diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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El dictum borgiano vuelve a mi memoria: “el monótono influjo, la mera verosimilitud sin invención, de los Payró y los Gálvez”. Pero vuelve simplificado por el olvido, siempre lo recuerdo cortado: “el monótono influjo de los Payró y los Gálvez”. La simplificación desdibuja la referencia: alguna vez no supe si era de este o de aquel prólogo, de este o aquel ensayo. Quizás el olvido pueda explicarse “psicoanalíticamente”. Una amiga mía, crítica literaria y profesora de teoría, hablaría de trauma (sin comillas), pero ella es un poco melodramática. Yo diría idea fija. Asocio a Payró con la monotonía porque Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira es la novela favorita de los alumnos cuando rinden literatura argentina en mi carrera.
No es que les guste especialmente. Sucede que, para la “metodología de la cátedra” (mis comillas), es la más fácil. O la más viable. Han resuelto el truco con Payró y repiten, de febrero a diciembre, como loros. Ninguno habla de la novela: todos hacen el examen exclusivamente con la nota al pie del comienzo. En esa abstracción radical, en esa falta de necesidad de citar o parafrasear el texto, parecen ensayistas consumados en la oralidad, como Cueto escribiendo sobre Kafka. O, también, con esa prodigalidad a partir del detalle, parecen Borges escribiendo sobre la Divina Comedia.
Una vez una alumna dio todo su oral, ante la perplejidad de la mesa examinadora, sin la sempiterna nota al pie. Al momento de las preguntas, fue ineludible interrogarla sobre esa ausencia. Confundida, la alumna buscó el asterisco, mientras el jurado imaginaba, con reflejo amonestador, que la había pasado por alto olímpicamente. Pero en su edición, tomada en préstamo de una biblioteca de su pueblo, la nota no existía. Hubo un alivio general, porque la falta era del objeto y no del sujeto.
Pobre Payró. Cuando me vi obligado a releerla, luego de años (yo también, cuando fui alumno, leí solo la nota al pie, pero preferí rendir con Sarmiento), me encontré con esa cosa rara, tan ajena a los estudios, a las aulas y a la crítica: el placer (sé que desde el último o penúltimo Barthes está de moda suturar esa separación, pero pienso que esa posición es más declarada que real, como el famoso retorno de la ética o incluso de la política). ¡De haber sabido! La hubiera puesto en mi lista de lecturas de verano, junto a Moby Dick y Solaris. Lindo combo. Pero no, tuvo que ser durante años una no-lectura insufrible. Lo cierto es que el dictum borgiano es injusto en su efecto de igualación. Tuve que darle la razón al programa: a Payró le sobran méritos para estar. Qué ironía. O no: estar en un programa de literatura es el mejor modo de sustraerse a la lectura. Por eso debí haber agradecido, en su momento, que no estuviera Roberto Arlt (sí, es en serio: no está).
¿Primer Bildungsroman de la literatura argentina? Modelo de entrada sometido a irrisión, al mismo tiempo que tomado en serio: Mauricio Gómez Herrera se deforma, pero esa deformación (profesional: todos la sufrimos) es asumida sin ironías y sin disimulo. El aprendizaje de la política criolla es, sin más y para el lector contemporáneo, el aprendizaje de la política misma. Su autobiografía es la inversión de los relatos del XIX: en estos, la vida del narrador figuraba la de una época y un lugar determinados; en aquella, la época y el lugar determinados sirven a la vida del narrador.
El realismo de Payró tiene por lo menos dos sentidos. Por un lado, implica una cancelación del idealismo romántico, sea como modo de pensar la eficacia político-literaria de la generación del 37, sea como encarnación del cambio del radicalismo y la ley Sáenz Peña (figurados en el personaje de Pedro Vázquez). En pleno festejo del Centenario, la novela de Payró, escrita además fuera de Argentina, es una nota amarga y disonante (acepto el juego de palabras: ella misma es la “nota” y es la disonancia). Por otro lado, desenmascara la política liberal reduciendo su fórmula al pragmatismo. El realismo es entonces el de la política criolla versus el idealismo de la generación romántica. Podría decirse que el realismo de Payró es la narrativa adecuada para figurar el primer realismo político argentino: el roquismo. Roca, el que no escribe.
Claro que, como en toda tentativa novelesca anterior a Arlt, las ideas predominan, son notoriamente atribuibles al autor, y se imponen, por fuerza, a la magia de la ficción. Me quedo con la identificación del narrador con su historia, identificación que da al relato un tono que puede ser tomado por cínico. Pero quizás no haya tal. Gómez Herrera separa la moral de la política y no se avergüenza de lo que cuenta porque no lo juzga desde ningún punto de vista. También me quedo con la ambición de retratar una época, tentativa propiamente novelesca, balzaciana, aunque el resultado pueda no ser, al fin y al cabo, del todo logrado.
La otra falla de la novela es esa tempranera nota al pie con su trillado recurso al manuscrito y una exhibición del simulacro absolutamente prescindibles. Un vanguardismo de pacotilla que no le suma nada. Payró hubiera hecho bien en suprimirla, como lo hizo con atino la edición de la joven perpleja. Pero, por alguna razón misteriosa, mis alumnos se la siguen tomando en serio.
(Actualización septiembre – octubre 2014/ BazarAmericano)