diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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1. Si hay una palabra y una idea que nos han ocupado es “alegría”. Una de tantas. Otra es “vocación”. En un mundo capitalista, lo ideal sería trabajar de aquello por lo que sentimos vocación (y que nos paguen). De eso no diré nada. Pueden quedarse con la palabra. Pero nos negamos a dejarles la alegría. A principios del siglo pasado, la estética y la política de izquierda ya le dejaron la belleza servida en bandeja a la derecha. El gris estanilista contra el esteticismo nazi-fascista. Olvidaron que la Revolución debía ir de la mano de la Belleza. Que la revolución podía ser hermosa. El Che, y su foto mítica, se permitieron disentir. Un mundo más justo también debía ser un mundo más bello. Pero la izquierda tenía urticaria al platonismo.
2. Un lugar común dice que el fútbol es una pasión de multitudes. También es un mito que contribuye a la reinvención de la nacionalidad, ese reducto último contra la famosa mundialización (la imposición de una cultura global, la norteamericana). Borges despreció el fútbol, pero habló del truco (tal vez irónicamente): prefería el duelo de barajas, quizás por una alergia gorila a la multitud. Bataille enumera las experiencias sagradas en un mundo fatalmente profano: la mística, el erotismo, la guerra, el sacrificio, el lujo, la risa, las lágrimas, la embriaguez. Experiencias del instante, inaprensibles. Como un gol a cuatro minutos de quedarse afuera del Mundial (¿por qué lo llamarán “gol agónico”?). Allá por 1999, un profesor en mi carrera de grado, hablando de la tragedia griega, trataba de hacernos entender que no tenía nada que ver con el teatro de hoy, en el cual uno va a ver una obra y después se va a comer y a tomar una cerveza. Lo más cerca de la tragedia antigua, continuaba, es el fútbol: el terror, la compasión, la catarsis, la experiencia oceánica de la comunicación, es decir, del movimiento impersonal que nos atraviesa en la experiencia de la comunidad. Aclaro que este profesor, de un paladar adornianamente insobornable en cuanto al arte, solía ir a la cancha de Colón de Santa Fe: no era entonces solo retórica.
Gol agónico: agón.
3. El fútbol es un espectáculo y está sometido a los imperativos del capital. Como todo, por otra parte. Si compro una novela de Beckett en una cadena de librerías, eso no anula el valor de Beckett. Millones de dólares en derechos televisivos y el negocio de los sponsors no mellan la sublimidad de una gambeta de Messi. Hay más belleza en un gol de chilena que en cualquier obra de un museo de arte contemporáneo o cualquier baratija llamada “arte popular”. Se dirá que el concepto de belleza está perimido. Bien. Fotos de hemorroides, sin embargo, pretenden y quieren estar en un museo (no es un ejemplo inventando: vi la obra en el MAC de Rosario, la ciudad del gran artista del fútbol). Ya lo dijo Maradona: la pelota no se mancha. Un ensayista del fútbol: su pelota piensa más que su cabeza, como antes sus piernas. Y ya que hablamos de hemorroides, Leo Ponzio, jugando con las suyas reventadas (la imagen de sus shorts ensangrentados es mítica), se parece más a Aquiles que cualquier militarito.
4. Los intelectuales anti-fútbol se quieren progres. Está perfecto. Me pregunto si no soslayan, como decía Bataille, el elemento heterogéneo de las sociedades profanas. El periodismo puede tirar cortinas de humo con el Mundial, como lo hace con cualquier otra cosa. Si el fútbol favoreciera este momento nefasto, entonces “Fútbol para todos” debería haber prolongado la era kirchnerista. Recuerdo que aquello fue criticado por tratarse de una medida demagógica sobre algo de importancia secundaria. Es un argumento parecido al de que, durante los saqueos del 2001, la gente robaba televisores y no alimentos. Como si para las Fiestas el negro tuviera que atenerse a comer, pero no darse el gusto. También eso Bataille lo entendió mejor que nadie:
“A mi entender, esencialmente, si el obrero se permite una copa, es porque encuentra en el vino que traga un elemento milagroso de sabor, que es justamente el fondo de la soberanía. Es poca cosa, pero al menos el vaso de vino le da durante un corto instante la sensación milagrosa de disponer libremente del mundo. El vino se traga maquinalmente (apenas tragado, el obrero lo olvida), pero es sin embargo el principio de la embriaguez, cuyo valor milagroso nadie podrá cuestionar. Por un lado, disponer libremente del mundo, de los recursos del mundo, como lo hace el obrero bebiendo vino, participa en cierto grado del milagro. Por otro lado, es el fondo de nuestras aspiraciones. Debemos satisfacer nuestras necesidades, sufrimos si fracasamos, pero cuando se trata de lo necesario, no hacemos sino seguir en nosotros el mandato animal. Más allá de la necesidad, el objeto del deseo es, humanamente, el milagro, es la vida soberana más allá de lo necesario que el sufrimiento define. Este elemento milagroso, que nos encanta, puede ser simplemente el brillo del sol, que, en una mañana de primavera, transfigura una calle miserable. (Lo que, incluso endurecido por la necesidad, el más pobre experimenta a veces.) Puede ser el vino, desde el primer vaso hasta la embriaguez que anega. Más generalmente, este milagro, al que aspira toda la humanidad, se manifiesta entre nosotros bajo forma de belleza, de riqueza; también, bajo forma de violencia, de tristeza fúnebre o sagrada; en fin, bajo forma de gloria”.
