diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Editora

Ana Porrúa

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Matías Moscardi  /  Carlos Ríos
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Osvaldo Aguirre
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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
/  Ana Porrúa

Carlos Battilana
/  Adriana Kogan

Ulises Cremonte
/  Antonio Carlos Santos

Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

Javier Eduardo Martínez Ramacciotti
/  Fermín A. Rodríguez

Julieta Novelli
/  María Eugenia López

Felipe Hourcade
/  Carolina Zúñiga Curaz

Juan Bautista Ritvo
/  Marcos Zangrandi

Rodrigo Álvarez

Curador de Galerías

Daniel García

Diseño

Paulo Ricci

Caminando alrededor
La ciudad como escenario

Varias de las apuestas más inquietantes del film Pina se condensan en su primera toma. Se trata de una imagen nocturna del Tanztheater de Wuppertal en la que podemos apreciar, gracias a la ubicación de la cámara, los distintos escenarios en los que la película se desarrollará. Desde esta primera imagen redescubrimos –gracias al formato 3D en el que está realizada la película- la potencia de la profundidad de campo. Mucho más que estimular los reflejos de una platea que llena las salas preparadas para el cachivache tecnológico de turno, esta inteligente utilización del recurso y de los avances disponibles para filmar valoriza la profundidad de la mirada. La complejidad y el espesor de esta película también es resultado de su formato. El efecto nos permite observar maravillados un espacio repleto de movimiento que nuestra mirada puede percibir en su plenitud aunque nuestros cuerpos no sabrían habitarlo.

Ese teatro que aparece como imagen de fondo para los títulos del film, ese edificio donde se gestaron las obras creadas por Pina Bausch, verdadero corazón de la película de Wim Wenders, se nos presenta perfectamente encuadrado por la ciudad que le sirve de marco. Esa relación presente desde el primer fotograma permitirá que las coreografías creadas, ensayadas y representadas en el Tanztheater puedan avanzar sobre las esquinas, los vagones y las calles de una ciudad que también se convertirá en escenario.

Biografía filmada de una obra mucho más que de una vida, lo mejor de Pina es lo que acontece cuando el centro de la escena es invadido por las coreografías de Bausch recreadas por esa internacional de la danza que son sus bailarines. Los retazos documentales que intercalan la figura de Pina hablando, bailando o supervisando un ensayo podrían no estar en la película y esto no habría hecho más que agigantar la figura de la personalidad que es su razón de ser. Su presencia, más que en imagen, cuerpo y voz recuperados por los archivos fílmicos, está en sus creaciones.

La dificultad de no contar con la figura en torno a la que todo el proyecto de la película se organiza debido a la inesperada muerte de la coreógrafa y bailarina poco tiempo antes del comienzo del rodaje, parece haber eximido al documental de la necesidad de girar en órbitas peligrosamente próximas a ese astro incandescente que Pina, de todas formas, es. A diferencia de lo que sucede en Buena Vista Social Club, donde el director alemán se dejaba encantar por las personalidades sin duda radiantes de los legendarios músicos cubanos, en Pina logra que la figura de su coterránea no brille con mayor fulgor que el de su obra. Y esa ausencia involuntaria, esa salida “a foro” de la que iba a ser la figura estelar de un documental que lleva su inconfundible nombre, deja en el centro de la escena sus coreografías, sus creaciones, en definitiva, su legado artístico.

En los momentos en los que se hace inevitable hablar de la gran ausente de la película, los bailarines del Tanztheater de Wuppertal que Bausch dirigía son filmados, en otra inteligente decisión de puesta tomada por Wenders, en silencio mientras escuchamos sus voces en off.  Recordando alguna anécdota o el nacimiento de una idea coreográfica, se escuchan sus voces –en varios idiomas– mientras los observamos sentados, callados, tal vez pensando lo que dirán o ya dijeron. Esta disociación de imagen y palabra consigue que tengamos la certeza de que aquello que se escucha mientras se los observa no hablar es lo que verdaderamente sienten, lo que verdaderamente creen, y no tanto lo que actúan ante cámara. Sus cuerpos, tranquilos y relajados mientras solo se oyen las voces, reposan en una pausa algo extraña para su estado natural: la danza. Mirarlos mirar, escucharlos mientras callan y parecen recordar, con ese soliloquio interno que evoca el nacimiento de un gesto o de una coreografía, logra un efecto próximo al que permite la tecnología visual puesta al servicio de la película: nos permite verlos en profundidad.

En las primeras líneas decía que la ciudad, el teatro y el escenario son los espacios en los que se despliegan y se representan algunos de los fragmentos más intensos de la obra de Pina Bausch. Luego de esa toma nocturna del teatro en perspectiva con la que se abre la película, la primera coreografía que todos los bailarines de Pina ejecutan está dedicada a ella. De a uno y en fila, los cuerpos de los bailarines se materializan en el espacio escénico del teatro, para dejarnos ver sus bambalinas, luego abandonarlo, alejándose de esa otra obra de arte que es el edificio del teatro, y perderse en la ciudad que le da cobijo, que le sirve de escenario, como a lo largo del documental también hará con sus piezas y sus solos. Es ese juego de cajas chinas entre los espacios, de escenarios que se contienen unos a otros, el otro gran hallazgo de la película de Wenders. La representación de las coreografías ya legendarias en los espacios más impensados, como puede ser un trozo de vereda, un semáforo, una paisaje post-industrial, el borde de un abismo, un tren o una casa de cristal en medio de un bosque, resignifica la ciudad. La convierte en escenario de una coreografía al tiempo que confirma que los límites de la danza, después de Pina, son, cuanto menos, difusos.

Luego de asistir a la experiencia espacial y sensorial –más que cinematográfica– que el documental de Wenders logra ser, no sabremos casi nada de la intensa vida de Pina Bausch, de las reacciones del público ante sus obras o de sus avatares biográficos, pero sí habremos aprendido que en muchos más espacios de los que creíamos, de formas que hasta allí tal vez no habíamos imaginado, la danza puede hacernos sentir más vivos que nunca. Incluso también a los que inmóviles, en las butacas de un cine y por un par de horas, aceptamos la invitación a bailar.

(Actualización noviembre-diciembre 2011; enero-febrero 2012/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646