diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Se sabe, se repite, se comenta, que la oferta teatral de la ciudad de Buenos Aires en estos tiempos es lo más parecido al infinito. Nadie que se proponga abarcar la totalidad de propuestas que la conforman lograría el cometido, por su número y sobre todo porque su dinámica movilidad de estrenos y finales de temporada hace que lo que hoy -un día de finales de octubre de 2014- se ofrece, tal vez en muy poco tiempo ya no sea igual. Como consecuencia, la tan mentada “cartelera teatral” porteña, es más una hipótesis que una realidad palpable, una realidad teórica pero inaprensible como experiencia En esa inmensidad, como sucede en toda galaxia, algunos cuerpos celestes brillan con un fulgor especial. La paradoja quiere que uno de los astros ineludibles que por estos días brillan en ese circuito, y que seguramente tiene mucha más órbita teatral por explorar sea Terrenal, la última gran obra de Mauricio Kartún.
Los adjetivos se vuelven redundantes para señalar los méritos de la obra de Kartún, quien luego de sus “tríptico patronal” conformado por El niño argentino, Ala de criados y Salomé de chacra, no abandona del todo el territorio que por guiños y sutiles pistas podemos reconocer como el de nuestra historia pero elige borronear la referencialidad que caracterizaba aquellas tres magníficas obras. Como de alguna forma ya se insinuaba en Salomé…, el acontecimiento disparador es uno de los mitos de origen más significativos de la cultura occidental: el asesinato de Abel en manos de su hermano Caín. Esa es la excusa y al mismo tiempo el horizonte a partir de los cuales se construye la tristemente célebre historia de Terrenal. Pero la argucia poética del dramaturgo le permite poner en su escena algunos de los conflictos sociales e incluso -no seamos tibios- ideológicos más profundos de nuestro tiempo a partir de un conflicto de vecinos y hermanos con un estilo profundamente personal que hace de la metáfora, la adjetivación y el juego de palabras su materia predilecta. Por detrás de todo eso, reconocemos los conflictos y el lenguaje kartuniano, el humor siempre inevitable como válvula de escape pero también como forma de vínculo, en definitiva: su poética.
Kartún se reserva un ancho de espadas para la segunda escena de esta magistral partida de truco entre tres intérpretes, y ese es Tatita, el padre ausente que apenas pone de nuevo una bota en el barro terrenal se convierte en objeto principal de la acción de sus herederos, capaces de aniquilarse entre sí para quedarse con toda la atención del padre fundador que retorna a su tierra. Así de sutiles y de significativas son las metáforas culturales y políticas kartunianas, cada vez menos explícitas y tal vez por eso más efectivas en sus alcances y resonancias. Cada uno elige la traducción que más le guste, pero ninguna de las versiones posibles que exégetas y comentaristas escojamos tendrán la potencia poética de sus imágenes.
Los otros pilares fundamentales de este maravilloso acontecimiento teatral son los tres Claudios que hacen de ese raído “teatrum mundi” suburbano un escenario universal y de alcances enormes. Da Passano, Martínez Bel y Rissi son los intérpretes que hacen de Abel, Caín y el procaz Tatita tres arquetipos adorables que bien podrían representar, con sus miserias y virtudes, a toda la raza que los hereda. El equilibrio perfecto entre carne y verbo que le ofrecen al director y autor estos tres creadores escénicos es otro de los méritos de la obra. Quienes acompañamos con risas desde la platea sus desventuras y humanos errores, los despreciamos y adoramos tanto, al mismo tiempo, porque sabemos que algo de todos ellos vive y vivirá por siempre en todos nosotros, terrenales testigos.
(Actualización noviembre 2014 – febrero 2015/ BazarAmericano)