Saquemos el vino y pongamos el fútbol. La palabra “gloria” viene muy a cuento.
5. Un tipo que gana millones de dólares, ¿por qué llora tirado contra el césped del campo de juego? Un tipo que va todos los días de la oficina a la casa, no le alcanza la plata para llegar a fin de mes, está estresado, desearía otra vida, ¿por qué va los domingos a la cancha aunque su equipo pierda o se esté por ir a la B? ¿Por qué, además de gritar de alegría, sufre? Por la intensidad. Sufrir porque pierde su equipo no es lo mismo que sufrir porque el jefe lo maltrata. El primer sufrimiento es una pasión alegre.
6. Prefiero ver un partido de River por copa Libertadores que una serie estúpida de Netflix que tiene “contenido”, diálogos “inteligentes” y plantea “problemas de actualidad”. Información y pensamiento con entretenimiento. Para eso leo el diario (y lo elijo con cuidado) y libros. El problema no es el fútbol, sino los intelectuales amargos, que en el fondo desprecian al pueblo, y que piensan que las series son “artísticas”. Todavía se puede ir a la cancha y evitar la televisión. Con lo que volvemos al teatro griego. Quien gritó un gol en una cancha sabe que experimentó una pasión alegre comunitaria. Sabe que se pierde en el océano de la multitud, como una ola que pasa y desaparece. Podemos igual leer a Joyce y a Butler, mirar a Antonioni y a Bergman. No leemos ni en pedo a Fontanarrosa ni a Valdano. Como dijo José Miccio en algo que era más que una comparación: “Messi y Aira juegan a otra cosa”.
7. La alegría es solo brasilera, dicen. El argentino (el porteño) es tanguero, melancólico. El futbolero es masoquista e irracional. Su retórica es la del corazón, el coraje, la garra, la épica. Si alguien le dice que un futbolista profesional en Europa gana millones de euros mientras él sufre privaciones para poder sacar su entrada, el futbolero se le queda mirando con suficiencia. No leyó a Bataille, pero comprende mejor la noción de gasto que un montón de intelectualoides trasnochados y tristes.
8. Este Mundial lo ven fanáticos y simpatizantes, muchos de los cuales apoyan a este gobierno y muchos de los cuales lo detestan. El que apoya este gobierno y ve el Mundial se caga de risa de tu crítica. El que detesta este gobierno y ve el Mundial ya sabe lo que le decís. De modo que tu crítica tal vez sea una justificación elegante para explicar tu aversión (como si un sentimiento debiera ser explicado). Pero sucede que tu diatriba es en nombre del pueblo. Y el fútbol es una pasión popular. ¿O te parece que es lo mismo que el tenis o que el rugby, esos deportes chetos? ¿Cómo se entiende que combatas una pasión popular en nombre del pueblo? ¿Pensás que el fútbol es un opio? Te corrijo Marx con Bataille.
9. El año pasado, en un congreso en Mar del Plata, me encontré con un colega de Buenos Aires a ver un River-Boca. En verdad, a él el futbol mucho no le interesa, pero igual me preguntó si quería que viéramos el partido. El congreso empezaba el lunes y nosotros ya estábamos el domingo. Le pregunté si era de River o de Boca, sabiendo que es apenas un simpatizante, no un fanático. Me dijo que de ninguno: era hincha de Deportivo Armenio. Desde luego, su apellido lo es. Si el fútbol mucho no le interesa, ¿por qué se declara orgullosamente hincha de Armenio? Tal vez ese sentimiento de pertenencia implica mucho más que lo deportivo y encuentra en el fútbol una posibilidad de encarnación.
(Actualización julio - agosto 2018/ BazarAmericano)