de este objetivo es que Adorno se convierte en el personaje principal del relato. En este esquema, Benjamin aparece no como personaje secundario (como lo son Horkheimer, Alban Berg, Brecht y Scholem), sino como “el otro”, el segundo protagonista (quizás el verdadero), borroso, oculto en las sombras, desplazado por la perspectiva del narrador (un poco como aparece el Micchino en Canto castrato de Aira: como protagonista que se sustrae a la captación de la novela que lo tiene como centro supuesto). Pero a medida que el ensayo avanza, y con él el relato, se hacen patentes los reproches de la narradora a su protagonista, de modo paralelo a la simpatía (y compasión) que despierta ese personaje desdibujado pero bien presente, tanto más intensa su figura cuanto la sugiere su constante ausencia. La contradicción del personaje Adorno es la paradoja misma de su dialéctica negativa: la imposibilidad de un salto de la teoría a la práctica, el habrá sido de la revolución como experiencia negativa del arte moderno y el no ha sido de la transformación de la realidad en una sociedad sin clases. Mientras Adorno disfrutaba de un cómodo exilio en Nueva York, Benjamin sufría todo tipo de penurias, la primera de las cuales era material: aun así, heroicamente (y de a poco se va volviendo el héroe de esta historia), redactaba su legendario Passagenarbeit en París, fuera de la amenazante Alemania pero todavía muy lejos de un verdadero resguardo. Buck-Morss sugiere que la vacilación de Benjamin para exiliarse en Estados Unidos, a donde Horkheimer había trasladado el Instituto, involucraba sus diferencias teóricas con los miembros de la “Escuela”. Lo tentaba, al mismo tiempo, la posibilidad de ir a Palestina con Scholem o a Dinamarca con Brecht. Este momento ciertamente patético es uno de los más hermosos del libro: raro entre los raros, Benjamin era simultáneamente cortejado y rechazado por sus tres amigos, que a su vez se excluían mutuamente por incompatibilidades teóricas e ideológicas. Bien hubiera podido, cualquiera de los interesados, ceder en cuestiones filosóficas para atraer definitivamente a su amigo a cualquiera de los tres destinos de salvaguarda. Cuando en 1938 Benjamin envió a Adorno una primera versión de su ensayo sobre Baudelaire, éste le respondió acremente criticando el método surrealista que caracterizaría al Passangenarbeit. Benjamin sufrió una depresión en el invierno de 1938-1939, en gran parte debido a la fundamentada respuesta negativa de su amigo y, por extensión, del Instituto. La narradora concluye conmovedoramente: “Aquí la conducta de Adorno está abierta a la crítica –no por sobreestimar la dificultades teóricas del ensayo sobre Baudelaire (que eran reales), sino por subestimar las dificultades personales de su amigo”. Más adelante agrega que la larga carta de Adorno no hacía una sola referencia a la situación histórica europea, en la que se respiraba un clima de inminencia que anunciaba la guerra. Buck Morss, cuya seriedad teórica la hacen relativizar sus fuertes hipótesis biográficas, es muy clara respecto de la antipatía y el rechazo que le generan el comportamiento de su protagonista y el modo en el que su no claudicación teórica lo llevó poco menos que a la sordera (él que se consideraba un músico-filósofo) y a sufrir en carne propia la paradoja que atravesaría su obra: “En qué medida esta omisión del principio brechtiano estuvo motivada por el deseo de aplacar a Adorno y al Instituto es una pregunta que los documentos disponibles no permiten responder. Sin embargo, más que la ‘molesta insistencia’ en las cuestiones teóricas, incriminaba más a Adorno la continua y excesiva importancia que otorgaba a estas cuestiones en vista de la constelación de condiciones históricas objetivas que se cernía sobre Benjamin y amenazaba su propia existencia. Benjamin terminó la segunda versión del ensayo en julio. En agosto se firmó el pacto de no agresión nazi-soviético.”
El estilo de Buck-Morss es seco, cortante, desprovisto de patetismo, en la mejor tradición de la narrativa norteamericana. Su análisis, elocuente y fundamentado. El destino de su protagonista (destino real y filosófico, práctico y teórico) no es ajeno al desarrollo de la tesis central del libro, lo que no quita que para la mirada puramente filosófica pueda parecer un mero suplemento. Lo conmovedor, entonces, está en la historia misma como objet trouvé. El ensayo de Buck-Morss habla del origen de la dialéctica negativa y, también, de la extrañeza y el desencuentro inherentes a toda auténtica amistad.
(Actualización noviembre – diciembre 2012/ enero – febrero 2013/ BazarAmericano)