diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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En reseñas:

Fabio Espósito
El diario de un escritor
El último lector. de Ricardo Piglia, Buenos Aires, Anagrama, 2005, 190 páginas.

El último lector de Ricardo Piglia es una colección de ensayos literarios dedicados a indagar las representaciones imaginarias de las prácticas de la lectura en la ficción. Una historia imaginaria de los lectores antes que una historia de la lectura, aclara el autor. Registrar los modos de leer, subraya, permite reconocer “la forma específica que tiene la literatura de narrar las relaciones sociales”, pero también destacar las maneras diversas de escribir una lectura, debido a que este tipo de escenas remiten a la cita, la copia, la traducción, es decir, a los distintos modos de apropiación de un texto literario.
En los últimos años la figura del lector ha despertado un creciente interés en los estudios literarios e historiográficos, desde los aportes de Umberto Eco y la Estética de la Recepción hasta las propuestas más recientes de Robert Darnton y Roger Chartier. Estos trabajos han otorgado al lector un papel fundamental tanto en la teoría literaria como en la historia cultural y de las mentalidades. En el ámbito local, lectores y lecturas también han promovido numerosas investigaciones, entre las que se destacan los trabajos de Beatriz Sarlo, Adolfo Prieto, Nora Catelli y Susana Zanetti.
El último lector está compuesto de seis capítulos, junto con un breve relato ficticio que oficia de prólogo y un epílogo donde el autor sugiere una lectura autobiográfica de estos ensayos al confesar que el libro “es el más personal y el más íntimo” de todos los que ha escrito.
En el primer capítulo va a plantear una poética del lector anclada en la experiencia de lectura de escritores, invocando las figuras de tres clásicos contemporáneos: Borges, Kafka y Joyce, sorprendidos en el acto de leer. En ellos, la lectura es una práctica que, al destacar los detalles y aislar los fragmentos deforma aquello de lo que se apropia: “En la clínica del arte de leer, no siempre el que tiene mejor vista lee mejor”, sentencia Ricardo Piglia. Esta forma de leer lo conduce naturalmente al Quijote, cuyo narrador leía “los papeles rotos que encontraba en la calle”. Inmerso en un mundo de signos, el lector moderno no puede dejar de leer y esta práctica “se convierte en una adicción que distorsiona la realidad, una enfermedad y un mal”. Pero al mismo tiempo, la lectura solitaria y silenciosa es el instrumento adecuado para descubrir la interioridad. En ella lo íntimo gana un espacio en donde desarrollarse. Este aspecto de la lectura lo remite a Hamlet, el otro gran modelo de lector moderno.
El capítulo siguiente, “Un relato sobre Kafka”, se detiene en la correspondencia de Kafka a Felice Bauer y examina la construcción de una figura de lectora seducida y poseída mediante el intercambio epistolar. Trazando un recorrido que parte de las Cartas al Diario y de allí a los relatos, Piglia recorta la figura de Kafka como el lector que encuentra en su escritura las conexiones que no puede percibir en su propia vida. “Por eso Kafka escribe un diario”, dice Piglia, “para volver a leer las conexiones que no ha visto al vivir”.
A continuación, rastrea en el detective privado del género policial a una de las mayores representaciones modernas de la figura del lector, analizando el carácter social de este género, que estaría en relación con los cambios sociales condensados en la modernización urbana, como Walter Benjamín nos enseñara. Piglia recuerda que el género se inaugura con “Los crímenes de la Rue Morgue” porque constituye “el paso del universo sombrío del temor gótico al universo de la pura comprensión intelectual del género policial.” La figura del gran razonador encarnado en Auguste Dupin facilita la interpretación racional de una serie de hechos extraordinarios y asombrosos. En la transformación norteamericana del género policial el hombre de acción parece haber eclipsado la figura del lector. Sin embargo, esta figura persiste en Philip Marlowe, quien hacia el final de El largo adiós cita unos versos de T. S. Eliot y conversa de literatura con su cliente Wade, un autor de best sellers. En este sentido Philip Marlowe no sería para Piglia más que un heredero desplazado de Auguste Dupin.
