diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Presentación de Conocimiento de la Argentina de Adolfo Prieto
1° de octubre de 2015
Nora Avaro
Muchas gracias a María Teresa, a Beatriz y a todos ustedes por acompañarnos en esta presentación. Estamos muy pero muy felices todos nosotros, y cuando digo nosotros, hablo por mucha gente. Hablo por Oscar Taborda, Daniel García Helder y Juan Manuel Alonso, el director, el editor y el diseñador de la Editorial Municipal de Rosario, primeros responsables de la factura de este libro. Por Gilda di Crosta, Gabriela Saccone, Lis Mondaini, Estefanía Pighin y Milena Bertolino quienes copiaron, tipiaron, corrigieron, formatearon y pusieron en página los ensayos de Adolfo. Por Judith Podlubne, Analía Capdevila y María Teresa Gramuglio que velaron por cada página y mantuvieron viva, unas su curiosidad, la otra su experiencia, para volver a pensar la juventud de Adolfo Prieto y su gestión en nuestra Facultad. Hablo por los que brindaron testimonio de aquellos años: Gladys Rímini, Norma Desinano, Nora Catelli y Roberto Retamoso, y también por los que fueron generosos con sus propios recuerdos familiares, Mariela Borello, Agustina y Martín Prieto y, claro está, la Negra Jarma que nos recibió como sólo ella sabe hacerlo (y quienes han ido a la casa de Dorrego alguna vez conocen exactamente de qué hablo). Y, finalmente, hablo por Adolfo que no solo nos dio a todos entera libertad para que trabajemos con su obra y con su archivo personal, sino que se prestó, con su cortesía habitual, a largas y periódicas conversaciones. Todos nosotros, los que hicimos este libro, estamos felicísimos de presentarlo en el marco de este Congreso y en el Teatro de este Centro Cultural.
Conocimiento de la Argentina es el segundo volumen de una colección de ensayos de autores locales canónicos que la Editorial Municipal de Rosario inició en 2013 con el libro Nacionalismo y cosmopolitismo en la literatura argentina de María Teresa Gramuglio, prologado por Judith Podlubne, y que pertenece a la serie mayor de la misma editorial con, entre otras, las obras poéticas de Felipe Aldana, Aldo Oliva, Francisco Gandolfo, Beatriz Vallejos, la obra poética y pictórica de Emilia Bertolé, y la narrativa de Roger Pla.
La primera idea de lo que hoy es Conocimiento de la Argentina fue de Daniel García Helder quien, solo y por su cuenta, y hace unos quince años atrás (así son los tiempos entre las buenas ideas y las realizaciones en este país) pensó un libro en dos volúmenes que recopilara todos los escritos dispersos de Prieto (prólogos, ponencias, colaboraciones en revistas académicas y culturales, en fascículos, en volúmenes colectivos).
Daniel veía allí algo que yo misma confirmé con la relectura: que esa reunión de escritos, no sólo daba a los lectores la comodidad de encontrar en un único volumen la producción de Prieto entre los años 1952 y 2010, no editada hasta el momento en libro, buena parte difícilmente hallable, e incluso un inédito sobre la correspondencia de Sarmiento, sino que configuraba un mapa muy preciso de sus intereses, sus motivos y su voluntad crítica.
Se trataba más que de una sumatoria de ensayos, de un compendio significativo, incluso de una gran recapitulación, a la que se le podían encontrar fácilmente líneas, ecos y constantes, como en otros libros unitarios del autor, los dedicados a la autobiografía, al criollismo o a los viajeros ingleses.
La tarea de selección y edición a mi cargo consistió, entonces, sólo en intentar subrayar las invariantes ya presentes en las obras editadas bajo el dominio de su autor, de modo que el nuevo libro permaneciera fiel a un estilo, a una línea de pensamiento y a un corpus de los estudios argentinos.
La solución que encontré para armar el índice de este libro me la dio, involuntariamente, el propio Adolfo, sólo tuve que escucharlo.
