diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Según cuenta en El mamut, Eric Schierloh escribió sus primeros poemas en octubre de 2001. La referencia que sitúa como punto de partida no tiene que ver con la literatura sino con el acontecimiento histórico ocurrido un mes antes, el atentado a las Torres Gemelas. El dato no es incidental, ya que el contraste entre el desorden del mundo y el orden individual, el ruido exterior y el silencio íntimo, están en la base de su concepción de la escritura poética, con el deseo de “ser enorme dentro de la pequeñez/ y pasar desapercibido en el viento”.
El mamut reúne los poemas escritos por Schierloh (Buenos Aires, 1981) entre los veinte y los treinta años y ordenados para el caso en dos secciones: la primera integra varios libros que no fueron publicados en su momento; la segunda, “Los días bajo el fresno. Poesía bajo un fresno”, remite a una especie de experimento puntual de escritura, dentro de la habitación de un hotel. Los textos, dice el autor, son “el origen de una cierta línea que continúo desarrollando” y cuyas extensiones se encuentran en una producción tan intensa como heterogénea, que incluye además la narrativa, la traducción de poesía y el trabajo en la editorial “artesanal & hogareña” Barba de Abejas, que lleva adelante en City Bell, donde vive.
La escritura de Schierloh está en íntimo diálogo con su trabajo como traductor. La contracara de El mamut son las versiones que realizó, mientras escribía sus propios poemas, de textos de Hermann Melville, Matsuo Basho, Charles Simic y Mark Strand, entre otros. Las huellas de esas lecturas están a la vista a través de citas, pastiches y formas tomadas en préstamo, como el epigrama o el haiku. A veces parece que Schierloh fuera un traductor de sí mismo: “El festín del gusano” es un largo poema dispuesto en dos bloques separados en cada página, como los textos de poesía extranjera que se publican en ediciones bilingües. Y El mamut, dice, por momentos y al cabo del tiempo, le parece escrito en japonés.
Sin embargo, esa lengua extraña tiene otra vertiente poderosa en lo más propio del poeta, la experiencia del hogar y del contacto con la naturaleza. La poética de Schierloh podría encontrarse en este Sutra: “Abrir los misterios más hoscos y antiguos como se abre la heladera un domingo por la tarde. Entrar en ellos como se entra en la cama propia. Y salir como se sale de la ducha”. Y también en su confesión de que escribe como un pescador, solitario y tranquilo, fortalecido por la prueba de soledad en el paisaje.
Los objetos de la casa, las actividades cotidianas y los gestos de los hijos afirman presencias luminosas y reparadoras ante el caos y la inquietud que llegan del exterior. “Puede que los dioses estén agitando las cosas de este mundo,/ pero por ahora mi hijo está muy ocupado durmiendo/ la última siesta mientras afuera el día marino oscurece”, anota Schierloh. La clave está formulada con fuerza de consigna en otro par de versos: “Odiar el mundo/ amar las pequeñas cosas del mundo”.
Precisamente en esas cosas indaga cuando no puede escribir. “Ante los demonios de la página en blanco”, se concentra en mínimas acciones y habitantes de la intimidad y su entorno. Y cuando recupera la inspiración, se ocupa de los mismos temas, como en “Sueño de una noche de verano”, el descubrimiento nocturno de la propia casa, en “El lamento de Coleridge en la oscuridad”, un poema sobre la felicidad de escribir y de estar en el propio lugar, y hasta en “Los días del fresno”, la invención de un espacio propio en un sitio tan impersonal como un hotel. La poesía de Schierloh se configura así como una propuesta desentendida de las modas y de las pobres discusiones en las redes sociales, y como una de las obras más significativas dentro de la poesía argentina reciente.
(Actualización noviembre 2016 - febrero 2017/ BazarAmericano)