El capítulo 4, “Ernesto Guevara, rastros de lectura”, recorre la vida del revolucionario argentino destacando la continuidad de la lectura tras el fondo de una vida aventurera plena de mutaciones. El ensayo se abre con el notable análisis de una escena de lectura de los Pasajes de la guerra revolucionaria: luego de desembarcar del Granma, el pequeño grupo es sorprendido por las tropas enemigas y Guevara, herido, pensando que va a morir, recuerda un relato de Jack London, cuyo final parece citar de memoria en este pasaje de su diario. “Guevara”, dice Piglia, “encuentra en el personaje de London el modelo de cómo se debe morir”. Este aspecto moderno del lector de ficciones remite una vez más a Don Quijote, quien aprende cómo debe actuar leyendo novelas de caballería, sustitutos seculares de las lecturas religiosas en el suministro de modelos éticos. Piglia conjetura además que uno de los propósitos del joven Ernesto Guevara cuando todavía no era el Che y empieza a viajar por Latinoamérica, era el de ser escritor. Va a reconstruir entonces la historia de un joven que sale al camino a toparse con la experiencia para luego escribirla, pero en una de las encrucijadas se encuentra con Fidel Castro y se transforma en uno de los comandantes de la Revolución Cubana. En este sentido, condensaría rasgos comunes de la cultura de los años cincuenta, formas de vida y modelos sociales que vienen de la beat generation. Pero, ante el dilema de las armas y las letras, siguiendo el ejemplo de Don Quijote, se resuelve por el camino de las armas. En suma, las escenas de lectura de los diarios del Che son las huellas que va siguiendo Piglia para descifrar las marcas de las relaciones sociales inscriptas en una narración. Al mismo tiempo, el reconocimiento de estas marcas convierte al texto leído en un texto literario.
El capítulo siguiente presta atención a una clase diferente de lector: la mujer lectora. Hay que destacar el análisis de una escena de Anna Karenina en donde la protagonista lee una novela inglesa durante un viaje en tren de Moscú a San Petersburgo. La novela de Tolstoi, observa Piglia, construye la imagen de la lectora de novelas que descifra su propia vida a través de las ficciones incluidas en la intriga. Anna, agrega Piglia, lee para descifrar una verdad sepultada en ella y logra entender el sentido de su vida verdadera cuando lo lee en un libro.
El último de los ensayos se centra en una escena del Ulysses, cuando Molly acaba de despertarse y le pide a Bloom que le ayude a buscar entre las cobijas el libro que ha estado leyendo durante la noche. Piglia hace hincapié en los detalles materiales que rodean a la lectura y a sus efectos y concluye que la obra de Joyce representa un nuevo modo de leer que lejos de ordenar, tiende a fragmentar, a reproducir el caos y a desarrollarse a partir de cadenas de asociaciones que entremezclan el texto y el contexto, la ficción y la vida.
Pensado para el público español e hispanoamericano y con una amplia difusión en los suplementos culturales del mundo hispano parlante, El último lector retoma algunas de las preocupaciones estéticas e ideológicas que Ricardo Piglia ha venido desplegando a lo largo de toda su obra, entre las que se destacan la relación entre la literatura y la experiencia, la mezcla de los géneros, las funciones narrativas de los detalles, el movimiento del dinero en la novela negra, la mirada sarmientina sobre el siglo XIX argentino, la ubicua presencia de Borges.
Un párrafo aparte merece la consideración de los textos citados en el libro: un recorrido privado y arbitrario que reconstruye su propia vida de lector declara Piglia en el epílogo, procurando clausurar todo debate posible en torno de las inclusiones indebidas o las injustificadas omisiones. Un listado hipotético –una verdadera lástima que no se incluya un índice de libros y autores mencionados o utilizados- podría distinguir los textos analizados de los que solo aparecen mencionados. Entre los primeros se incluyen obras de Borges, Joyce, Kafka, Malcom Lowry, Lucio V. Mansilla, Shakespeare, Melville, Poe, Chandler, el Che Guevara, Tolstoi, Cortázar, y Defoe. Pero además podría incluir los textos críticos e historiográficos utilizados en el desarrollo de algunas de las argumentaciones. Por último, se podrían distinguir los textos mencionados en las escenas elegidas, como el cuento de Jack London en Pasajes de la guerra revolucionaria del Che Guevara o la novela inglesa de Anna Karenina.
Un rápido vistazo sobre los autores cuyos textos aparecen analizados en el ensayo indica la presencia martilleante de Borges, Kafka y Joyce como los clásicos del siglo XX, el predominio de la literatura en lengua inglesa, el escaso espacio dedicado a la literatura francesa y la ausencia de la literatura hispanoamericana -a excepción, claro está, de la argentina-, sustituida, a mi juicio, por la banalizada imagen del Che, quien se convierte de este modo en una suerte de clásico que con su motocicleta puede trascender los cerrados cánones nacionales del mercado del libro latinoamericano.
El último lector es una mirada lúcida, atenta y por momentos divertida sobre la narrativa moderna y, al mismo tiempo, las memorias de un escritor que encuentra en el registro de sus lecturas un terreno propicio para hablar de sí mismo, o de sus padres y de sus abuelos, de sus parentescos y genealogías. Un diario íntimo donde Piglia insiste en recorrer los caminos de sus preferencias literarias.

 

(Actualización agosto - septiembre - octubre - noviembre 2005/ BazarAmericano)


9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646