Lo entrevisté en el verano 2012-2013 en su casa de la calle Dorrego para escribir el prólogo de este libro. Programé un par de citas con el propósito de ajustar algunos datos de su vida y de su obra. En un principio, y aun en plena gentileza, Adolfo no mostró ningún entusiasmo con la propuesta. Yo lo había previsto. Años atrás, cuando con Analía Capdevila investigamos la generación denuncialista de la revista Contorno, habíamos tenido con él una conversación amena y productiva pero algo reticente. En esta nueva oportunidad me di una estrategia, le dije que probáramos vernos sin presiones confesionales, como otras veces en mis visitas amistosas a su casa a lo largo de treinta años, y si no resultaba o no se sentía cómodo, lo dejábamos.
La primera mañana noté que Adolfo me recibía muy bien dispuesto, como si hubiera meditado sobre el asunto y tomado una decisión difícil pero categórica: iba a someterse a mi cuestionario, a mi libreta de apuntes y a mi grabador. Y lo haría, según pude entrever entonces y comprobar después, con el fin de concretar, más para sí mismo que para mí y para los improbables lectores de mi escrito, un relato de su vida profesional. Mi presencia, digo la mía, la de cualquiera, la de un tercero, era de mayor importancia en la configuración autobiográfica de Adolfo: necesitaba a otro que guiara, con datos y curiosidad, el ejercicio de rememoración que él había resuelto afrontar a los 84 años.
La situación interlocutiva era curiosa, de un régimen motivacional ambiguo, al tiempo sincrónico y bifurcado, que prendía en dos géneros parientes pero en contrapunto. Dos perspectivas, la del autobiógrafo y la del biógrafo, y dos gramáticas, la del “yo” y la del “él”, mediadas en el embrague conversacional del “tú” (en realidad del coloquial y distanciado “usted” con el que siempre nos tratamos) concertaban sus dominios enunciativos. Adolfo confió a ese doble módulo su “voluntad de verdad”. “Hay que saber la verdad. Hay que tomarse el trabajo de saber la verdad”, me dijo otra mañana, cuando advirtió que prescindir del entrevistador lo habría dejado demasiado expuesto a las ficciones del yo.
Me sorprendió entonces que quien había destacado, nada menos, que el valor testimonial de “la literatura autobiográfica argentina” tuviera ahora tantas y tan definitivas prevenciones contra el género. No me sorprendió que, al contrario de todo autobiógrafo que encuentra en la soledad y en el retiro de la escritura su cuento y su desarrollo subjetivo, Adolfo buscara a un tercero como garante de un registro objetivo de su vida, como si, en lugar de rememorarla, y aun tan alertado contra la veracidad de su relato, intentara ofrecer un documento sobre ella. Y no sólo sobre ella sino también, y sobre todo, sobre su época –ya verán los lectores de este libro, la sólida moral de ese lazo–.
Las charlas que iban a ser dos o ninguna, se sucedieron semanalmente (jueves a las 10 de la mañana) a los largo de dos meses, y llegaron a un total de nueve; casi veinte horas de grabación, donde anduvimos él y yo (“usted y yo” en su máximum reemplazo deíctico) desde la infancia en San Juan hasta el día de su cumpleaños número 85 en Rosario.
El propósito documental que Adolfo le dio a nuestras charlas se completó con su archivo personal. Muchas veces con motivo de uno u otro asunto, Adolfo se levantaba de la charla y caminaba lento hacia su estudio. Yo lo veía desaparecer y volver, después de un rato, muy entusiasta, con algún papel en la mano que daba crédito o ilustraba lo que acababa de decirme. Ese breve rito tuvo, como corresponde, su enunciado narrativo, y selló, en una ocurrencia, nuestra irónica (¡muy irónica!) complicidad estructuralista: “el actante va hasta el cofre de tesoros”. Porque, efectivamente, había en el estudio ese baúl de buen tamaño en el que Prieto había archivado, a través de los años, muchos de sus papeles, especialmente los del período anterior a su partida hacia Estados Unidos en 1978 (cartas, notas de diarios, ¿todas? las reseñas dedicadas a sus primeros libros, originales editados y escritos inéditos, separatas, programas y fundamentaciones de materias, cursos y seminarios, proyectos de investigación, currículos, resoluciones y actas de sus gestiones, gacetillas de las actividades del Instituto de Letras en Rosario, contratos editoriales, la solicitada rosarina de las renuncias universitarias en repudio a la Noche de los Bastones Largos y su renuncia personal, copias de las cartas enviadas a Roger Pla con las correcciones de Capítulo, Historia de la literatura argentina). La “Memorabilia” –así se titulaba una de las carpetas archivadas– vuelta documento en el acto mismo de extraerla del cofre y levantarla como “aval” del pasado. Porque “hay que tomarse el trabajo de saber la verdad”, el “trabajo” le daba una vida nueva al archivo de Prieto.
