diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Estaba a principios del mes de agosto al pie de un cerro a pocos kilómetros de Tilcara, en una localidad rural de apenas una calle, una pequeña iglesia y una escuela. El cerro se distinguía por sus variados y nítidos tonos de ocre, lo que lo hacía muy atractivo. Desde el frente en que yo lo veía el cerro se presentaba como empinado, difícil de ser escalado. Un amigo que estaba allí, empecinado empezó a trepar. Yo me quedé abajo disfrutando del sol y de la soledad de ese domingo fuera de lo común. Al rato, un pastor de cabras pasó por el pie del cerro, atravesando el lecho pedregoso de un río seco. La manada se desvió hacia arriba, hacia un cerro más leve donde se erigía, según me habían informado, un viejo pucará de la civilización colla. Distraído en ver la destreza con la que el pastor enfilaba ese gran grupo de cabras, me sorprendió la voz de baqueano que se acercó a mí en amable conversación. Ponderamos a dúo la generosidad de ese sol todavía de invierno y de pronto cuando se percató de los infructuosos esfuerzos de mi amigo por llegar a la cima del cerro, el hombre soltó su lengua: “otros han llegado hasta la cima, incluso han plantado una bandera; pero no es por ahí por donde hay que escalarlo, su amigo no lo va a lograr. Por el otro lado, la pendiente es más suave, se recorre más pero se llega más fácil. ¿No lo vio por internet? Acá vinieron los chinos y filmaron todo”. El comentario me tomó por sorpresa y en las palabras del hombre se percibía naturalizado no el hecho de que las montañas estén filmadas para internet y sean visibles allí –eso lo hacen fácilmente los chinos– sino que todo turista avispado sería un baqueano en internet como modo de anticipar el conocimiento del terreno para sus pretensiones montañísticas.
La intervención del baqueano jujeño pone en el tapete la pregunta por la relación de la/s cultura/s con la dimensión de las nuevas tecnologías: su disponibilidad posible, sus apropiaciones, sus usos. Este es un tema recurrente para los que hablan de nuevas tecnologías y alfabetización y lo es para quienes deciden políticas en este sentido. Son desde hace unos meses visibles los anuncios del Anses y del Ministerio de Educación de la Nación referidos a la llegada de varios millones de netbook para los chicos que están en la escuela secundaria. El anuncio no puede dejar de asombrar, pues se trata de la más nítida y ambiciosa política en materia de cultura digital en la escuela que se toma desde el estado, y, a la vez no puede dejar de inquietar en términos de las complejas relaciones que se establecen entre cultura escolar y nuevas tecnologías, relaciones que siempre fueron complejas. Ya en las primeras décadas del siglo XX el pedagogo platense Víctor Mercante ponía en discusión la conveniencia de darle relevancia al naciente arte cinematográfico pues el tipo de atención veloz que requiere la imagen en movimiento atentaría contra la atención lenta que requiere la lectura de la página de un libro. Por muchos años la escuela hablo de “literaturas menores” para referirse a la fotonovela, a la historieta e incluso al libro infantil ilustrado. La disponibilidad, a partir de políticas públicas, de nuevas tecnologías nos invita a imaginarnos un aula en la que ahora hay una pantalla, una superficie en la que conviven la imagen y la letra y donde los desafíos para la cultura escolar se multiplican.
La presencia de las nuevas tecnologías en la escuela parece poner en cuestionamiento las lógicas posibles de apropiación del conocimiento en la escuela. Algo del sentido común didáctico y de la psicología educativa quedará cuestionado en un nuevo orden de relación con el saber que no ya no se ajusta a la linealidad de una secuencia que prevé qué es lo simple y qué es lo complejo, qué es lo conocido y qué es lo desconocido, qué es lo viejo y qué es lo nuevo. Las fronteras etarias y las de la enseñanza graduada se desdibujan, la tradicional matriz de control curricular se quiebra en tanto la posibilidad de travesías diversas que tiene el alumno internauta. En este sentido serían desde ya cuestionable cualquier tipo de estrategia que se propusiera “llenar” las netbooks de materiales cerrados, consolidados, es decir, propuestas de contenidos y de enseñanza tradicionales al mejor estilo del último manual de Santillana o Kapelusz.
La digitalización supone nuevas formas de relación entre los sujetos y el conocimiento y de los sujetos entre sí y estas dimensiones impactan directamente en las formas de construcción de la subjetividad en la experiencia escolar y más allá de ella. La brecha digital entre ricos y pobres es también la brecha cultural entre los modos en que los adolescentes se apropian de las culturas digitales fuera de la escuela y el modo en que la escuela les propondría hacerlo. No se trata, por supuesto, de una celebración acrítica de esa relación espontánea de los internatutas con las pantallas; más bien se trata de resaltar el plus para su apropiación que la escuela, como tradicional reducto de conservación de la cultura escrita, habrá de aportar para el aprovechamiento mayor de esos mundos que vienen de la mano de internet. En sentido inverso, las prácticas de lectura y escritura encuentran su plus en el hecho de re-ubicarse ahora fuera de cuadernos, carpetas, fotocopias o libros de texto. Me contaba hace poco una colega que da clases en la Carrera de Comunicación de la UBA que a la hora de encargar la lectura de un texto de una clase para la siguiente, las chances de que esa lectura se produjera eran mucho mayores si ella indicaba que el texto a leer se encontraba en tal o cual sitio web que si indicaba que lo hallarían en la fotocopiadora de la facultad. Del mismo modo las prácticas de escritura se sofistican y sin duda se vuelven más presentes, desde la entrega de una monografía con imágenes escaneadas y siguiendo ciertos principios de la edición y el diseño de libros hasta la proliferación diversa y fascinante de conocer a través de la lógica de los blog y las redes sociales.
Insisto en evitar la celebración y en estar atento a las vicisitudes de la implementación de una política pública de tal magnitud como la de que cada adolescente de nuestro país disponga de una netbook porque como dice el baqueano jujeño hay que mirar el mapa desde arriba, “porque los chinos filmaron todo”.
(Actualización octubre-noviembre 2010)