Otra mañana, mientras Adolfo rememoraba su relación con la Biblioteca Vigil, se levantó, fue hasta el cofre y trajo un contrato de edición. Lo había encontrado la tarde anterior buscando cualquier otra cosa. Su sorpresa y su emoción fueron mayúsculas, como la de todos los que, por azar, recuperan el tiempo perdido: no sabía que atesoraba ese documento y había olvidado casi completamente su contenido.
Se trataba del contrato que en 1968 firmó con la Biblioteca Vigil para dirigir una colección colosal de 24 volúmenes, reediciones de clásicos literarios y estudios culturales. El contrato describía al detalle la serie propuesta por Prieto a la que había titulado, con voluntad histórica y totalizante, Conocimiento de la Argentina. “Esto es muy importante, muy importante”, me repitió esa mañana y también las mañana siguientes, cuando por esto o por aquello retomábamos el asunto.
Conocimiento de la Argentina, el gran proyecto editorial de Adolfo Prieto, en el que cifró su relación (y su compromiso) con la literatura, con la cultura y con la historia nacionales. Aún expuestos al anacronismo o al absoluto demodé teórico, los editores supimos, al momento, que no había otro modo de titular el nuevo libro, tratándose, justamente, de un gran compendio de sus temas.
De ahí en más todo se ordenó como por encanto, los escritos dedicados al siglo XIX, lo que Prieto llamó en el contrato de la Vigil “La Argentina histórica” (el rosismo, los autobiógrafos, Sarmiento, los viajeros ingleses, la poesía Gauchesca, Hernández, el criollismo, Eduardo Gutiérrez) y los dedicados al siglo XX, “La Argentina contemporánea” (el grupo Boedo y el martinfierrismo; Roberto Arlt, Martínez Estrada y Leopoldo Marechal, la conformación de un público, las posiciones críticas en las figuras de sus compañeros Ángel Rama y Rodolfo Borello). Los estudios encontraban su lugar, se acomodaban, cumplían su objetivo, daban cuenta e ilustraban ese “sistema vivo de relaciones” (y es una fórmula de Prieto) en el que él pensó la historia, la literatura y la cultura nacional, desde su primerísimo escrito, para volverse, él también, un clásico.
Quiero recordar ahora otro episodio de aquellas mañanas estivales en la casa de Dorrego, cuando Adolfo me habló de un cuaderno de poemas y, después de algún que otro coqueteo de poeta inédito a los 85 años, decidió dármelo a leer.
El cuaderno era el resultado de una selección severísima que había expurgado poemas escritos durante toda la vida desde los quince años. Los diecisiete sobrevivientes se transformaron en el libro Tiempos Signos Lugares, publicado hace pocos días por Eduner, en su colección Cuadernos de las Orillas, y al que también quiero celebrar aquí. De ese cuaderno les voy a leer, para terminar y porque sé que a él le gustará, un poema que Adolfo escribió en Rosario, en 1996, recién llegado de su estadía de ocho años en Estados Unidos (desde el vamos pido disculpas por, a viva voz, no hacerle la justicia merecida). Se titula “Video del regreso”:
Diré que es bueno, si me lo preguntan,
estar aquí, otra vez, entre los míos,
y hallar en los rostros familiares
la confianza en el mundo
que venía del rostro de mi madre.
Diré que ese rayo de luz
en la ventana,
alumbra con el mismo tono dulzón
con que hace tantos años alumbraba;
y que los viejos libros,
extraviados y mustios
en la línea vencida
del estante, irradian, sin embargo,
la frescura del orden en que fueron leídos.
Diré que es bueno adentrarse
en los íntimos recovecos de la tarde
dejando que las risas, las voces, los silencios
entretejan, de nuevo, las historias de siempre.
(Actualización noviembre 2015 - febrero 2016/ BazarAmericano)